PUERTO PADRE, Cuba, marzo, www.cubanet.org – Inaudito, pero por increíble que parezca, no deja de ser cierto: este sábado los cubanos cumplimos 60 años de dictadura ininterrumpida. Seis años, 9 meses y 21 días en manos del dictador Fulgencio Batista y 53 años bajo la… “dictadura del proletariado”.
Sólo quienes hemos vivido esta experiencia conocemos la agresión que representa cualquier tiranía a la libertad individual, por lo que asombra que quienes siempre vivieron en democracia, o incluso bajo dictaduras de derecha, se empeñen en idealizar las dictaduras comunistas.
Según Fidel Castro en su discurso del 2 de enero de 1965, pronunciado en ocasión del sexto aniversario de la caída de la dictadura de Fulgencio Batista, el socialismo es una etapa de tránsito que políticamente se caracteriza por ser la dictadura del proletariado.
Con tantas detenciones por motivos políticos ocurridas por estos días y durante más de medio siglo, con los apedreamientos a opositores por turbas conducidas, incluso, con la negación a los disidentes de las ocupaciones más primarias del ser humano, porque quienes disienten en Cuba no pueden poseer ni una simple escopeta de caza, un bote para ir de pesca, ni mucho menos obtener una parcela para labrar la tierra, cabe preguntarse: ¿El tránsito de la dictadura del proletariado en Cuba es en retroceso al feudalismo?
En aquel discurso de 1965, Fidel Castro se preguntaba: “¿Acaso el concepto de dictadura del proletariado está en contradicción con el concepto de democracia?”, y respondió “No”.
Por los crímenes de Stalin, el pueblo cautivo de Cuba o los tanques en la Plaza Tiananmen la pregunta debió ser: ¿Acaso la dictadura del proletariado actúa diferente a cualquier otra dictadura?
A propósito de la tiranía de Batista y lo que esta podría significar para Cuba y América, el 15 de mayo de 1958, el entonces presidente del Colegio de Abogados de Cuba, doctor José Miró Cardona expresó en una conferencia de juristas del estado de Florida:
“No vengo a esta reunión a plantear problemas políticos de mi país. Esas cuestiones deben quedar encerradas en las fronteras de la nación; pero los hechos que vienen sucediéndose en Cuba en violación reiterada de los derechos humanos, desbordan los cauces de lo estrictamente político para afectar las bases de la nacionalidad y poner en peligro la esencia de la democracia occidental en todo el continente americano. Existe en mi país una dictadura férrea que, como toda dictadura, es el caldo de cultivo para que germine y fructifique la simiente del comunismo, que niega a Dios, a la patria y a la familia”.
Sabemos cómo el primero de enero de 1959 fructificó en Cuba la semilla de la dictadura del 10 de marzo de 1952 y cómo desde ese mismo año se esparció por Latinoamérica, donde todavía hoy produce muertos, secuestros y querellas. No es fortuita la ausencia de Cuba en la Cumbre de las Américas ni la presencia en La Habana del presidente de Colombia esta semana.
También es conocido a dónde en la isla fueron a parar Dios, la patria y la familia mientras existió la Unión Soviética; raíz, tronco y follaje de esa simiente.
Con todo, es útil establecer algunas analogías por aquello de que no significa lo mismo dictadura del proletariado que dictadura de camarilla.
La dictadura de Fulgencio Batista, nacida el lunes 10 de marzo de 1952, empleó 24 días para derogar la Constitución de la República y establecer sus propios estatutos el viernes 4 de abril de 1952.
La dictadura del proletariado, que entonces no se dijo tal –se autoproclamaba movimiento revolucionario encargado de echar al dictador y restablecer el orden constitucional- empleó 37 días, no para reinstaurar la Constitución, sino para echarla abajo y promulgar una nueva Ley Fundamental el 7 de febrero de 1959, suprimiendo todo el articulado referente a los procesos electorales.
Y… ¡qué coincidencia!, la dictadura del proletariado reprodujo casi literalmente en el artículo 232 de su Ley Fundamental el artículo 257 de los Estatutos del Viernes de Dolores, rubricados por el dictador Fulgencio Batista.
De un plumazo suprimían, tanto una dictadura como la otra, el Inciso a del artículo 285 de la Constitución de 1940, con lo cual el gobernante de turno y su Consejo de Ministros podían modificar los comicios a conveniencia, y no como establecía la carta magna de 1940, sólo mediante referendo a propuesta de no menos de 100,000 electores.
Como en la década de los años 50 del pasado siglo, cuando la dictadura de Batista fue renuente al diálogo con la oposición en la sociedad civil, la llamada dictadura del proletariado hoy se mantiene reacia a escuchar opiniones discrepantes, sometiendo a sus oponentes a un estado de segregación sólo equivalente al apartheid sudafricano.
También como en aquella época, aunque todos los partidos políticos buscan el mismo fin, que es conseguir finalmente la tan añorada democracia, también hoy enfrentan el totalitarismo, como antes enfrentaron la dictadura de Batista, sin la imprescindible unión estratégica.
La prensa independiente crea estados de opinión y ejerce influencia positiva en el pueblo, pero como en ninguna otra dictadura, hoy está amordazada dentro de la isla como jamás en su historia.
Como tampoco nunca lo estuvieron, hoy la mayoría de los intelectuales cubanos, conciencia cívica de la nación, hartos de mecenazgos o muertos de miedo, permanecen callados, aunados al discurso oficial o, si acaso, recitando parábolas y verbos.
Solo un grupo de la sociedad civil, las Damas de Blanco, están a la vista dentro de la isla y dada su capacidad de crecer cualitativa y cuantitativamente, quizás logre la posibilidad de que el pueblo cubano despierte de su letargo, orientando así su capacidad cívica a destinos más elevados.
El papel de la Iglesia católica, en tanto el régimen no acepta contraparte, tiene más utilidad como plantadora de valores morales que como mediadora en una mesa donde solo existe una silla.
En definitiva, Cuba continuará siendo o dejará de ser lo que su pueblo, tanto dentro como fuera de la isla, se lo proponga en el momento que decida ejercitar sus derechos, aunque parezca increíble que solo dos hombres –Fulgencio Batista y Fidel Castro- han sido los que han administrado sus sueños durante 60 años.