Los evangelios son complementarios entre sí, y en conjunto demuestran que una mano maestra guió su escritura.
Lo que se demuestra con el juicio más infame de la historia, es el afán de la clase dirigente judía por asesinar a Jesús, pues no hallaban una causa legal en su contra, y no concordaban los testimonios falsos que habían querido fraguar para acusarle. Cuando Jesús fue arrestado nadie había imputado cargos en su contra. Primero fue detenido y luego los sacerdotes y el sanedrín quisieron buscar testigos pero no hallaron dos que concordaran en su testimonio como lo requería la ley judía, incluso esa labor de buscar testigos no le correspondía al tribunal; y la atrocidad en este procedimiento es mayor para celebrarse un juicio capital.
Jesús primero fue llevado a casa de Anás, quien había sido sumo sacerdote y este comenzó el interrogatorio tratando de encontrar la causa que le buscaban, pero se seguía violando la ley porque las acusaciones sobre un delito castigado con pena de muerte no debían atenderse de noche, ni a puertas cerradas sino en audiencia pública. Jesús mismo le hace saber que el interrogatorio era ilegal cuando le dice “¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho” porque no era el acusado quien debía declarar, sino los testigos; pero el procedimiento legal no le interesaba a Anás ni a los principales con los que estaba asociado en esta aberración jurídica. Por esto sus captores luego lo llevaron a casa del sumo sacerdote Caifás quien continuó de noche el juicio ilegal; y como allí tampoco concordaban los falsos testimonios que urdían en su contra con el fin de darle muerte, Caifás utilizando una táctica sucia instigó a Jesús para que se manifestara sobre las falsas acusaciones que ni concordaban entre sí. Finalmente cuando Jesús reconoce delante de este que él sí era el Mesías; creen hallar lo que buscaban tan afanadamente y le acusan de blasfemia.
La ley romana que se imponía en Judea no permitía que los judíos ejecutaran a muerte a sus condenados por esto Jesús fue enviado ante Pilato, con el inconveniente para ellos que la blasfemia no era delito en Roma, por esto los sacerdotes cambiaron astutamente el cargo de blasfemia por el de traición, diciéndose que Jesús reunía al pueblo comenzando desde Galilea contra el César, pero ni aún así Pilato halló en Jesús ninguna falta porque era evidente su inocencia, y con habilidad política lo envió delante de Herodes quien tenía jurisdicción sobre Galilea.