“La palabra Dios, para mí, no es sino la expresión y el producto de la debilidad humana; la Biblia es una recopilación de leyendas honorables pero primitivas cuando no realmente infantiles. Ninguna interpretación, por afinada que sea, puede hacerme cambiar de opinión. Esas interpretaciones refinadas son muy diversas dependiendo de su naturaleza, y apenas tienen nada que ver con el texto original. Para mí, la religión judía, como el resto, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y los judíos, entre los que me alegro de contarme, y con cuya mentalidad siento una profunda afinidad, no tienen para mí cualidades diferentes al resto de personas. En mi experiencia, no son mejores que el resto de grupos humanos, aunque están protegidos de los peores cánceres por la falta de poder. Aparte de eso, no veo en ellos nada que les haga los elegidos”.
Según relata el diario The Washington Post, Einstein era de niño un devoto judío que escribía oraciones al Señor de camino a la escuela. Cambió cuando, con 13 años, empezó a interesarse por las matemáticas y la filosofía y abandonó su fervor religioso, aunque siguió creyendo en una “religión cósmica”, que definía como “un asombro extático por la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia tan superior que, comparada con ella, todo el pensamiento sistemático y las acciones de los seres humanos supone un reflejo insignificante”.
“No puedo concebir un dios que premie o castigue a sus criaturas, o tenga una voluntad como la que experimentamos nosotros”, escribió en 1931.