LA CUESTIÓN DEL LIBRE ALBEDRIO
Un hombre libre debe tener una conducta apropiada que permita la convivencia con otros seres humanos. Y es libre de tomar las decisiones más acertadas.
Por supuesto que es una consideración moral, determinar cuales decisiones son más o menos acertadas.
El asunto del libre albedrío es una doctrina: conjunto de razones y verdades que responsabilizan al ser humano por las consecuencias de sus actos.
De esta doctrina se identifica otro orden, por así decirlo, que cuestiona el proceder de cada persona y exige una rendición de cuentas.
Es la condición de aceptar a Dios como soberano, y no como una creación de nuestra mente.
Es importante observar que la idea de Dios va enlazada con un juicio y una rendición de cuentas, y al aceptarlo, declaramos que la justicia es soberana, incluso sobre nuestros pensamientos.
La responsabilidad con la que realicemos nuestros actos, dicen bien, de nuestro carácter.
La idea de Dios va implícita con la virtud, y es necesidad del ser humano practicarla, para fijar una ruta en el camino hacia la realización trascendente a la que ha sido llamado.
La responsabilidad de los actos de cada uno son distintas, por ejemplo la responsabilidad de su actos de quién fue criado en un hogar estable, con el padre y la madre amorosos y solícitos en brindar protección y guía, no es la misma que la responsabilidad por sus actos de quién creció en una “olla” o lugar de miseria y delito; y fue victima de abusos por su indefensión en las etapas de la niñez; y no fue a una escuela, ni cultivó su pensamiento; ni elaboró cuadros de virtud; ni formó la idea del respeto.
¡¿Cómo va a ser igual la responsabilidad del uno y la responsabilidad del otro?!
Esta forma de crecer en la pobreza más abyecta, es un agravio a la dignidad humana, y la persona que caiga en este abismo debe ser la mas digna de lástima, y de consideración. Mientras existan estos niveles de abandono y miseria, darán testimonio de nuestro primitivismo y de que no hemos superado la “bestia salvaje” que nos posee y que causa desolación.
Si atribuimos a Dios todo cuanto sucede y acontece, entonces no hay responsabilidad de nadie en el uso de su libertad, asumiendo que la libertad debe ser definida de manera igual para todos. Pero la circunstancia de cada uno es diferente a la de otro.
Si no existiera responsabilidad por los actos de cada uno, ¿Para qué sirve el perdón?
La responsabilidad es una forma de probidad; y para ser probos hemos sido edificados en ideas superiores de amor y reconciliación.
Para los hebreos, por ejemplo, la persona debe ser instruida en el conocimiento de las normas y las buenas costumbres:
4 “Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.
5 Y amarás a Jehová tu Dios, de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;
7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.
8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales en tus ojos”. Deuteronomio 6: 4,…8.
Personas que han sido edificadas en el conocimiento de Dios, con tal rigor, están en capacidad de discernir mucho más asuntos relacionados con la conducta. Estas personas pueden entender los alcances de la ley y la justicia.
Pero, en otros pueblos a donde llegó este mensaje, difícilmente estará al alcance de todos practicar la virtud que se obtiene mediante la enseñanza de estos principios.
El mensaje de Cristo es distinto; Cristo nos involucra en una nueva teología: el Padre celestial ama a todos sin distingos; y por medio del sacrificio de Jesús extiende su justificación a todos, sea quien sea, gústele a quien le guste.
Y tenemos mejores promesas en Cristo; promesas eternas, para siempre; promesas que superan las expectativas que tiene este mundo. No solo debemos creerlo sino plantear nuestras vidas en estas visiones.
Ignacio Gómez Yockovich