“Y el que fue sembrado en pedregales, es el que oye la palabra, y al
momento la recibe con gozo;
pero no tiene raiz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la
aflicción o la persecución por causa de la Palabra, luego tropieza”. (Mateo 13.20,21)
Una creencia muy extendida desde que se tiene memoria, es que los hombres en su relación con la Divinidad, esperan de Ella solo beneficios, a cambio de una conducta que los hombres consideren justa y apropiada.
Así, los hombres crean una imagen de la “divinidad”, según su propia visualización: un dios en
la medida de su propia mente. Un dios que acuda presto a otorgar los beneficios que los hombres consideren apropiados para sí.
Esta relación (religión) primitiva de ver a Dios, no tiene raíces. No posee la profundidad requerida para acercarse al conocimiento real de la voluntad y el propósito Divinos. Es una forma egoísta de acomodar la voluntad de un dios “mediocre”, con la voluntad, también mediocre, del creyente, quién solo espera satisfacer sus deleites más allá de sus necesidades, sin límites claros entre lo apropiado y lo superfluo.
Esta persona no distingue, no discierne, no considera el dolor de la gran mayoría de seres humanos esclavizados a la voluntad de un dios superfluo que han creado, como conviene a unos pocos esclavizadores abominables.
Pensar de esta manera es considerar que una vez termine nuestra vida, ya no habrá más.
Están en concordancia con el Pacto Antiguo que se estableció sobre los beneficios de la propiedad privada, ya que lo importante en la vida es conseguir el mayor bienestar posible, sin límites muy claros, pues vemos poseer en excesos inconcebibles.
Profundizar en el pensamiento de Jesús nos provee de “raíces” para profundizar en la tierra, porque
“...de suyo tiene fruto la tierra...”
El apego a las cosas perecederas esclavizan en el fetiche de pensar que somos lo que
tenemos, y nos conduce a la visión egoísta donde cada cual toma para si lo que considera justo
y necesario, sin límites claros, haciéndonos olvidar la causa, la causa del huérfano (Jeremías 5: 28).
Es un asunto muy interesante, que Jesús señala con su palabra y con su vida, que quién asuma el compromiso de aceptar la gracia de la salvación, es puesto a prueba y le acontecen todo tipo de aflicciones. Con estas penurias Dios busca examinar el corazón del hombre (Deuteronomio 8.2) para enmarcar el verdadero amor que él busca, desea y merece: que lo amen sobre todas las cosas.
El verdadero “hijo del reino” ama a Dios en la riqueza o en la pobreza; en la salud o enfermedad; en la penuria o en el deleite; en la honra o en la deshonra; Dios siempre ocupa el primer lugar en nuestras vidas.
Por eso, cuando alguien recibe la Palabra de Dios con gozo, debe también estar dispuesto a
“luchar” por esa condición restituida.
“Tener raiz” es penetrar con la mente dispuesta en los factores que originan la “realidad”. Es
indagar con espíritu de discernimiento las situaciones que se perciben a través de los sentidos;
es buscar la respuesta que requiere nuestra mente, inmersa en la Creación del Dios en el cual
nos movemos y somos y existimos.
La superficialidad es egoísta e injusta. El mal existente en el mundo habla sobre la ausencia de Dios en los hijos de iniquidad, y que puede salpicar a los desprotegidos como perro que se sacude; pero los hijos de Dios perseveran confiados en el cambio que viene sobre este mundo.
(Basado en las notas del maestro Ignacio Gómez Yackovich)
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