Debates del futuro
La economía tecnológica, los robots, la inteligencia artificial y el modelo Uber traen aparejadas paradojas. Mientras los dueños de Apple, Amazon, Google, Facebook y Microsoft ocupan el top 10 de los multimillonarios de Forbes, un creciente número de personas se desplazan a la economía freelance o de servicios, con salarios cada vez más bajos.
Frente a este problema, el salario universal parece una solución posible, según perspectivas opuestas como la derecha neoliberal y la izquierda radical. Los gurúes de Silicon Valley proponen un “impuesto a los robots”. Sin embargo, no discuten el esquema de riqueza de nuestra época, que incluye enviar sus ganancias extraordinarias a cuentas offshore y plataformas monopólicas.
Francesca Bria, encargada de tecnología ciudadana de Barcelona, propone retomar una perspectiva más social, la de los economistas marxistas italianos. Según ella, si el ingreso universal no es acompañado por una redistribución de las ganancias, el modelo no será sustentable.
Pero mientras definimos el modelo ideal, urge avanzar en soluciones. Canadá, Finlandia, Holanda, Suiza y Kenia ya lo están haciendo, con distintas perspectivas. Para ellos, la transformación digital será distinta. Al menos, no los tomará de sorpresa.
Natalia Zuazo
El ingreso básico en la economía de los robots
A pesar de que la tecnología genera procesos y productos más rápidos, baratos y mejores, junto a avances en las ciencias biológicas, la inteligencia artificial y el big data, vemos crecer las desigualdades del ingreso, de la riqueza y del poder político. Para entender hacia dónde vamos y por qué estamos ante la desaparición de los buenos trabajos y una creciente polarización de la sociedad, debemos ampliar nuestro foco más allá de un mero análisis del cambio tecnológico y las tendencias técnico-económicas.
Nos enfrentamos al colapso estructural del contrato social del siglo XX (la democracia social del New Deal), que proveía cobertura y protección a los trabajadores y una redistribución entre renta y mano de obra a través de salarios mínimos negociados por el Estado, acuerdos colectivos que involucraban a los sindicatos y, por supuesto, una estructura impositiva poderosa. Ese pacto social ya no se sostiene y hoy se consolida una nueva generación que se siente cada vez más excluida: parte del problema pasa por la financiarización de la economía, por el traspaso masivo de riqueza de la economía real a los sectores financieros y de alta tecnología, por la irrupción de las plataformas monopólicas y la gig economy (una economía basada en empleos puntuales e intermitentes y no ya en los puestos permanentes de la era industrial) y el auge de las máquinas en general.
El rápido cambio tecnológico, motivado principalmente por la introducción de las tecnologías de información y comunicación en todos los sectores de la economía, no produjo una edad dorada de la sociedad del conocimiento ni las prometidas inversiones en tecnologías sustentables, nuevos trabajos y bienestar. Lejos de ello, la polarización del ingreso aumenta, los salarios siguen cayendo y la tasa de progreso tecnológico disminuye (1). Esta situación se ve favorecida por la incapacidad de los gobiernos de aplicar impuestos a las ganancias provenientes de la alta tecnología y gravar de manera más decidida a los gigantes financieros.
El auge de la economía robótica
A pesar de los avances notables de los últimos años, la automatización total está aún en sus inicios. La tecnología de semiconductores viene progresando a una tasa del 40% desde hace más de 50 años. Esto dio pie a la creación de máquinas inteligentes, desde robots y autos autónomos hasta drones, que están transformando la economía. La llamada “Internet de las cosas” (la conexión a la red de objetos de uso cotidiano, desde electrodomésticos hasta autos) y las “ciudades inteligentes” se expanden. La economía está virando de la manufacturación a la “infofacturación”: las capacidades de la industria manufacturera están a punto de cambiar radicalmente gracias a la robótica y la computarización y al auge de lo que las compañías alemanas llaman “Industria 4.0”, que hace referencia a las fábricas inteligentes cuyo trabajo se basa en una combinación de robots, interconectividad, digitalización, impresión 3D, etc.
La tecnología ya no es más una maquinaria que solo automatiza tareas físicas; también está empezando a automatizar tareas mentales. El auge de la inteligencia artificial generará una transformación aún mayor. Las máquinas empiezan a comprender nuestro discurso y a identificar patrones de datos complejos. Por ejemplo, la división de Google Deep Mind está desarrollando algoritmos capaces de aprender por sí mismos. Un ejemplo de cómo la inteligencia artificial está cambiando la sociedad es el acuerdo entre Google Deep Mind y el Servicio Nacional de Salud británico, que le dio acceso a Google a los datos de 1,6 millones de pacientes, incluyendo historiales médicos y datos en tiempo real para desarrollar predicciones, lo cual puso en alerta a la opinión pública sobre cuestiones de privacidad de los ciudadanos.
Los gigantes tecnológicos se despliegan cada vez más en el terreno de la salud, la educación, el transporte y la vivienda, y empiezan a brindar servicios antes provistos por el Estado. La expansión de la industria tecnológica no solo afecta a la manufactura y a la “cuarta revolución industrial”, tal como la definió el empresario alemán Klaus Schwab en el Foro Económico Mundial: es muy probable que Google, Facebook y el resto de los gigantes digitales eventualmente dirijan las infraestructuras básicas sobre las cuales funcionan las sociedades de hoy.
La economía robótica ya está aquí. Foxconn, la fábrica más grande del mundo (productora del iPhone de Apple, entre otras cosas), que emplea a más de un millón de trabajadores en China, ya está instalando robots a una tasa de 10.000 al año, y se estima que el 30% de sus empleados serán reemplazados por robots antes del 2020. Amazon tiene 15.000 robots trabajando en sus centros de distribución. Al mismo tiempo, las compañías tercerizan cada vez más el trabajo hacia sus propios clientes: reemplazan trabajadores humanos con sistemas automáticos de autoservicio, a la hora de comprar en un almacén, encargar una hamburguesa o pagar un estacionamiento. En la cadena de supermercados Tesco de Gran Bretaña, por ejemplo, el 80% de las transacciones ya son de autoservicio.
En este contexto, parece claro que la inteligencia artificial reemplazará progresivamente todas las tareas repetitivas, de rutina y algorítmicas. Según el economista especializado en tecnología Brian Arthur, esta “segunda economía”, en la que las computadoras sólo hacen negocios con otras computadoras reemplazará, hacia 2025, el trabajo de alrededor de 100 millones de personas en todo el mundo. Investigaciones recientes indican que el 35% de los trabajos en Gran Bretaña, e incluso más en Estados Unidos, corren el riesgo de ser automatizados (2). La combinación de los autos sin conductor y de Uber destruirá unos 4 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos. De hecho, Uber ya ha implementado sus nuevos autos sin conductor en Pittsburgh. Amazon está reemplazando trabajadores de los sectores de ventas y, si implementa la distribución con drones, logrará automatizar también áreas de depósito y transporte.
En suma, estamos ante un efecto de desplazamiento masivo que implica más destrucción de trabajos que creación de nuevos puestos. Los gigantes tecnológicos obtienen ganancias enormes y cada vez más gente es empujada hacia el sector de servicios de la economía, con bajos salarios o trabajos temporarios en ventas, restaurantes y transporte, hotelería y cuidado de niños y ancianos.
Precarización y “uberización”
Estas tendencias se ven reforzadas por el auge de la “economía por demanda” o “gig”. Las compañías de servicios tradicionales están siendo desplazadas por los intermediarios de la información (Amazon, Google, Airbnb, etc) que controlan las plataformas digitales, que son capaces de extraer grandes rentas de redes de externalidades y se convierten rápidamente en cuasi monopolios: la llamada “uberización” de los servicios. Al controlar la plataforma, estas compañías convierten todo –desde la salud hasta la vivienda– en un activo, y cada transacción económica se convierte en una subasta. Como es sabido, nada minimiza más los costos –en particular los costos laborales– que una subasta.
Pero más allá de la capacidad de extraer ganancias de todos los puntos de una transacción, desde el punto de vista de las relaciones laborales las empresas de economía de intercambio operan en un modelo pre-previsional: la cobertura social de los trabajadores es mínima y casi no hay posibilidades de establecer acuerdos colectivos. Uber está intentando transferir cada vez más costos, ligados a seguridad y educación, directamente a sus conductores, quienes ahora luchan por un salario mínimo. El “capitalismo de las plataformas” busca convertir a los trabajadores en emprendedores precarizados, en microrrentistas que acepten trabajar a demanda, viviendo al día, de pago en pago. Esta nueva forma de trabajo también implica un control de la mente. A los trabajadores de la etapa taylorista se les pedía que, una vez finalizada la jornada, se desconectaran. A los trabajadores de hoy se les exige que no se desconecten nunca, que estén disponibles las 24 horas del día.
En este contexto, para debatir el futuro del trabajo en el siglo XXI es necesario considerar la dimensión de clase de la inequidad y el crecimiento de la llamada “clase precarizada” (“precariat”). Asistimos a una creciente frustración y rabia en la clase trabajadora, la clase media y la juventud provocada por la inestabilidad económica, el desempleo y la precarización, tal como demuestran las múltiples protestas registradas en Europa, como la revuelta generacional francesa contra la nueva ley laboral, el “Movimiento noche de pie” (Nuit debout mouvement), que ha ocupado plazas e impulsado huelgas durante el último año. El desempleo juvenil en Europa ha alcanzado picos de más del 40% en Portugal, España e Italia.
Luego de la recesión de 2008, frente a la perspectiva de un desempleo de largo plazo, muchos trabajadores no tuvieron más remedio que convertirse en autónomos o buscar contratos temporales. En Gran Bretaña ha aumentado el número de contratos de cero horas en el sector servicios. En Estados Unidos, el universo de la economía por demanda, de los trabajadores independientes y freelance alcanza al 20% del total de la fuerza de trabajo. Menos del 7% de los trabajadores estadounidenses se encuentran sindicalizados. Cada vez más, las personas no saben lo que ganarán al mes siguiente. El mercado laboral se ha convertido en un mercado-subasta que no les da ninguna seguridad a los trabajadores. Como consecuencia, los jóvenes y los trabajadores temporarios no pueden planificar su futuro, pagar las cuentas, obtener préstamos para ir a la universidad, formar una familia, comprar una casa o pagar una hipoteca. Viven atrapados en esta trampa de la precariedad, que se conjuga además con el creciente déficit de las políticas de seguridad social.
La economía actual, en suma, encierra una paradoja: el aumento de la productividad como consecuencia del cambio tecnológico genera enormes ganancias, al tiempo que los salarios pierden cada vez más peso relativo. Las compañías tecnológicas crean e incorporan tecnología para reemplazar la mano de obra, pero se debilita la demanda agregada. ¿Quién va a comprar todos esos productos en el futuro? A pesar de los avances de la economía robótica de la abundancia y de los costos marginales nulos de acceso a la información digital, los mercados de hoy se caracterizan por la persistencia de grandes monopolios, como las economías en red de Google, Uber y Amazon. ¿Cómo reconciliar los costos marginales nulos de los bienes de información con la tasa a la cual se crean nuevos multimillonarios de la tecnología? ¿Cómo usar la abundancia generada por los robots y cómo distribuir las ganancias económicas? No se trata de una cuestión simplemente económica sino de una discusión política y de poder.
Salario básico universal
Las elites tecnológicas de Estados Unidos abogan hoy por el salario básico, que ha sido defendido de modos muy diversos, tanto por la izquierda radical como por la derecha neoliberal. Para muchos especialistas de Silicon Valley, el salario básico es una herramienta de protección para la gente que perderá su trabajo a causa de la globalización y el cambio tecnológico, y al mismo tiempo una forma de volver al Estado más eficiente y austero al eliminar la burocracia previsional. La idea es simplemente darle dinero a la gente: un salario básico universal como red de asistencia social última. Otros experimentos públicos a gran escala tienen lugar en Canadá, Finlandia y Holanda. Incluso Suiza ha celebrado un referéndum nacional sobre el salario básico universal. Google.org es una de los fundadoras de un experimento en Kenia (una prueba al azar que proveerá a 6.000 kenianos de un ingreso básico durante una década), mientras que Y Combinator, una de las empresas aceleradoras de startups más influyentes de Silicon Valley, está desarrollando un proyecto de investigación sobre salario básico con una primera prueba piloto en Oakland.
Sostengo que necesitamos una perspectiva sobre el salario básico que no sea neoliberal. La pregunta central es quién pagará por el salario básico, dado que los Estados están endeudados y a menudo tienen poco espacio fiscal para implementar medidas de esta naturaleza. Bill Gates propone un “impuesto a los robots” para lidiar con el desempleo tecnológico causado por la automatización. Sin embargo, gravar a los robots sigue sin resolver el problema principal. La razón por la cual la industria tecnológica tiene tanto dinero es que los gobiernos ya no lo tienen. En su lugar, ese dinero descansa en las cuentas offshore de las empresas de Silicon Valley y Wall Street. Miremos si no a Apple, que ha anunciado hace poco que cuenta con 230 mil millones de dólares en efectivo potencialmente gravable –pero fuera de Estados Unidos– (3) o a Google, que se ha convertido en la sociedad anónima más valiosa del mundo luego de anunciar que sus ganancias globales aumentaron un 13% llegando a 75 mil millones de dólares el año pasado, haciendo de Alphabet, su controlante, la compañía más valiosa del mundo. También la valuación de Uber, Airbnb y Lyft parecen inmunes a la deflación del mercado. Hay una brecha enorme entre los ingresos de estas empresas y la valuación de este tipo de compañías. Por ejemplo, Airbnb recolectó 3,1 mil millones en capitales de riesgo y hoy tiene una valuación de 30 mil millones, lo cual la haría valer casi diez veces más que sus ingresos iniciales, un valor mucho mayor que el de los hoteles Hyatt. Uber hoy en día está aumentando sus fondos y se estima su valor en 50 mil millones, cifra quince veces superior a sus ingresos.
En realidad, los multimillonarios tecnológicos de Silicon Valley que promueven el salario básico son el principal obstáculo para la implementación del mismo. Es claro que no serán ellos quienes lo paguen, ya que prefieren poner su efectivo en cuentas offshore, como revelaron los Panamá Papers. El Foro Económico Mundial declaró que el valor –para la sociedad y la industria– de la transformación digital podría ser mayor a 100 billones de dólares para 2025. El discurso habitual al analizar la economía robótica dice que generará enormes riquezas para los dueños de las plataformas, que luego ayudarán a la sociedad a pagar los costos agregados, sirviendo espontáneamente al bien común. Sin embargo, esto no sucede, y las ganancias que no se gravan no pueden ser reinvertidas en bienestar social, empleo y planes de salario básico.
Pero además todo indica que habrá cambios en el futuro. El bienestar social de Silicon Valley y su economía de bienes gratuitos, que hoy es subsidiada por publicidad y vigilancia, no durará para siempre. De hecho, la perspectiva más probable es que los ciudadanos, encerrados dentro de sus infraestructuras digitales, tengan que comenzar a pagar a estas corporaciones para poder tener acceso, convirtiendo así los servicios sociales básicos en un privilegio.
Como han reclamado los economistas marxistas italianos durante los últimos veinte años, tenemos que introducir un salario básico garantizado como ingreso primario, como respuesta a las inequidades que trae aparejadas el “capitalismo cognitivo” de hoy, en el que el trabajo social no reconocido y no remunerado, el trabajo informal, las tareas de cuidado, el trabajo afectivo y relacional –todos fundamentales para la economía y sociedad actuales–, tienen un rol cada vez más central. El salario básico será importante para estabilizar las sociedades en un sistema de producción y de creación de riqueza que se ha vuelto cada vez más colectivo y social, mientras que las ganancias son cada vez más privadas. El salario básico permitirá que el trabajo creativo reemplace a las tareas rutinarias y algorítmicas que, de todos modos, ya están siendo reemplazadas por la inteligencia artificial. Lo que necesitamos es un salario básico como dividendo de la productividad aumentada por los robots que vuelva a la sociedad responsable de producir colectivamente esa riqueza. Un “dividendo básico universal”, como propuso el ex ministro de Economía griego Yanis Varoufakis.
La pregunta es: ¿quién se está quedando con las ganancias de los dividendos digitales? ¿Cómo podemos garantizar que esa ganancia no descanse en cuentas offshore sino que se invierta en infraestructura social para crear valor a largo plazo para la sociedad y promover un crecimiento inteligente, inclusivo y sustentable? El salario básico no es la solución a la crisis global actual, sino una base. El desafío, desde mi punto de vista, no tiene que ver con la desaparición de los trabajos, sino con la distribución del ingreso, y con la definición de un camino a largo plazo para este cambio. El desafío es desarrollar una economía social y un sistema previsional que no estén exclusivamente orientados hacia el mundo laboral. Necesitamos una revolución en muchos de nuestros hábitos y órdenes sociales y económicos. Tenemos que inventar nuevas instituciones (como el salario básico) que le saquen provecho a esta transformación de base tecnológica para el beneficio colectivo.
1. Según Tyler Cowen, autor de El gran estancamiento (2011), la economía estadounidense vivió una expansión tecnológica producto de la post Revolución Industrial que en los últimos cuarenta años generó menos riqueza de lo que se cree, pero los gobernantes siguen dando respuestas como si el crecimiento fuera el mismo. Esto genera un malestar –y conflictos– en la política y en la economía.
2. “The future of employment: how susceptible are Jobs to computerisation”, Carl Frey y Michael Osborne, Universidad de Oxford, 2013. Disponible en: http://bit.ly/1mj2qSJ
3. Según dijo Luca Maestri, Chief Financial Officer (CFO) de la compañía, en una conferencia en febrero de 2017 (“Apple has $246 billion in cash, nearly all overseas”, CNN Money, 1–2–17).
*Jefa de Tecnología e Innovación Digital de la ciudad de Barcelona. Doctora en Innovación, Emprendimiento y Diseño, Imperial College de Londres.