Parte 36
Así las cosas, empezamos a notar al correr del tiempo, que todos esos buenos deseos, que todos esos magníficos pensamientos que en nosotros renacieron junto con el nacimiento de esa nueva vida, se han ido modificando poco a poco, y tal vez sin que nos demos cuenta de ello, por situaciones y agentes extraños fuera de nuestro alcance, y esto se empieza a hacer notorio cuando vamos perdiendo el control en el comportamiento en ciertas áreas de la vida de nuestro hijo que se van presentando de diversas maneras. Esto comienza a suceder en cuanto nuestro hijo se encuentra de repente envuelto en ambientes notoriamente extraños y diferentes al entorno familiar o natural que le es conocido, lo que le va provocando poco a poco cambios en su conducta, lo que hace muy difícil que le demos a esa situación la importancia debida.
Cuando nosotros empezamos a notar; si es que estamos en condiciones de hacerlo, de que algo no está funcionando de acuerdo a como lo habíamos pensado, trataremos de corregir esas situaciones de cambios de conducta en nuestros hijos, que más que nada dificultan la comunicación que debería haber entre padres e hijos. Estas situaciones se dan por nuestra ignorancia con respecto a esos cambios hasta cierto punto naturales en el ser humano, que traen como consecuencia, que nuestras propias fallas como padres de familia se vean aumentadas, ya que el diario acontecer en nuestras vidas nos va colocando repetidas veces en situaciones de angustia, de desesperación, de frustración, de contienda, y de todo lo demás que nos preocupa, y somos distraídos, de tal manera, de esos nuestros primeros pensamientos tan positivos de todo lo que deseamos para nuestro hijo cuando nació, que inconscientemente dejamos al garete y sin control a esa nueva vida que en su momento fue lo más maravilloso e importante para nosotros. Esos momentos en los que tratamos de retomar el control en nuestro hijo para corregir su rumbo, son de una fuerte y terrible angustia, ya que esas situaciones por las que atravesamos hacen preguntarnos, ¿que pasó?, ¿en que fallé?, sin darnos cabal cuenta, de que la actitud hacia nuestro hijo, avalado por las situaciones negativas en que nos vimos y nos vemos expuestos a cada momento en nuestras vidas, no ha sido congruente con nuestros buenos deseos, con esos maravillosos pensamientos que surgieron incontenibles ya desde antes y que se reforzaron en ese preciso momento de su nacimiento, y, de repente, despertamos y caemos en la cuenta de que lo que está sucediendo en esa vida, de la cual tenemos que responder ante Dios, ante la sociedad, y ante la familia, se debe primordialmente a un descuido sin duda tradicional y por lo mismo inconsciente, pero al fin descuido, que hace que la situación por la que atravesamos regularmente los padres de familia, se torne más difícil de lo que realmente hubiera sido si hubiéramos tenido la capacidad espiritual de prevenirlo.