Un hombre era dueño de un hermoso jardín donde los niños
se encontraban a sus anchas para correr y saltar.
Pero éste era un hombre de corazón duro.
Le dolía que los niños disfrutasen de la belleza de su jardín.
Esto fue lo que hizo: lo rodeó de una pared muy alta
para que los niños no pudiesen entrar.
Pero sucedió que cuando las plantas dejaron de escuchar
las risas de los niños dejaron también de florecer.
Se secó el follaje de los árboles.
El invierno se prolongó como nunca antes lo recordaba
y parecía que la primavera no volvería jamás.
El hombre se sentía muy triste,
como si una gran pena anegase su corazón.
Las noticias de lo sucedido llegaron a un hombre muy sabio
de la comarca. Vino donde él y le dijo:
Tengo un solo consejo que darte y si lo sigues
tu jardín volverá a lucir como antes.
El hombre repuso:
Escucho tu consejo y lo seguiré de inmediato.
Este fue el consejo:
Derriba las paredes y deja que los niños jueguen.
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