La Reina Ester confiaba totalmente en Dios (como vemos en la primera lectura de hoy). Ella sabía que podía contar con su ayuda cuando habló audazmente con su esposo, el Rey Persa Artajerjes (también llamado Asuero), que estaba planeando matar a los judíos que vivían en su reino.
Al atreverse a interceder por su gente, puso en peligro su propia vida. Su fe en el amor de Dios le dio el coraje para hacer una diferencia en las vidas de los demás. Actualmente, los judíos conmemoran su coraje, en la Fiesta de Purim.
El escritor del Salmo responsorial de hoy también sabía que podía contar con la ayuda de Dios por la misma razón: Dios le amaba.
¿Estamos convencidos? Tenemos pruebas visibles de su amor, que el salmista no tenía -- Jesús que murió en la cruz por nosotros -- entonces ¿por qué a menudo actuamos como si no estuviésemos seguros que verdaderamente nos ama?
Jesús dice en el pasaje del Evangelio de hoy que encontramos lo que buscamos. Si estamos buscando el amor de Dios, lo encontraremos. Si estamos buscando la ayuda de Dios, la encontraremos. Jesús nos muestra su confianza total en el amor de Dios por ti cuando dice: "¡Golpea y la puerta se abrirá para ti!"
El problema es que nos quedamos a la puerta y golpeamos...y golpeamos...y golpeamos. Jesús nos está llamando "¡Pasa! ¡No está cerrado!" pero no le creemos. Algo aniñadamente inmaduro dentro de nosotros está convencido de que no lo merecemos.
Fuimos criados en un sistema de recompensas y castigos -- en casa, en la escuela, e incluso en la Iglesia en la era posterior a Trento y anterior al Vaticano II, cuando las personas temían ir al infierno si siquiera probaban un poquitito de caldo de pollo un viernes.
Aunque nuestros padres nos dijeron "Te castigo porque te amo", el niño en nosotros igualó amor con recompensa, y castigo con la retención del amor.
No obstante, ¡Jesús nos ama tanto que cargó con el castigo que merecíamos! Dios no está al otro lado de la puerta bloqueándola hasta que empecemos a portarnos perfectamente.
Cuando comprendemos lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz, nos damos cuenta que la puerta ya estaba abierta. Pasamos por el umbral y vivimos con Dios en una fe madura. Sólo entonces podemos hacer lo que Jesús nos pide al final de la escritura.
Mientras pensemos que nos merecemos el castigo, querremos castigar a otros. Cuando sabemos que somos amados sin importar cuán imperfectos y pecadores somos, es más fácil amar a los demás sin importar cuán imperfectos y pecadores sean. Tratamos a los demás de la forma en que nosotros deseamos ser tratados, porque la pregunta de quién merece qué ya no importa más.
Perdónate por todo lo que no te gusta de ti. Haz una lista y clávala en la puerta del reino de Dios. El Padre interpretará eso como un fuerte, bueno y resonante golpe, y abrirá la puerta de par en par. Ahora entra en su amor eligiendo amarte a ti mismo sin límites ni condiciones.
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