Muchos de nosotros somos como los hijos de Zebedeo del pasaje del Evangelio de hoy. Pensamos que queremos seguir a Cristo (pensamos que deseamos beber del mismo cáliz que Él), especialmente en los momentos en que nos sentimos emocionados acerca de nuestra fe, a causa de una estupenda liturgia, o de una misión parroquial inspiradora, o de una experiencia de oración increíble, o durante la Adoración del Santísimo Sacramento.
Jesús nos invita a tomar su cáliz y a beber de él y nosotros decimos sí, por supuesto, queremos todo lo que Él ofrece. ¡Pero, luego, tiramos su copa porque sabe muy amarga!
Es muy desagradable servir a "las necesidades de todos" como nos dice Jesús que debemos hacer. Aspirar a la grandeza en la vida espiritual, significa imitar a Jesús en todo el camino a la cruz, hasta dar nuestras vidas como rescate por los demás, abandonar totalmente nuestras zonas de confort y acoger las zonas de malestar que nos son impuestas, dejar de lado nuestros propios intereses en beneficio de los afligidos.
Preferimos la mediocridad, acomodándonos a una vida espiritual menos demandante. Nos colocamos a nosotros mismos en el centro de nuestra fe, no a la cruz de Cristo.
Jesús es el rescate, el sacrificio, el Salvador y Redentor. Por esta razón, tú y yo hemos sido rescatados del tormento de estar alejados de Dios. Pero hay mucho más en nuestra salvación que esto. No podemos crecer espiritualmente a menos que pongamos nuestra fe en acción, y eso significa imitar a Jesús todo el camino hacia donde de veras importa, que es la cruz. Es ahí donde nuestro amor por Dios se pone a prueba y madura. Es ahí donde nuestro amor por los demás hace la gran diferencia.
El profeta del Antiguo Testamento, Jeremías, experimentó este tipo de sufrimiento. Como observamos en la primera lectura de hoy, a él lo odiaron por decir la verdad, pero el continuó con su ministerio, porque le importaban los Israelitas extraviados.
Cuando otros pecan en contra nuestra, si los perdonamos, nos colgamos en la cruz con Jesús, diciendo con Él, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Este amor no merecido, es como ponemos nuestras vidas para el rescate de otros. Los perdonamos (dejamos ir el rencor y le pedimos a Dios que los bendiga) sin importar si nos empiezan a tratar bien o no, aun si no podemos permanecer en la vida de esa persona.
Los perdonamos, no porque obtendremos una respuesta amorosa y saludable que nos hará ser felices (que con frecuencia no sucede), sino porque queremos seguir a Jesús. Queremos la santidad.
Cuando oramos el "Padrenuestro", le pedimos a Dios que nos perdone, así como perdonamos a los demás. Eso nos amarra al "contrato" del amor. Dios nos va a perdonar, tanto como nosotros perdonamos a los demás. Aun así, no perdonamos a los demás para hacer que Dios nos perdone a nosotros; perdonamos porque queremos ser como Jesús
El fragmento inspiracional de hoy: No podemos crecer espiritualmente a menos que pongamos nuestra fe en acción, imitando a Jesús todo el trayecto, hasta donde de veras importa.
Oración para hoy:
Señor, presérvame del egocentrismo y de cuidar sólo mis intereses. Corrígeme si lo hago y trabaja en mí, para que sea un verdadero instrumento de Tu Nombre, al servicio de los demás. Amén.