Lecturas para este día: 1 Samuel 15: 16-23. Marcos 2: 18-22.
Hoy, es normal que en ¨la sociedad de la abundancia¨ se haga caricatura del ayuno y se considere la penitencia como masoquismo enfermizo de quienes se empeñan en renunciar a todo lo que pone alegría en la vida. Pero lo cierto es que ¨el hombre del confort y de la abundancia¨ comienza a sentir la necesidad de una vida más saludable. Se come y se bebe en exceso. Y no es por necesidad, ni por demasiado apetito. Los motivos son casi siempre más profundos. Es la ansiedad, la tensión o el aburrimiento lo que conduce a comer y beber de manera poco sobria y equilibrada. Las consecuencias se dejan notar. La comida excesiva, el alcohol abundante, la vida sedentaria tienen sus repercusiones físicas: Obesidad, hipertensión, alteraciones cardiovasculares. Además, una vida dominada por el exceso en la mesa o el confort exagerado atrofia el crecimiento humano de la persona, aletarga su vida interior, reduce la creatividad, favorece la regresión.
El ayuno y la austeridad pueden ayudar a recuperar vigor interior, lucidez, dominio de sí, creatividad. Todas nuestras aspiraciones de libertad son una gran mentira si no somos capaces de ser dueños de nosotros mismos. ¿Por qué no vivir una experiencia diferente?: Comer sólo lo necesario sin llegar nunca a saciarnos, evitar más el alcohol, comer con calma, sin devorado todo precipitadamente, no embotar nuestro espíritu con tantas horas de televisión… Cuando este ejercicio de autodominio está inspirado por una actitud de fe, el ayuno adquiere una dimensión nueva. Al mismo tiempo que se libera de los excesos de una alimentación equivocada, el creyente despierta en su interior la necesidad de alimentar su espíritu. ¨Nadie echa vino nuevo a odres viejos¨. Un estilo nuevo de vida transforma a la persona por fuera y por dentro. Introducir pequeños cambios en nuestra conducta exterior puede ayudarnos a renovar nuestra vida interior.
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