Lecturas para este día: Jeremías 7: 23-28. Lucas 11: 14-23.
¨Ojalá escuches hoy su voz: No endurezcan su corazón¨. Salmo 94.
El hijo menor recogió todas sus cosas, se marchó a un país lejano…
Que el ¨hijo pródigo¨ deje su hogar, es mucho más que un simple acontecimiento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mi ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras.
Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139: 13-15).
Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.
El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: ¨Tú eres mi hijo amado¨, en quien me complazco¨, la misma voz que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo oscuro, haciendo que permanezcan en la luz.
Yo he oído esa voz. Me habló en el pasado y continuá hablándome ahora. Es la voz del amor que no deja de llamar, que habla desde la eternidad y que da vida y amor dondequiera que es escuchada. Cuando la oigo, sé que estoy en casa con Dios y que no tengo que temer miedo a nada.
Como el Amado de mi Padre celestial, ¨aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré¨(Salmo 23: 4).
Como el Amado, puedo curar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos, arrojar a los demonios (Mateo 10: 8).
Como el Amado, puedo enfrentarme a cualquier cosa, consolar, amonestar, y animar sin miedo a ser rechazado y sin necesidad de afirmación.
Como el Amado, puedo sufrir persecución sin sentir deseos de venganza, y recibir alabanzas sin tener que utilizarlas como prueba de mi bondad…