Lecturas para este día: Isaías 65: 17-21. Juan 4: 43-54.
¨Te alabaré, Señor, eternamente¨. Salmo 29.
La cuestión es la siguiente: ¿A quién pertenezco? ¿A Dios o al mundo?
Muchas de mis preocupaciones diarias me sugieren que pertenezco más al mundo que a Dios. Una pequeña crítica me enfada, y un pequeño rechazo me deprime. Una pequeña oración me levanta el espíritu y un pequeño éxito me emociona. Me animo con la misma facilidad con la que me deprimo.
A menudo soy como una pequeña barca en el océano, completamente a merced de las olas. Todo el tiempo y energía que gasto en mantener un cierto equilibrio y no caer, me demuestra que mi vida es, sobre todo, una lucha por sobrevivir: No una lucha sagrada, sino una lucha inquieta que surge de la idea equivocada de que el mundo es quien da sentido a mi vida. Mientras sigo corriendo por todas partes preguntando: ¨¿Me quieres?¨, concedo todo el poder a las voces del mundo y me pongo en la posición del esclavo, porque el mundo está lleno de ¨Sies¨.
El mundo dice: ¨Te quiero si eres guapo, inteligente y gozas de buena salud. Te quiero si tienes una buena educación, un buen trabajo y buenos contactos. Te quiero si produces mucho, vendes mucho y compras muchos. ¨Hay interminables ¨sies¨ escondidos en el amor del mundo. Estos ¨sies¨ me esclavizan, porque es imposible responder de forma correcta a todos ellos.
El amor del mundo es y será siempre condicional. Mientras siga buscando mi verdadero yo en el mundo del amor condicional, seguiré ¨enganchando¨ al mundo, intentándolo, fallando, volviéndolo a intentar. Es un mundo que fomenta las adicciones porque lo que ofrece no puede satisfacerme en lo profundo de mi corazón.