CARLOS VÁZQUEZ IRUZUBIETA 11/1/2009 I Publicado en
Iruya.com. «La obra de Mario Sabán se limita a confrontar
las normas morales del judaísmo con las de Jesús, y de la existencia de
semejanzas, similitudes e identidades indiscutibles no es posible concluir con
afirmaciones que nieguen la divinidad de Jesús, algo que por cierto no hace, al
menos explícitamente».
Mario Javier Sabán acaba de publicar un
libro de algo más de seiscientas páginas que ha titulado “El judaísmo de Jesús”,
y cuyo propósito declarado fue el demostrar que Jesús nació, vivió y murió como
judío, que no fue el creador de una nueva religión y que jamás pretendió ser
Dios.
El judaísmo de Jesús En este artículo no pretendemos
examinar todo el trabajo comparativo de tan extensa obra, es decir, de sus
veinticinco capítulos, por lo que nos limitaremos a unos pocos ejemplos que
servirán para entender lo que afirma Mario Sabán y lo que pudiera responder un
buen católico desde la perspectiva de su fe.
La cuestión no parece
demasiado novedosa si no fuera por la dedicación implacable del autor, que ha
dedicado varios años en recopilar información de la Torá (El Pentateuco) y
algunos versículos de otros libros de la Tanak (Antiguo Testamento), para
confrontarlos con pasajes de los libros canónicos del catolicismo, de modo
esencial con los Evangelios y pocas citas de los Hechos de los Apóstoles y otras
de las Epístolas de San Pablo.
De tal confrontación resulta que toda la
prédica evangélica de Jesús tiene como fuente los libros sagrados del judaísmo y
la tradición talmúdica; es decir, la tradición escrita y la tradición oral del
judaísmo. Mario Sabán quiere demostrar y lo consigue, que Jesús fue un rabino
fariseo muy culto e inteligente, que no se sirvió de una sola vertiente para dar
a conocer su ética farisea, como que principalmente hizo suya la prédica
flexible de Hillel El Anciano en la interpretación de la ley mosaica,
mostrándose en otras pocas ocasiones rígido en la ortodoxia, como uno más de
entre los seguidores del rabí fariseo Shammay.
También se sirvió de la
prédica de los esenios, como en la parábola del joven rico a quien aconseja que
si quiere lograr la vida eterna en el Reino, debe vender todos sus bienes y
repartirlos entre los pobres (Mateo 19, 16-22), lo que constituye una norma
básica de los esenios, quienes compartían todos sus bienes en estricta comunidad
material y espiritual, mientras que los fariseos se conformaban con el diezmo,
no de sus bienes sino de sus ingresos. Otros ejemplos de la doctrina esenia que
Mario Sabán no cita, son: la parábola de los lirios del campo (Mateo 6, 24-34),
y el óbolo de la viuda en Lucas 21, 1-4 y Marcos 12, 38-44. Algunos autores
masones afirman que la madre de Jesús provenía de la secta esenia, afirmación
que en este momento es para nosotros, imposible de admitir o negar.
La
hermenéutica flexible del “hilelismo” le permitió a Jesús el liberar algunos
aspectos básicos de la Torá, como el alcance razonable del Shabat, haciendo suyo
el mensaje de que el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el
sábado, por lo cual no resultaba una infracción al Sahabat el curar a un enfermo
en el día del Señor. Frente a esta flexibilidad hermenéutica de los cinco
primeros libros de la Biblia, el autor reclama para Jesús la comprensión de
haber respetado sin concesiones los mandamientos esenciales del judaísmo, como
el reiterar que el principal de todos es el Shemá Israel (Escucha Israel) y el
segundo, el amar al prójimo como a uno mismo, de los que dan cuenta Mateo 32,
34-40 y Marcos 12, 28-34; en cuanto a Juan 13, 34-38, le otorga al amor al
prójimo la categoría de “Nuevo Mandamiento”, que nada tiene de novedoso porque
ya estaba impuesto más de dos mil años antes en el Los Números (Levítico) en 19,
16-18. En cuanto al Shamá Israel, siglos antes de ser escrito en los Evangelios
como el primer mandamiento en palabras de Jesús, ya estaba consagrado en el
Deuteronomio (Devarim) 6, 4-9.
El autor destaca o más bien recuerda al
lector, que Jesús fue un fariseo pues, entre otras razones, porque estaba
siempre dispuesto a discutir con otros rabinos fariseos como él, algo impensable
respecto de los saduceos del Siglo I; por lo demás, a diferencia de los saduceos
y esenios, como todo fariseo creía y pregonaba la inmortalidad del alma, la
resurrección y la existencia de los ángeles. La polémica con los saduceos acerca
de la resurrección se puede leer en Mateo 22, 23-33 o Marcos 11,
27-33.
El propósito constante de Mario Sabán consiste en demostrar sin
lugar a dudas, que Jesús jamás intentó crear una nueva religión (Mateo 5, 17-18)
sino que, al elegir a sus discípulos, lo que se proponía era dejar fundada una
secta farisea que consolidara entre los judíos su pensamiento expansivo de la
moral judía escrita en la Torá, sin contradecirla sino ampliando y profundizando
su contenido sagrado. En este aspecto, Jesús instruía a sus apóstoles para que
no vayan “a tierra de gentiles”, con lo cual se comprueba que jamás pensó en
extender su prédica fuera del ámbito del judaísmo; es decir, lejos de todo
proselitismo universalista.
Esta secta que se la conocía como la de “los
hombres buenos” antes de tomar el nombre de “cristianismo”, estaba impregnada de
un mesianismo nada extraño para los judíos fariseos. Lo que el autor de esta
obra no se atreve a dar una respuesta asertiva (y con buen criterio) es si Jesús
tenía o no conciencia de su mesianismo o para decirlo de otro modo, si creía que
era él mismo el Mesías, o si solamente estaba en este mundo para acelerar la
llegada del Reino. Ni siendo un excepcional psicólogo sería posible acertar con
una definición en este sentido sin otra materialidad comprobable que las propias
palabras de Jesús en los Evangelios. Mario Sabán recuerda la existencia de una
prueba histórica en el sentido de que Jesús estaba con sus acciones y
enseñanzas, acelerando la venida del Reino, como consta en Mateo 4, 17, y con
ello, cumpliendo con el deber de todo judío; es decir, acelerar la Redención.
Para no perder el tiempo con otras pruebas, baste recordar la única oración que
enseña Jesús a sus seguidores: el Padrenuestro (Mateo 6, 9-13), en la que se
debe recitar: “Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros Tu Reino...”, lo que confirma sin lugar a dudas, que Jesús
jamás pensó que con su venida se producía la Redención ya que en esta oración
rogaba a Dios que “venga a nosotros el Reino”.
Algo que debe quedar claro
es que Mario Sabán no pretende en ningún momento establecer una polémica acerca
de las cuestiones dogmáticas del cristianismo, al que dice respetar como a
cualquiera doctrina sagrada. El trabajo del autor consiste en mostrar las
similitudes entre la doctrina moral judía y la doctrina moral cristiana,
comprobando que no existe diferencia entre una y la otra. Llega a afirmar que
gracias al universalismo de la doctrina de Jesús, la Torá judía se ha extendido
por todo el planeta o sea, que el cristianismo en su afán de independizarse de
la religión judía, ha extendido por todos los rincones de la tierra precisamente
al judaísmo de Jesús, gracias a que la secta mesiánica de Pablo, con el Concilio
de Jerusalén (año 50 o 51), se abrieron las puertas a los gentiles que
ingresaron masivamente en un judaísmo que ya no era tal, como que unas de las
condiciones que ponían los judíos mesiánicos tradicionales del fariseísmo era la
de la circuncisión de los gentiles, a lo que se oponían influyentes fariseos
como Saulo (Pablo) de Tarso, a quienes sólo les exigía el juramento de la fe,
con lo cual la circuncisión quedó desterrada de la secta que pasó de ser
mesiánica a ser cristológica y como consecuencia de ello, el rabino Jesús,
también Profeta, se convirtió en el Dios-Hijo de la Santísima
Trinidad.
Más que ensayar una defensa tímida del cristianismo, (doctores
tiene la Iglesia) quisiera mostrar a Mario Sabán algunos puntos de vista que
sirvieran, siquiera con humildad y firmeza, a la limpieza de la doctrina sagrada
que ha quedado empañada con esta obra.
Primeramente he de decir que esta
actitud intelectual de Mario Sabán, respetuosa de los dogmas católicos y en
general cristianos, es algo engañosa en el sentido de que, al limitar su obra al
examen solamente literal (exotérico) de los libros canónicos cristianos, deja
fuera toda posibilidad de salvar al cristianismo del vendaval de información
cierta pero destructiva. Y esto no es un juicio de intenciones sino un hecho
comprobable con la sola lectura de su obra, concisa y sólidamente estructurada.
Este resultado se debe al método parcial de encarar el estudio de una doctrina
sagrada, cualquiera ella sea.
Lo que habría que aclarar es que si toda
religión se compone de dogmas, ética y rituales, con la sola explicación y
desarrollo intelectual de las normas morales no se produce un acercamiento
verdadero a su contenido sagrado. La obra de Mario Sabán se limita a confrontar
las normas morales del judaísmo con las de Jesús, y de la existencia de
semejanzas, similitudes e identidades indiscutibles no es posible concluir con
afirmaciones que nieguen la divinidad de Jesús, algo que por cierto no hace, al
menos explícitamente. Al fin de cuentas, las normas morales de todas las
religiones se asemejan cuando no, incluso, se identifican, pues nada malo para
el hombre puede pregonar una religión. Lo que distingue a las religiones son
los dogmas, o dicho de otro modo y parafraseando al catolicismo, todo aquello
que constituya un artículo de fe.
Mario Sabán quiere reconquistar al
rabino Jesús reivindicando sus enseñanzas para devolverlo al seno del judaísmo
del que la Iglesia Universal lo apartó, según lo reitera en sus conclusiones. Es
una tarea encomiable mas, lo que no podrá nuestro amigo judío, es restarle a
Jesús su condición de Dios-Hijo, la realidad dogmática de su doble naturaleza,
su resurrección anticipada del resto de la humanidad antes del resultado final
de la Redención en términos judíos y el hecho de que, rabino en su condición de
hombre, con su Crucifixión y Muerte o inició la Redención, o la aceleró, habida
cuenta que en el propio judaísmo se admite una doble cualidad de lo que se ha
dado en llamar la era mesiánica; esto es, el mesianismo como proceso histórico
para el hombre, y el mesianismo como resultado final de ese proceso. Pero estas
son cuestiones muy arduas para el contenido de esta nota
bibliográfica.
Finalmente debo decir que del mismo modo que los rabinos
fariseos se han atribuido el derecho a interpretar con flexibilidad las normas
de la Torá y se los ha creído y respetado durante siglos, no creo que a los
gentiles incorporados masivamente al judaísmo mesiánico después del Concilio de
Jerusalén se les pueda negar el derecho de convertir el movimiento mesiánico del
judaísmo fariseo, en un cristianismo religioso que acoja a los judíos mesiánicos
que lo deseen y a los gentiles repudiados desde siempre por el judaísmo del
Siglo I. Convertir el mesianismo en cristología no es heterodoxia, sino el
advenimiento de una nueva religión fundada en una nueva fe, cuyas normas morales
provienen de la tradición hebrea. Porque tampoco se les puede negar a los
gentiles desjudaizados el aferrarse a su nueva fe cristológica, al interpretar
con flexibilidad algunos aspectos de los libros canónicos del cristianismo,
especialmente los Evangelios, en cuyas palabras pudieron hallar rutas esotéricas
que los condujeran al descubrimiento de la divinidad de Jesús, del Jesús Divino;
no del Jesús rabino que, dicho sea de paso, por el libro de Mario, muchos serán
quienes terminen conociéndolo mejor.
Este artículo está escrito con
afecto para mi amigo judío Mario Javier Sabán, que lo esperaba.
Shalom
http://www.eljudaismodejesus.com/index.php/opiniones/lectores/71-lmario-saban-quiere-reconquistar-al-rabino-jesus-reivindicando-sus-ensenanzasr
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