Lecturas para este día: Tito 1: 1-5. Marcos 3: 31-35.
¨El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre¨. Marcos 3: 31-35.
Sí, sí… Tú moriste en la cruz, Señor. A ti te azotaron, te escupieron, te coronaron de espinas, te crucificaron… Pero no supiste lo que es llegar a viejo como yo… no pasaste por este desastre de los muchos años. No te quedaste sordo ni medio ciego, ni te viste arrasado por la reuma y la artritis; ni desmemoriado como yo.
Recuerdo como si fueran hoy, escenas de mi infancia, y, en cambio no recuerdo lo que he hecho esta mañana o los nombres de mis nietos. Tú no conociste la soledad del viejo, del físicamente arruinado, del inútil, del que chochea y hay que dejarlo con sus ideas. Ni supiste de la lejanía de unos hijos volcados en lo suyo, agobiados por sus obligaciones, sin tiempo que perder con estos pobres restos de humanidad vecina a la muerte…
Perdóname, Señor. No sé lo que digo. ¿Cómo ibas a pasar por la vejez, si nos amabas tanto que quisiste morir en lo mejor de tu vida? ¿Cómo ibas a llegar a la vejez, si no te lo permitió tu divina impaciencia? Te diste todo entero y para siempre.
Como hombre mortal y limitado, no podías vivir toda la variedad de experiencias humanas, toda la peripecia del sufrimiento humano. Pero pusiste el corazón y el alma y la vida en el dolor ajeno. Hiciste largas caminatas, amaste y curaste y predicaste, prendido del corazón de los pobres y afligidos, de los enfermos, de los débiles, de los que estaban solos, de los llamados a gritos por la muerte.
En el dolor de tu sacrificio en la cruz reuniste todos los dolores y desgracias de los hombres, incluidos los que no se ven, los pecados y dolores del alma. Perdóname, Señor. Ya comprendo tu amor, tu vida, tu pasión que estás conmigo y con todos los ancianos que a ti se acogen. Amén.