Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos. Y al oír Juan en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperamos a otro?
Juan “duda” de la persona del Mesías, aunque días antes ya le había bautizado, y había visto el cielo “abrirse” y escuchar la voz que dijo: “Este es mi hijo muy amado, en quién tengo complacencia”.
Juan, como todo israelita creía que el reinado del Cristo se caracterizaría por el poder que asumiría el Mesías príncipe, liberando a Israel de las cadenas, asumiendo el control político y social de la tierra con los judíos en el gobierno (como se les había prometido); pero el Mesías libertador se manifestaría después.
Una creencia muy arraigada en la nación judía sostiene que en cada generación nace un “naguid” o príncipe, con la categoría suficiente para ser el Mesías prometido. Sabemos por datos históricos que se han presentado muchos “naguid” diciendo ser el Mesías. Según esta creencia, para que un naguid cumpliera la promesa de representar al Mesías, dicha generación “debía merecerlo”. Desde la perspectiva de esta creencia, Jesús fue el naguid de esa generación, y no quisieron reconocerlo.
Juan no dimensionó cabalmente que la restauración mesiánica se iniciaba en el espíritu. La libertad de Cristo no se iniciaba con el rompimiento de las “cadenas”, sino con la creación de un propósito en la mente del ser humano, donde pueda la libertad manifestar su plenitud. Para que el heredero pueda disfrutar de la herencia, debe saber primero qué va a hacer con ella.
(Basado en las notas del maestro Ignacio Gómez Yackovich)