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No me digas la verdad,
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que la verdad delimita;
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dime universalidades
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de ficciones y mentiras.
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Dime que te canta el alma
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aunque lloras y suspiras,
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y si otro vive en tu mente,
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afírmame que eres mía.
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¿No te narraba tu madre,
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junto al lecho, siendo niña,
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cuentos de príncipes, de hadas,
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de dragones, de walkirias,
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de aventuras imposibles,
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que tan ciertas parecían?
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Tus ojos grandes, ingenuos,
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flotaban a la deriva
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sobre un mar azul y verde,
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perdidos en la neblina,
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o bajo un cielo sin nubes,
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fulgurante, sin orillas.
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Y hubo noches en que, insomne,
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mendiga de lejanías,
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reclamabas otro mito,
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otra piadosa mentira.
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Hazme soñar, no me cuentes
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la realidad de la vida;
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libé la copa del llanto,
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y hoy quiero beber sonrisas.
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Una fábula improbable,
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una leyenda optimista,
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una historia que la historia
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considere fantasía.
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Y si mañana estuvieras
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a mi lado todavía,
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al caer la última arena,
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dale vuelta a la clepsidra,
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e inventa nuevas quimeras,
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o repíteme las mismas.
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Pero que sean tus besos
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de amante, que no de amiga.
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