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General: EL CAMPEON DE LA VERDAD BIBLICA
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Un campeón de la verdad de la Santa Biblia Martín Lutero REPRESENTANTE DE SU EPOCA .
Un nuevo emperador, Carlos V, había ascendido al trono de Alemania, y los emisarios de Roma se apresuraron a presentarle sus plácemes, y procuraron que el monarca emplease su poder contra la Reforma. Por otra parte, el elector de Sajonia, con quien Carlos tenía una gran deuda por su exaltación al trono, le rogó que no tomase medida alguna contra Lutero, sin antes haberle oído. De este modo, el emperador se hallaba en embarazosa situación que le dejaba perplejo. Los papistas no se darían por contentos sino con un edicto imperial que sentenciase a muerte a Lutero. El elector había declarado terminantemente “que ni su majestad imperial, ni otro ninguno había demostrado que los escritos de Lutero hubiesen sido refutados”; y por este motivo, “pedía que el doctor Lutero, provisto de un salvoconducto, pudiese comparecer ante jueces sabios, piadosos e imparciales” (D’Aubigné, lib. 6, cap. II).
La atención general se fijó en la reunión de los estados alemanes convocada en Worms a poco de haber sido elevado Carlos al trono. Varios asuntos políticos importantes tenían que ventilarse en dicha dieta, en que por primera vez los príncipes de Alemania iban a ver a su joven monarca presidir una asamblea deliberativa. De todas partes del imperio acudieron los altos dignatarios de la iglesia y del estado. Nobles hidalgos, señores de elevada jerarquía, poderosos y celosos de sus derechos hereditarios; representantes del alto clero que ostentaban su categoría y superioridad; palaciegos seguidos de sus guardas armados, y embajadores de tierras extrañas y lejanas, todos se juntaron en Worms. Con todo, el asunto que despertaba más interés en aquella vasta asamblea era la causa del reformador sajón.
Carlos había encargado ya de antemano al elector que trajese a Lutero ante la dieta, asegurándole protección, y prometiendo disponer una discusión libre con gente competente para debatir los motivos de disidencia. Lutero por su parte ansiaba comparecer ante el monarca. Su salud por entonces no estaba muy buena; no obstante, escribió al elector: “Si no puedo ir a Worms bueno y sano, me haré llevar enfermo allá. Porque si el emperador me llama, no puedo dudar que sea un llamamiento de Dios. Si quieren usar de violencia contra mí, lo cual parece probable (puesto que no es para instruirse por lo que me hacen comparecer), lo confío todo en manos del Señor. Aún vive y reina el que conservó ilesos a los mancebos en el horno ardiente. Si no me quiere salvar, poco vale mi vida. Impidamos solamente que el evangelio sea expuesto al vilipendio de los impíos, y derramemos nuestra sangre por él, para que no triunfen. ¿Será acaso mi vida o mi muerte la que más contribuirá a la salvación de todos? [...] Esperadlo todo de mí, menos la fuga y la retractación. Huir, no puedo; y retractarme, mucho menos” (ibíd., lib. 7, cap. 1).
La noticia de que Lutero comparecería ante la dieta circuló en Worms y despertó una agitación general. Aleandro a quien, como legado del papa, se le había confiado el asunto de una manera especial, se alarmó y enfureció. Preveía que el resultado sería desastroso para la causa del papado. Hacer investigaciones en un caso sobre el cual el papa había dictado ya sentencia condenatoria, era tanto como discutir la autoridad del soberano pontífice. Además de esto, temía que los elocuentes y poderosos argumentos de este hombre apartasen de la causa del papa a muchos de los príncipes. En consecuencia, insistió mucho cerca de Carlos en que Lutero no compareciese en Worms. Por este mismo tiempo se publicó la bula de excomunión contra Lutero, y esto, unido a las gestiones del legado, hizo ceder al emperador, quien escribió al elector diciéndole que si Lutero no quería retractarse debía quedarse en Wittenberg.
No bastaba este triunfo para Aleandro, el cual siguió intrigando para conseguir también la condenación de Lutero. Con una tenacidad digna de mejor causa, insistía en presentar al reformador a los príncipes, a los prelados y a varios miembros de la dieta, “como sedicioso, rebelde, impío y blasfemo”. Pero la vehemencia y la pasión de que daba pruebas el legado revelaban a las claras el espíritu de que estaba animado. “Es la ira y el deseo de venganza lo que le excita—decían—, y no el celo y la piedad” (ibíd.). La mayoría de los miembros de la dieta estaban más dispuestos que nunca a ver con benevolencia la causa del reformador y a inclinarse en su favor.
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Con redoblado celo insistió Aleandro cerca del emperador para que cumpliese su deber de ejecutar los edictos papales. Esto empero, según las leyes de Alemania, no podía hacerse sin el consentimiento de los príncipes, y Carlos V, no pudiendo resistir a las instancias del nuncio, le concedió que llevara el caso ante la dieta. “Fue este un día de orgullo para el nuncio. La asamblea era grande y el negocio era aún mayor. Aleandro iba a alegar en favor de Roma, [...] madre y señora de todas las iglesias”. Iba a defender al primado de San Pedro ante los principados de la cristiandad. “Tenía el don de la elocuencia, y esta vez se elevó a la altura de la situación. Quiso la Providencia que ante el tribunal más augusto Roma fuese defendida por el más hábil de sus oradores, antes de ser condenada” (Wylie, lib. 6, cap. 4). Los que amparaban la causa de Lutero preveían de antemano, no sin recelo, el efecto que produciría el discurso del legado. El elector de Sajonia no se hallaba presente, pero por indicación suya habían concurrido algunos de sus cancilleres para tomar nota del discurso de Aleandro. CS 137.2
Con todo el poder de la instrucción y la elocuencia se propuso Aleandro derrocar la verdad. Arrojó contra Lutero cargo sobre cargo acusándole de ser enemigo de la iglesia y del estado, de vivos y muertos, de clérigos y laicos, de concilios y cristianos en particular. “Hay—dijo—en los errores de Lutero motivo para quemar a cien mil herejes”. CS 137.3
En conclusión procuró vilipendiar a los adherentes de la fe reformada, diciendo: “¿Qué son todos estos luteranos? Un puñado de gramáticos insolentes, de sacerdotes enviciados, de frailes disolutos, abogados ignorantes, nobles degradados y populacho pervertido y seducido. ¡Cuánto más numeroso, más hábil, más poderoso es el partido católico! Un decreto unánime de esta ilustre asamblea iluminará a los sencillos, advertirá a los incautos, decidirá a los que dudan, fortalecerá a los débiles” (D’Aubigné, lib. 7, cap. 3). CS 137.4
Estas son las armas que en todo tiempo han esgrimido los enemigos de la verdad. Estos son los mismos argumentos que presentan hoy los que sostienen el error, para combatir a los que propagan las enseñanzas de la Palabra de Dios. “¿Quiénes son estos predicadores de nuevas doctrinas?, exclaman los que abogan por la religión popular. Son indoctos, escasos en número, y los más pobres de la sociedad. Y, con todo, pretenden tener la verdad y ser el pueblo escogido de Dios. Son ignorantes que se han dejado engañar. ¡Cuán superior es en número y en influencia nuestra iglesia! ¡Cuántos hombres grandes e ilustrados hay entre nosotros! ¡Cuánto más grande es el poder que está de nuestra parte!” Estos son los argumentos que más sacan a relucir y que parecen tener influencia en el mundo, pero que no son ahora de más peso que en los días del gran reformador. CS 138.1
La Reforma no terminó, como muchos lo creen, al concluir la vida de Lutero. Tiene aún que seguir hasta el fin del mundo. Lutero tuvo una gran obra que hacer: la de dar a conocer a otros la luz que Dios hiciera brillar en su corazón; pero él no recibió toda la luz que iba a ser dada al mundo. Desde aquel tiempo hasta hoy y sin interrupción, nuevas luces han brillado sobre las Escrituras y nuevas verdades han sido dadas a conocer.
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El concilio pidió entonces que compareciese ante él el reformador. A pesar de las intrigas, protestas y amenazas de Aleandro, el emperador consintió al fin, y Lutero fue citado a comparecer ante la dieta. Con la notificación se expidió también un salvoconducto que garantizaba al reformador su regreso a un lugar seguro. Ambos documentos le fueron llevados por un heraldo encargado de conducir a Lutero de Wittenberg a Worms. CS 140.1
Los amigos de Lutero estaban espantados y desesperados. Sabedores del prejuicio y de la enemistad que contra él reinaban, pensaban que ni aun el salvoconducto sería respetado, y le aconsejaban que no expusiese su vida al peligro. Pero él replicó: “Los papistas [...] no deseaban que yo fuese a Worms, pero sí, mi condenación y mi muerte. ¡No importa! rogad, no por mí, sino por la Palabra de Dios [...]. Cristo me dará su Espíritu para vencer a estos ministros del error. Yo los desprecio durante mi vida, y triunfaré de ellos con mi muerte. En Worms se agitan para hacer que me retracte. He aquí cuál será mi retractación: Antes decía que el papa era el vicario de Cristo; ahora digo que es el adversario del Señor, y el apóstol del diablo” (ibíd., cap. 6). CS 140.2
Lutero no iba a emprender solo su peligroso viaje. Además del mensajero imperial, se decidieron a acompañarle tres de sus más fieles amigos. Melanchton deseaba ardientemente unirse con ellos. Su corazón estaba unido con el de Lutero y se desvivía por seguirle, aun hasta la prisión o la muerte. Pero sus ruegos fueron inútiles. Si sucumbía Lutero, las esperanzas de la Reforma quedarían cifradas en los esfuerzos de su joven colaborador. Al despedirse de él, díjole el reformador: “Si yo no vuelvo, caro hermano, y mis enemigos me matan, no ceses de enseñar la verdad y permanecer firme en ella [...]. Trabaja en mi lugar. Si tú vives, poco importa que yo perezca” (ibíd., cap. 7). Los estudiantes y los vecinos que se habían reunido para ver partir a Lutero estaban hondamente conmovidos. Una multitud de personas cuyos corazones habían sido tocados por el evangelio le despidieron con llantos. Así salieron de Wittenberg el reformador y sus acompañantes. CS 140.3
En el camino notaron que siniestros presentimientos embargaban los corazones de cuantos hallaban al paso. En algunos puntos no les mostraron atención alguna. En uno de ellos donde pernoctaron, un sacerdote amigo manifestó sus temores al reformador, enseñándole el retrato de un reformador italiano que había padecido el martirio. A la mañana siguiente se supo que los escritos de Lutero habían sido condenados en Worms. Los pregoneros del emperador publicaban su decreto y obligaban al pueblo a que entregase a los magistrados las obras del reformador. El heraldo, temiendo por la seguridad de Lutero en la dieta y creyendo que ya empezaba a cejar en su propósito de acudir a la dieta, le preguntó si estaba aún resuelto a seguir adelante. Lutero contestó: “¡Aunque se me ha puesto entredicho en todas las ciudades, continuaré!” (ibíd). CS 141.1
En Erfurt, Lutero fue recibido con honra. Rodeado por multitudes que le admiraban, cruzó aquellas mismas calles que antes recorriera tan a menudo con su bolsa de limosnero. Visitó la celda de su convento y meditó en las luchas mediante las cuales la luz que ahora inundaba Alemania había penetrado en su alma. Deseaban oírle predicar. Esto le era prohibido, pero el heraldo dio su consentimiento y el mismo que había sido fraile sirviente del convento ocupó ahora el púlpito. CS 141.2
Habló a la vasta concurrencia de las palabras de Cristo: “La paz sea con vosotros”. “Los filósofos—dijo—doctores y escritores han intentado demostrar cómo puede el hombre alcanzar la vida eterna, y no lo han conseguido. Yo os lo explicaré ahora [...]. Dios resucitó a un Hombre, a Jesucristo nuestro Señor, por quien anonada la muerte, destruye el pecado y cierra las puertas del infierno. He aquí la obra de salvación [...]. ¡Jesucristo venció! ¡he aquí la grata nueva! y somos salvos por su obra, y no por las nuestras [...]. Nuestro Señor Jesucristo dice: ‘¡La paz sea con vosotros! mirad mis manos’; es decir: Mira, ¡oh hombre! yo soy, yo solo soy quien he borrado tus pecados y te he rescatado. ¡Por esto tienes ahora la paz! dice el Señor”. CS 141.3
Y siguió explicando cómo la verdadera fe se manifiesta en una vida santa: “Puesto que Dios nos ha salvado, obremos de un modo digno de su aprobación. ¿Eres rico? Sirvan tus bienes a los pobres. ¿Eres pobre? Tu labor sirva a los ricos. Si tu trabajo no es útil más que para ti mismo, el servicio que pretendes hacer a Dios no es más que mentira” (ibíd.). CS 141.4
El pueblo escuchaba embelesado. El pan de vida fue repartido a aquellas almas hambrientas. Cristo fue ensalzado ante ellas por encima de papas, legados, emperadores y reyes. No dijo Lutero una palabra tocante a su peligrosa situación. No quería hacerse objeto de los pensamientos y de las simpatías. En la contemplación de Cristo se perdía de vista a sí mismo. Se ocultaba detrás del Hombre del Calvario y solo procuraba presentar a Jesús como Redentor de los pecadores.
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