El Instituto Balseiro es una prestigiosa unidad académica argentina que funciona en las instalaciones del Centro Atómico Bariloche (CAB) por convenio entre la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Fue creado en 19552 y forma profesionales en Física, Ingeniería Nuclear, Ingeniería Mecánica, Ingeniería en Telecomunicaciones, además de ofrecer carreras de posgrado en Ciencias Físicas, Física Médica e Ingeniería. Es uno de los tres institutos académicos de la CNEA, siendo los otros 2 el Instituto Sabato y el Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson. Además, es una de las unidades académicas de la UNCuyo. Todos sus estudiantes de grado reciben becas completas de la CNEA para poder dedicarse de forma exclusiva al estudio.
El Instituto Balseiro es considerado, por su impecable trayectoria, como uno de los centros educativos científicos de mayor renombre en la Argentina,3456 América Latina78 y uno de los mejores del mundo.910111213 Es, además, el primero y hasta el momento único centro latinoamericano de capacitación en ciencias y aplicaciones de tecnologías nucleares dentro de la órbita de la IAEA (International Atomic Energy Agency)1415 y una de las instituciones internacionales que conforman la World Nuclear University.16 Ha recibido el reconocimiento de la Fundación Konex en 1988 con una Mención Especial, y dos veces consecutivas el Konex de Platino como la Institución Educativa más importante del país en la última década, en 2008 y 2018.1718 Por todo lo anterior, el Instituto es considerado un orgullo para la Argentina.192021
WITHIN days of moving to Argentina, Ronald Richter stood before the president. The Austrian physicist had an incredible pitch: he’d found a way of generating unlimited, controlled energy from the power of a tiny sun. He had, he said, cracked the challenge of nuclear fusion.
It was 1948, and President Juan Perón was looking for new technologies to foster economic independence. His plan to create a “New Argentina” hinged on industrial growth, but his uncompromising style had alienated much of the country’s scientific community.
So he was eager to hear ideas from European scientists leaving their homelands in the wake of the second world war. Richter had worked in his father’s lab in Germany, and met Nazi aircraft designer Kurt Tank after the war. Tank was intrigued by Richter’s idea of using nuclear energy to fuel aircraft, so when Tank was later brought to Argentina by Perón, he recommended Richter. Richter met Perón and told him of a technique that could use cheap and readily available elements to emulate the process that powers the sun – and the president was entranced. Here was a man with just the technology to propel Argentina into the future. Richter was given the chance, and the money, to build this new reactor.
It was the nuclear era, but nuclear fission, discovered in 1938, was so far the only game in town. Whereas fusion releases energy by forcing together the nuclei of lighter elements, such as hydrogen, fission does so by splitting the large nuclei of heavier elements, such as uranium and plutonium. It was fission that unleashed the destructive power of the …
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- No hay una sola nube en el cielo y en Playa Bonita, una de las más concurridas de San Carlos de Bariloche, los turistas disfrutan de una tarde de treinta grados junto al Nahuel Huapi, un espejo perfecto. Justo frente a los bañistas, a un kilómetro de la costa y a ocho del centro de la ciudad, se levanta una pequeña y escarpada isla cubierta de vegetación, pero desierta de toda presencia humana.
Es la enigmática isla Huemul.
Muchos veraneantes probablemente ignoran que en ese pedazo de tierra de solo 75 hectáreas, perdidas entre pinos, coihues, arrayanes y cipreses, se esconden las ruinas de uno de los proyectos más ambiciosos de la historia. Hace siete décadas, allí funcionó el primer laboratorio de fusión nuclear del mundo, donde un extravagante científico, bajo las órdenes del entonces presidente Juan Domingo Perón, intentó algo casi imposible: crear un sol en miniatura. Un sol tan poderoso como el que esta tarde veraniega derrite a Bariloche.
No es fácil acceder a la isla. No hay transporte regular y quien llega al viejo muelle de madera lo hace por su cuenta, casi siempre en kayak o velero, explica Diego Moscoso, dueño de un local de buceo en Playa Bonita. Moscoso acepta cruzar en su gomón. El viaje es corto y antes de despedirse -volverá en unas horas, para el regreso-, advierte: “¡Ojo con los jabalíes!”.
No aclara si bromea.
Una isla atómica
Hasta el 24 de marzo de 1951, Huemul era una isla ignota de la Patagonia. Pero ese día saltó a la fama cuando Perón, en Casa Rosada, leyó un breve comunicado: “El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”.
Apenas seis años después de Hiroshima y Nagasaki, Argentina domesticaba al átomo.
La noticia sacudió el planeta. Que un país latinoamericano hubiera descubierto un secreto solo en manos de Estados Unidos y la Unión Soviética trastocaba el tablero geopolítico. Más increíble aún era que, a contramano de las potencias, que trabajaban con la fisión nuclear, Argentina hubiese dominado la fusión nuclear, el proceso que ocurre en el mismísimo Sol. Algo teóricamente posible, pero muy difícil de lograr: energía limpia, eficiente, barata, casi ilimitada.
“Perón anuncia una nueva forma de hacer que los átomos produzcan energía”, tituló en tapa de domingo el New York Times.
El responsable de la hazaña era el misterioso hombre sentado junto al presidente en la conferencia de prensa, el físico austríaco Ronald Richter. Tenía 41 años y había llegado al país en 1948, recomendado por Kurt Tank, diseñador de algunos de los mejores cazas alemanes de la Segunda Guerra Mundial y emigrado a la Argentina tras la caída del nazismo. Richter no tenía una gran trayectoria científica, pero sabía hablar muy bien.
“No tenía antecedentes, pero anhelaba la gloria de los científicos que habían participado del Proyecto Manhattan. Tenía pinta de profesor, una personalidad fascinante, y era muy convincente. No tenía escrúpulos: era capaz de decir y prometer cualquier cosa sin el menor freno, sin la menor precaución”, dice Mario Mariscotti, doctor en física y autor del libro El secreto atómico de Huemul.
No le costó mucho seducir a Perón, prometiéndole energía a granel para desarrollar la industria nacional. El mandatario, que carecía del asesoramiento adecuado porque -afirma Mariscotti- la mayoría de los científicos argentinos eran antiperonistas, empezó a llamar a Richter “amigo” y abrió sin reparos la billetera.
El austríaco inició sus investigaciones en Córdoba, donde trabajaba Tank, y después de algunos episodios confusos -un incendio supuestamente intencional, un aparente caso de espionaje- exigió un sitio más seguro. Un lugar con agua para refrigerar los instrumentos, sin polvo que pudiera dañarlos y -sobre todo- apartado de los curiosos.
El islote del Nahuel Huapi era el candidato perfecto y hacia allí voló Richter, junto a Ilse Aberdt, su esposa, y Épsilon, su gato siamés.
Entre ruinas y balazos
Quizás las idas y vueltas sobre el nombre de la isla fueron un presagio de lo que iba a ocurrir.
En 1883, el teniente de la Armada Eduardo O’Connor la bautizó “General Villegas”, pero enseguida todos la llamaron “Güenul” por el apellido de la única familia que la habitó; alguien, luego, supuso que la habían nombrado por el ciervo patagónico, el huemul, y ese error quedó para siempre en los mapas y en la historia.
El 21 de julio de 1949 comenzaron las obras del complejo nuclear, a cargo de la Segunda Compañía de Ingenieros de Neuquén. Para asombro de los barilochenses, decenas de camiones, topadoras, toneladas de material y más de 400 hombres cruzaron en balsas desde Playa Bonita, bajo la supervisión de Richter. Se derribaron árboles, se alisaron terrenos y se levantaron unos diez edificios: la despensa, la cantina, los laboratorios, la casa del científico, el reactor, la usina para alimentar todo.
Cuesta creer, 70 años más tarde, que aquello ocurriese aquí, donde solo se oyen los pájaros y los sonidos que imagina la mente en una isla desierta. Desde el muelle parte un sendero de tierra que trepa entre matorrales de rosa mosqueta y manzanos silvestres, y luego de pasar frente a la tumba de don Pedro Nolasco, el último de los Güenul, recorre cada una de las ruinas.
El tiempo hizo un trabajo devastador, la mano del hombre también. La casa que fuera de Richter no tiene puertas, ni ventanas, ni marcos, ni caños, ni artefactos: todo fue arrancado o vandalizado. Del piso flotante no quedan huellas. Sobre el techo a dos aguas crece una maraña de plantas. Y las paredes, usadas como blanco en prácticas de tiro durante la dictadura militar, están destrozadas por balazos de grueso calibre.
El reactor que se construyó dos veces
Desde el comienzo del Proyecto Huemul, Richter mostró una personalidad más propia de un chiflado que de un científico. Modificaba los pedidos de material a último momento, amonestaba a cualquiera por el mínimo error y tenía lapsus en los que ponía los ojos en blanco, cual profeta en trance. Si fallaban sus experimentos, decía, “la isla podía llegar a convertirse en una masa de vidrio” y sus colaboradores quedarían estériles. Pero su obsesión máxima era el espionaje: convencido de que pretendían robarle sus hallazgos, quería construir en Huemul un faro y torretas ametralladoras, y tener siempre pronta una lancha de escape.
La lealtad de Richter no estaba a la altura de su paranoia. “A toda costa quería ser contratado por Estados Unidos. Tuvo contactos con la embajada estadounidense ya en 1950, en medio de todo el secreto y el lío que había en la isla. Lo increíble es que, cuando se enteró, Perón no se enojó. Le dijo: ‘Puede hacer lo que quiera’”, relata Mariscotti. El líder estaba tan dispuesto a complacer a su protegido que le otorgó poderes presidenciales, delegándole, en Huemul, su misma autoridad. Algo tan inaudito como inconstitucional.
Del laboratorio personal del científico, el laboratorio II, donde habría logrado la proeza atómica, hoy solo quedan escombros, un techo derrumbado y restos dispersos: barras metálicas, tambores oxidados, bobinas de cerámica. Un cartel en la puerta recuerda que “fue utilizado para probar cargas explosivas por parte de personal militar”.
Las ruinas siguen. Más adelante hay dos imponentes recintos sin techo, los “laboratorios gemelos”, donde la naturaleza recuperó su curso, con sendos bosques creciendo en su interior. El laboratorio III, destinado originalmente a guardar instrumentos, con una puerta maciza digna de la serie Lost, está habitado por el eco y las telarañas. Y no muy lejos, la vieja usina, hoy vaciada pero capaz de producir, en tiempos de Richter, el triple de la energía consumida por Bariloche. El mejor conservado es el laboratorio IV, que recuerda un gran gimnasio soviético. Tiene el techo pintado de negro y en las paredes se repiten los grafitis con las siglas “IB”, porque se convirtió en lugar de peregrinaje para los estudiantes del Instituto Balseiro.
Mientras hacía pruebas en su laboratorio, Richter decidió construir en el centro de la isla un reactor circular de 12 metros de diámetro. Iba a ser la instalación más importante: allí ocurriría el milagro, se replicaría el Sol. Los albañiles trabajaron varios días bajo la lluvia y terminaron el encofrado a tiempo para deslumbrar a Perón y Evita, en su única visita a la isla, el 8 de abril de 1950.
Poco después, sin embargo, el científico ordenó demoler todo con el insólito argumento de reemplazar los caños de hierro por otros de fibrocemento. El nuevo reactor, aseguró, debía construirse bajo tierra, por seguridad. Mandó cavar en la roca viva, a fuerza de dinamita, un enorme pozo, solo para a arrepentirse y hacerlo rellenar otra vez. Se usaron, en vano, 18.000 bolsas de cemento.
Nunca hubo reactor, pero quedó para la posteridad el edificio destinado a contenerlo: una mole cuadrada de ladrillos con paredes de un metro de espesor y 16 de alto. Un monumento a los delirios del austríaco.
La caída
A finales de 1951, el Proyecto Huemul empezó a hacer agua. Importantes físicos como Enrico Fermi y Werner Heisenberg planteaban sus dudas, y la prensa internacional criticaba la falta de pruebas. En los oídos del presidente se multiplicaban las quejas de que Richter gastaba a mansalva, pero los resultados concretos no aparecían: no había cobalto-60, ni reactor, ni energía ilimitada.
Por fin, Perón se cansó. Y el 5 de septiembre de 1952, envió a Bariloche una comisión fiscalizadora integrada, entre otros, por el físico José Antonio Balseiro.
Su informe, tras presenciar los experimentos, fue lapidario. “Las experiencias presenciadas no muestran en ninguna forma que se haya logrado realizar una reacción termonuclear controlada”, escribió. Richter pretendía lograr la fusión nuclear, que necesita millones de grados de temperatura, usando un arco voltaico, que apenas produce unos pocos miles.
Balseiro advirtió, además, que los instrumentos estaban mal calibrados. Y sobre el austríaco, concluyó: “Ha mostrado, o un desconocimiento sorprendente en una persona que emprende una tarea de tal magnitud, o ideas muy personales sobre hechos y fenómenos bien fundados y conocidos”.
El fiasco era gigantesco: un dineral dilapidado por un loco que había embaucado al mismísimo General. Para evitar el escándalo, la isla fue intervenida rápidamente y Richter fue depuesto con gran sigilo. Pero la historia salió a la luz, y entonces el New York Times se permitió una ironía: “El proyecto de energía atómica de Argentina explotó con la fuerza de una burbuja de jabón”, publicó el 5 de diciembre de 1952.
Richter pasó el resto de sus años en el ostracismo, sin pena ni gloria, en una casita de la localidad de Monte Grande. Los vecinos lo recuerdan con cariño. Hasta su muerte, en 1991, tildó a Perón de cobarde por ponerle fin a sus experimentos.
Pero no todos fueron fracasos, dice Mariscotti. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), creada en 1950 para el Proyecto Huemul, fue “un organismo muy importante para el desarrollo tecnológico” y convirtió a la Argentina en pionera en desarrollo nuclear a nivel planetario. Y Huemul, aunque careció de sustento científico, fue “el primer antecedente de un laboratorio oficial financiado para estudiar la fusión nuclear controlada” inspirando, incluso, el proyecto de fusión estadounidense.
¿Qué pasó con la isla? Como Richter, poco a poco volvió a caer en el olvido.
Parte del instrumental se llevó al futuro Centro Atómico Bariloche, cuyo primer director sería Balseiro. Muchos documentos se perdieron, otros se quemaron. La visita fue prohibida por los militares y se convirtió en un territorio tabú. En voz baja, crecieron los mitos: nazis, explosiones ensordecedoras, luces fantasmagóricas, piaras de jabalíes. Peronistas y antiperonistas se disputaron el significado histórico de la isla: el inicio del desarrollo nuclear, para unos, el peor bochorno científico, para otros. Poco se hizo, en cambio, por protegerla, a pesar de su valor patrimonial y de estar ubicada frente a uno de los principales centros turísticos de la Argentina.
“Huemul es un sitio liminal, que quedó discursivamente a la deriva y no forma parte de la historia de Bariloche -opina Trinidad Rico, barilochense y arqueóloga contemporánea especializada en antropología del patrimonio de la Rutgers University-. Se habla del tema de manera informal, porque provoca incomodidad y vergüenza. Se ve como un experimento fallido”. Desde 2015, junto a su equipo, Rico investiga sobre el pasado no contado de Huemul, más allá de la narrativa oficial. “No hay un buen lugar en el patrimonio para algo que no funcionó bien. Fue fácil desarraigarla y dejarla sola. Entonces, cualquiera va y se lleva lo que quiere”, lamenta la experta.
En los noventa, hubo un plan para poner en valor las ruinas y armar un museo sobre la energía atómica. De aquella breve iniciativa, también frustrada, solo quedaron los carteles y un centro de visitantes destrozado. “A partir de la crisis de 2001, cayó en un abandono total y empeoraron el vandalismo y el despojo”, recuerda Mariscotti, que asegura haber visitado Huemul “casi todos los años desde 1958”.
Por el deterioro de las instalaciones, en 2018, Prefectura retiró su última posta permanente en el islote. Y entonces la peor pesadilla de Richter al fin se hizo realidad: los secretos de la primera aventura nuclear argentina quedaron libremente expuestos a cualquier curioso que se animase a cruzar el Nahuel Huapi para conquistarlos.
El proyecto de la isla Huemul quedó en la historia como la gran farsa, el engaño de un científico austríaco al presidente Juan Domingo Perón y el sueño frustrado de llevar a la Argentina en la década del 50, a lo más alto en materia de desarrollo científico. Y las ruinas en las que se convirtió este lugar, con una decena de edificios abandonados, en el lago Nahuel Huapi, evidencian el olvido de aquel desengaño.
La isla -68 años después de aquel anuncio solemne y con un tono de misterio que realizó Perón sobre la fusión nuclear- hoy vuelve a estar en la agenda, al menos en los papeles, con un plan de manejo en discusión para la protección del espacio en materia ambiental y con dos iniciativas privadas para explotarla con excursiones turísticas, una actividad que dejó de realizarse a principios de la década del 2000 y que desde hace años está latente de volver.
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La vista de los edificios de la isla Huemul con el cerro Catedral y Centro Atómico de fondo. (Foto: Alfredo Leiva)
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El interior del laboratorio de Richter hoy, con una total destrucción. (Foto: Alfredo Leiva)
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En la usina funcionaban cinco generadores de energía para la isla. (Foto: Alfredo Leiva)
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El edificio del Reactor. Alrededor creció frondoza vegetación. (Foto: Alfredo Leiva)
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La vista de los edificios de la isla Huemul con el cerro Catedral y Centro Atómico de fondo. (Foto: Alfredo Leiva)
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El interior del laboratorio de Richter hoy, con una total destrucción. (Foto: Alfredo Leiva)
Tenemos que buscar el equilibrio entre lo ambiental y lo comercial, si hacemos las cosas rápido no salen bien”.
Marcos Barberis, jefe de Gabinete municipal.
El abandono
Para llegar a la isla Huemul hoy no hay paseo turístico habilitado pero tampoco hay restricción para desembarcar en el viejo y deteriorado muelle de madera, por lo que a diario recorren los senderos residentes y turistas motivados por la curiosidad de ver qué quedó en pie de aquel despliegue de laboratorios y edificios que ordenó levantar el científico austríaco Ronald Richter con el aval de Perón.
Muchos llegan en kayak o embarcaciones propias. La distancia más corta de la costa es desde Playa Bonita, en el kilómetro 8 de la avenida Bustillo, donde alguna vez existió un muelle desde donde partían las barcazas con los materiales de construcción para las edificaciones de la isla. Otros llegan desde puertos privados y los menos van desde el puerto San Carlos, que sería la ruta oficial habilitada por Parques Nacionales para navegaciones con pasajeros a la isla.
Vista de la isla Huemul desde el lago Nahuel Huapi. (Foto: Alfredo Leiva)
A metros de la costa, en diagonal al muelle, recibe a los visitantes la popa de un barco hundido, el Don Luis. Una vez en tierra, el sendero -que se mantiene intacto aunque angosto- invita a un recorrido que en una hora puede llevar al final del trayecto, con paradas obligatorias, casi por inercia, frente a cada mole de hormigón y ladrillo que se erige en la isla.
En el camino guían el recorrido los descoloridos carteles de Emprendimiento Huemul, una empresa que en 1992 se hizo cargo de la explotación turística de la isla mediante una concesión que otorgó la municipalidad y cuyo contrato se rescindió por incumplimientos en 2004. Cabe recordar, que al igual que otros puntos de interés para Bariloche, como el cerro Catedral, la isla Huemul fue parte del Estado nacional, luego provincial y recién en 1987 fue transferida al municipio.
La cartelería instalada en la década del ’90 por una explotación turística se mantiene. (Foto: Alfredo Leiva)
Durante la incursión de “isla turística”, se construyeron otros edificios que nada tienen que ver con el proyecto nuclear de Richter. La casa de Prefectura es la primera construcción donde hasta el año pasado había una guardia permanente pero que la fuerza de seguridad abandonó por las malas condiciones del edificio. Ahora el municipio estudia financiar las reformas de la estructura con fondos de la tasa al turista. También están abandonados un salón en la costa del lago, que se utilizaba para eventos, y un espacio donde funcionó un parador.
Tiempos
1948
Richter comienza a desarrollar el proyecto Huemul. En 1952 un informe de José Antonio Balseiro descubre el fraude.
1987
La provincia transfiere la isla Huemul a Bariloche. Cuatro años después se adjudica su explotación turística.
La isla también contiene la tumba del Cacique Güemul junto a un arrayán de grandes dimensiones, ubicada a un lado del sendero y con un cartel indicativo.
Los pastizales altos, la maleza y los escombros son parte del paisaje en la isla que remite a leyendas de lo más siniestras pero también tiene una frondosa vegetación que incluye manzanos y acompañan desde lo alto el sonido de las aves que parece amplificarse en medio del silencio que reina en el entorno.
Moles de cemento
Desde una imagen aérea se pueden ver las estructuras que ocupan el primer tercio de la superficie total, de 74 hectáreas. El resto es un área de bosque tupido donde hasta ahora no hubo intervención humana y donde se pretende mantener como reserva ambiental.
En los sectores edificados, hay moles de cemento y ladrillo, con estructuras de hierro retorcidos, azulejos arrancados, faltante de maderas y revestimientos, grafitis, marcas de fogatas y hasta orificios de disparos en paredes. Estas marcas, tenebrosas, siguen intactas luego de que la isla en algún tiempo haya sido utilizada por la Escuela Militar de Montaña como “campo de entrenamiento y supervivencia”. Algunos pobladores de la costa de enfrente aducen que el mayor deterioro de los edificios se produjo por esas prácticas y que incluso fueron los soldados quienes arrancaron las maderas de los pisos de la vivienda de Richter para hacer fuego y calentarse por las noches.
La casa de Richter tiene marcas de disparos por el uso de la isla para entrenamientos militares.
Hay estructuras de los llamados laboratorios gemelos, el edificio de química, del reactor, laboratorio IV y el de Richter, la usina, una despensa y herrería y la casa de visitas. El grado de conservación es malo en general aunque en algunas hay mayor entereza con paredes en pie, rastros de pintura, techos de losa y pisos alisados.
El edificio de mayor deterioro es el laboratorio de Richter donde aseguran que el científico realizó pruebas y ensayos y donde hizo las supuestas pruebas de “reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”, según informó el expresidente Perón a la prensa y al mundo, el 24 de marzo de 1951.
La edificación tiene paredes de casi un metro y medio de ancho, estructuras de hierro en su interior, y un techo y paredes derribadas. Un cartel que la antecede indica que allí se realizaron experimentos y que luego el equipo e instrumental fue retirado. De manera posterior “fue utilizado para probar cargas explosivas por parte de personal militar y así convertido en las ruinas actuales”.
Otro edificio a medio terminar que llama la atención es uno de los llamados “laboratorios gemelos”, con paredes de más de 15 metros de altura y donde crecieron en su interior grandes arboledas que escapan en lo alto de una estructura sin techo. A pocos metros, luce más entero, el laboratorio de química que es donde funcionaba el equipo de Dr. Ehrenberg, un físico alemán asistente de Richter. Ese edificio estaba totalmente terminado y en funcionamiento en los años que se desarrolló el plan nuclear del austríaco que terminó bruscamente en 1952 ante la comprobación del fraude que develó el físico José Antonio Balseiro.
Casino, resort y hasta un Tecnópolis, todo descartado
La isla Huemul fue epicentro de anuncios e ideas alocadas desde hace casi dos décadas. En algún momento se habló de instalar una especie de “Las Vegas” con salas de juego y vida nocturna. También surgió la idea de un hotel de lujo con el encanto de estar emplazado en el medio del lago Nahuel Huapi y fue parte de los proyectos concretar allí un paseo científico o espacio para exposiciones al estilo Tecnópolis.
Nada de eso sigue en pie, solo dos proyectos de emprendedores privados que desde hace meses estudia el gobierno municipal, con la propuesta de realizar un circuito turístico en la isla Huemul.
“Los proyectos están en análisis pero primero debemos definir el plan de manejo, separar el área que tiene mayor protección ambiental y buscar un equilibrio con la propuesta comercial y turística. Deben convivir la cuestión ecológica-ambiental y la comercial”, señaló el jefe de Gabinete, Marcos Barberis.
Un sendero interior en la isla Huemul que conduce a un mirador.
Admitió que en sector norte de la isla donde hay un área natural, sin intervención humana, hay costas preciadas por quienes llegan en embarcaciones propias. “Podemos plantear un sector recreacional para pasar el día en las playas y otro con salidas de excursiones. Son cuestiones a evaluar”, afirmó.
Para el concejal Daniel González, que preside la Comisión de Turismo y en 2008 promovió sin éxito una licitación cuando estuvo al frente de la cartera turística, “urge poner en movimiento los proyectos, hay un cuarto de la isla antropizada y esa área se podría volver a explotar e incorporar un refugio u hotel de bajo impacto para hacerlo más tentador para una licitación”.
Años atrás -recuerda González- hubo dos embajadores brasileños interesados en traer empresas que pudieran hacer una apuesta a ese proyecto. Ahora, el concejal se inclina por activar un permiso provisorio a los dos emprendimientos que tienen interés en reactivarla. La decisión está en manos del Ejecutivo que admite que por los fracasos del pasado, llamar a una licitación no tendría éxito.
González apunta a una tarea interinstitucional para desarrollar un “plan turístico en la isla” porque “los turistas demandan nuevos circuitos y atractivos”.
Los edificios, uno a uno
Casa de Richter. El científico no vivió allí (residía en la costa del lago, frente a lo que hoy es el Centro Atómico Bariloche), solo la utilizaba para recibir visitas. Sus paredes fueron “polígono de tiro” de soldados de la Escuela Militar de Montaña.
Despensa y herrería. Quedan los rastros de la cocina de tipo industrial.
Laboratorio de química. A fines de los 40 fue uno de los pocos edificios en funcionamiento, allí trabajaba el equipo del Dr. Ehrenberg, físico alemán asistente de Richter.
Laboratorios gemelos. Dos grandes estructuras sin techo ni piso, de más de 15 metros de altura donde crecieron frondosos árboles. Hay vestigios de ceniza volcánica.
En el interior de uno de los edificios Gemelos crecieron árboles.
Laboratorio de Richter. Allí desarrolló pruebas y experimentos en busca de la fusión nuclear.
Usina. Con cinco grupos electrógenos para abastecer los laboratorios. Cuando se abandonó el plan, fueron empleados para suministrar energía a Bariloche.
Edificio del reactor. En principio tuvo una edificación cilíndrica que luego se derribó. Se construyeron enormes paredes con dos sectores, en uno irían los tableros de control y en otro el reactor nuclear.
Las ventanas del Laboratorio IV fueron abiertas después del retiro del proyecto Huemul.
Laboratorio IV. Las paredes tienen una cámara de aire. Seis ventanas fueron abiertas de manera posterior. Tiene el tamaño de un gimnasio y allí se proyectó un museo interactivo.
Ronald Richter llegó a la Argentina tras la caída del nazismo en 1945 y Perón lo hizo ciudadano argentino en 1947. Murió en Viedma en la década del 90.
Su proyecto para desarrollar la energía nuclear se enmarcó en un complejo escenario geopolítico, tras la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética
El objetivo de Juan Domingo Perón de lograr el desarrollo atómico de la Argentina fue una tarea constante durante sus dos mandatos presidenciales, que tuvieron lugar entre el 4 de junio de 1946 y el 16 de septiembre de 1955, día en que se produjo el golpe de Estado en su contra llevado adelante por la llamada Revolución Libertadora. En este sentido, el titular del Poder Ejecutivo ordenó en 1950 la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) como institución dependiente de la Presidencia de la Nación, cuyas funciones primarias eran coordinar, promover y controlar todas las investigaciones nucleares realizadas en territorio argentino. La ambición del manejo de la energía nuclear por parte de Perón tenía lugar en un complejo escenario geopolítico. Finalizada el conflicto bélico en 1945, el líder del Justicialismo apostó a una política exterior independiente (Tercera Posición) en el marco de la naciente guerra fría que había comenzado a enfrentar a los Estados Unidos con la Unión Soviética.
Desde principios del siglo XX hasta el involucramiento total de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial a partir de los sucesos de Pearl Harbour en diciembre de 1941, sólo existían tres centros universitarios internacionales en los que se llevaban adelante investigaciones académicas y prácticas en torno al desarrollo atómico: Cambridge (Inglaterra), Gotinga (Alemania) y Copenhague (Dinamarca). No obstante, en octubre de 1941, el presidente demócrata Franklin Roosevelt ya había ordenado en secreto la puesta en marcha del Proyecto Manhattan compuesto por tres miembros de las fuerzas armadas y dos científicos, cuyo fin último era la fabricación de una bomba nuclear. Estados Unidos tuvo el monopolio del armamento nuclear hasta el año 1949, cuando el gobierno de Rusia logró llevar adelante su primera detonación atómica, en tanto que Gran Bretaña lo lograría en 1952 y Francia en 1960.
En el libro El secreto atómico de Huemul su autor, Mario Mariscotti, señala la estrecha relación que el físico de origen checo Guido Beck mantuvo en la ciudad de Leipzig con el creador del principio de incertidumbre y Premio Nobel de 1932, el alemán Werner Heisenberg. Beck, de origen judío, llegó a la Argentina en mayo de 1943 invitado por su par mendocino Enrique Gaviola.
Este conocía los problemas de Beck con el régimen nazi a través de James Frank y Max Born, dos profesores suyos cuando estudiaba en Alemania. El científico cuyano realizaría su doctorado a instancias de ambos, siendo evaluado por Albert Einstein, con quien mantuvo una estrecha vinculación profesional hasta la muerte del creador de la Teoría de la Relatividad en 1955. Treinta años antes el genio de la física había visitado la República Argentina junto a su esposa Elsa, oportunidad en la que pronunció doce conferencias en el Colegio Nacional Buenos Aires, en la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y en las universidades de Buenos Aires, La Plata y Córdoba.
Un mes después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1939, Einstein le remitió una carta al presidente norteamericano Franklin Roosevelt expresando que, “en el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho probable que podría ser posible el iniciar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por medio de la cual se generarían enormes cantidades de potencia y grandes cantidades de nuevos elementos parecidos al uranio. Ahora parece casi seguro que esto podría ser logrado en el futuro inmediato”. En los años previos al ascenso de Juan Domingo Perón al poder, Enrique Gaviola era director del Observatorio Astronómico de Córdoba, y según cuenta su amigo y discípulo Alberto Maiztegui, su energía y visión estratégica lo llevaron a crear la Asociación Física Argentina en agosto de 1944 junto a Guido Beck.
La entidad nucleaba a las principales figuras nacionales en la materia, destacándose entre otros, José Balseiro, Mario Bunge, Héctor Isnardi que dirigía el Instituto de Física de la Universidad de La Plata y José Westerkamp. En esos momentos Argentina se mantenía neutral en la contienda mundial, hasta que finalmente el 27 de marzo de 1945, tras fuertes y continuadas presiones de los Estados Unidos y de Inglaterra, el presidente de facto Edelmiro Farrell le declaró la guerra a Alemania y Japón. El 6 y 9 de agosto de ese año, el presidente norteamericano Harry Truman ordenaría el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y de Nagasaki.
En julio de 1948 Gaviola, que había conocido brevemente a Heisenberg durante su paso académico por la ciudad alemana de Gotinga, le comunicó a Beck su intención de invitar a la Argentina al renombrado científico alemán para hacerse cargo de la creación de un instituto radiotécnico que dependería de la Armada nacional. Heisenberg, por entonces de 45 años, aceptó la invitación, pero las alarmas se encendieron de inmediato en Washington y en Londres por la confusa actitud que éste desarrolló con su par danés, Niels Bohr, durante la reunión que mantuvo en octubre de 1941 en Copenhague.
En julio de 1945, y durante seis meses, el gobierno inglés había privado de la libertad a Heisenberg junto a otros diez científicos en una casa de campo cercana a la ciudad de Cambridge por la participación de los mismos durante el nazismo. Gran Bretaña tenía jurisdicción sobre el territorio alemán donde residía Heisenberg en 1948 y enterado de la invitación formulada por el gobierno argentino a través de Gaviola, le prohibió su traslado a Buenos Aires. Churchill y Roosevelt seguían de cerca los trabajos que los científicos alemanes realizaban con el objetivo de producir armas atómicas que pudieran ser utilizadas durante la guerra.
Por ello los altos mandos militares de ambos países, y los científicos que participaban en el Proyecto Manhattan, le dieron gran relevancia al contenido de la reunión celebrada entre Heisenberg y Bohr en octubre de 1941, dos meses antes del ingreso de Estados Unidos a la contienda mundial.
Niels Bohr y Werner Heisenberg
Según la versión que el propio Heisenberg brindó tiempo después sobre el encuentro, la conversación con Bohr giró en torno a “la cuestión de si realmente era correcto que los físicos se ocuparan del problema del uranio en tiempo de guerra, ya que había que contar siempre con la posibilidad de que los progresos en este terreno pudieran causar consecuencias muy graves en la tecnología bélica”. El creador de la mecánica cuántica ya había afirmado públicamente que durante el régimen nazi temió por su vida por las investigaciones que realizaba sobre la cuestión nuclear. Siguiendo con los dichos de Heisenberg, Bohr le formuló la siguiente pregunta: “¿Realmente crees que se puede aprovechar la fisión del uranio para construir armas?”. Su respuesta, que conmovió al físico danés, fue: “Sé que en principio es posible, pero haría falta un inmenso coste técnico, que cabe esperar que ya no pueda realizarse en esta guerra”.
Enterado Bohr de los dichos de Heisenberg decidió escribirle varias cartas en las que intentaba relatar su versión sobre lo conversado en octubre de 1941. Finalmente decidió no enviárselas, y los motivos de tal negativa no han sido debidamente aclarados hasta hoy, a pesar de que la correspondencia se hizo pública en 2002 por decisión de su hijo Aage, que también recibió el Premio Nobel de Física en 1975. Niels Bohr mostró su temor ante los dichos temerarios de Heisenberg, y le escribió: “Tuvo que causarme una fuerte impresión que desde el principio usted afirmase su certeza de que, si la guerra se prolongaba lo suficiente, se decidiría mediante el uso de armas atómicas”.
Resulta por demás llamativo que la reunión entre ambos genios de la física nuclear tuvo lugar casi en simultáneo al nacimiento del Proyecto Manhattan lanzado por el presidente norteamericano, Franklin Roosevelt.
En este sentido, Bohr le escribió a Heisenberg afirmando que al momento del encuentro “yo no tenía ningún conocimiento de los preparativos en curso en Inglaterra y América. Usted añadió, al verme titubear, que tenía que entender que en los últimos años usted se había dedicado casi exclusivamente a este tema, y no le cabía duda de que se podía hacer. Por tanto, me resulta bastante incomprensible que pretenda haberme insinuado que los físicos alemanes harían todo lo que estuviera en sus manos para evitar semejante aplicación de la investigación atómica”.
Prohibido Werner Heisenberg, entra Ronald Richter en escena.
A principios de 1951 Perón afirmó públicamente que el científico austríaco (nacionalizado argentino) Ronald Richter le había expresado que el país ”podía iniciar los trabajos atómicos por el procedimiento que siguen los norteamericanos, pero que para eso necesitaríamos unos seis mil millones de dólares”. Richter había llegado a la Argentina en agosto de 1948 por recomendación del ingeniero aeronáutico alemán Kurt W. Tank, un militar y empresario de alto nivel durante el régimen de Adolf Hitler que dirigió el Departamento de Diseño de la empresa de aviación Focke-Wulf entre 1931 y 1945. El gobierno peronista había contratado a Tank con el objetivo de desarrollar en Córdoba el primer avión a reacción en América Latina, mundialmente conocido como Pulqui. Pocos días después de su arribo y en compañía de Tank, Richter se reunió con Perón y le comunicó la posibilidad de efectuar reacciones termonucleares controladas.
El 24 de marzo de 1951, casi en simultáneo a un exitoso vuelo del avión Pulqui dirigido por Tank, Perón anunció a través de un mensaje leído y transmitido por radio a todo el país que en la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul, ubicada a 8 kilómetros de San Carlos de Bariloche (y que perteneció a la CNEA desde 1949 hasta 1975), se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica.
Al otro día el propio Richter informó que la reacción termonuclear de fusión brindaría energía no contaminante e ilimitada y barata, con costos inferiores en relación al proceso seguido en países extranjeros. Los anuncios causaron gran preocupación (aunque no sorpresa) en los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, quienes gracias al accionar de sus servicios de inteligencia conocían con precisión la gran cantidad de técnicos alemanes que llegaron a la Argentina tras la caída del Tercer Reich en mayo de 1945. Además, en medio de los anuncios, Perón le otorgó a Richter un doctorado honoris causa de la Universidad de Buenos Aires.
Pero no todo eran buenas noticias en torno al trascendental anuncio. Richter no estaba dispuesto a que sus supuestos avances en la investigación fueran evaluados por técnicos reconocidos tal como era solicitado por el coronel Enrique González, máximo asesor científico de Perón, además de ser el responsable del financiamiento del Proyecto Huemul. Fue entonces en septiembre de 1952 que Perón designó al físico cordobés de 32 años, José Antonio Balseiro (que tuvo que viajar de urgencia desde Inglaterra donde realizaba sus investigaciones nucleares,) como encargado oficial para la redacción de un informe sobre la viabilidad de las actividades científicas desarrolladas en la Planta de Energía Atómica de la Isla Huemul. Su conclusión fue terminante: “Los conceptos teóricos sumados por el Doctor Richter carecen de los fundamentos necesarios para permitir que se abrigue alguna esperanza de una realización exitosa de sus propósitos tendientes a lograr una reacción termonuclear mantenida y controlada”.
El ansiado objetivo del desarrollo atómico nacional a través del Proyecto Huemul fue cancelado en noviembre de ese mismo año por orden del propio Perón y se desplegó una gran presión sobre los medios de prensa nacionales para evitar la amplificación política del fracaso del proyecto atómico que había resonado en todo el mundo.
Según Mario Mariscotti, ex director del Departamento de Física Experimental de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y Profesor Titular de Física Nuclear en la misma facultad, Richter ignoraba los parámetros físicos dentro de los que, teóricamente, podría producirse la reacción termonuclear en cadena, que requería para ello una temperatura del orden de algunas decenas de millones de grados centígrados. Mariscotti estimó que el experimento nuclear de Bariloche insumió unos 15 millones de dólares de entonces (unos 500 millones actuales), pero a pesar del millonario gasto, el científico se formuló la siguiente pregunta sobre las investigaciones en física nuclear: “¿Hubiera llegado la Argentina a su desarrollo actual si no hubiera sucumbido a las sirenas de Huemul”? En cambio, Enrique Gaviola, que durante el resto de su vida lamentó que el país no hubiera podido contar con el asesoramiento de Heisenberg, afirmó en 1955 que el caso Richter fue una estafa científica, una estafa moral y una estafa económica.
Posteriormente en julio de 1966, durante la llamada Noche de los Bastones Largos, el gobierno de facto encabezado por el General Juan Carlos Onganía, que el mes anterior había derrocado al presidente radical Arturo Illia, había promulgado el decreto ley 16.912 que determinaba la intervención de las universidades nacionales, prohibía la actividad política en las facultades y anulaba el gobierno tripartito, integrado por graduados, docentes y alumnos. El éxodo de renombrados científicos y académicos fue inmediato. Una vez más Argentina atentaba contra su propio desarrollo económico y social de mano de las ciencias y de la educación.
En marzo de 1974 Perón lograría su tercera presidencia, y cien días antes de su muerte, obtuvo un objetivo político importante con la inauguración de Atucha I, la primera central nuclear de América Latina. Cuatro años después, durante la dictadura militar y bajo la dirección del vicealmirante Carlos Castro Madero, por entonces al frente de la CONEA, comenzó a desarrollarse en secreto el proceso de enriquecimiento de uranio mediante el método de difusión gaseosa en el Complejo de Pilcaniyeu, cercano a Bariloche, y dependiente de la CNEA. El INVAP, complejo científico radicado en Río Negro, también aportó personal técnico de primera categoría para el emprendimiento. A principios del año 1979 el presidente Jorge Rafael Videla aprobó un nuevo plan nuclear con el propósito de autorizar el llamado a licitación internacional para la construcción de la central nuclear de Atucha II y de la Planta Industrial de Agua Pesada.
La guerra de Malvinas aceleró las especulaciones de científicos y analistas políticos internacionales sobre las intenciones del gobierno militar argentino en torno a la fabricación de armamento nuclear. La BBC emitió un documental por esos días donde se afirmaba que Argentina y Alemania trabajaban en conjunto en la investigación de tecnología nuclear con fines bélicos. En este marco, se inauguró en mayo de 1983 la Central Nuclear de Embalse en la localidad cordobesa de Río Tercero, cuya construcción se había iniciado durante el tercer gobierno peronista en mayo de 1974.
Finalmente, en noviembre de 1983, un mes antes de la asunción presidencial de Raúl Alfonsín, Castro Madero anunciaba que el país había adquirido el desarrollo tecnológico para el enriquecimiento de uranio. Días después el Washington Post titulaba: “Argentina es capaz de producir cuatro bombas por año”.