Nadadora de noche, nadadora entre olas y tinieblas. Brazos blancos hundiéndose, naciendo, con un ritmo regido por designios ignorados, avanzas contra la doble resistencia sorda de oscuridad y mar, de mundo oscuro. Al naufragar el día, tú, pasajera de travesías por abril y mayo, te quisiste salvar, te estás salvando, de la resignación, no de la suerte. Se te rompen las alas, desbravadas, hecho su asombro espuma, arrepentidas ya de su milicia, cuando tú les ofreces, como un pacto, tu fuerte pecho virgen. Se te rompen las densas ondas anchas de la noche contra ese afán de claridad que buscas, brazada por brazada, y que levanta un espumar altísimo en el cielo; espumas de luceros; sí, de estrellas, que te salpica el rostro con un tumulto de constelaciones; de mundos. Desafía mares de siglos, siglos de tinieblas, tu inocencia desnuda. Y el rítmico ejercicio de tu cuerpo soporta, empuja, salva mucho más que tu carne. Así tu triunfo tu fin será, y al cabo, traspasadas el mar, la noche, las conformidades, del otro lado ya del mundo negro, en la playa del mundo que alborea, morirás en la aurora que ganaste.