Nadie en las puertas
Nadie en las puertas. Nadie en los largos corredores que conducen directos hacia las antiguas plazas y viejos campanarios: Sólo el viento, testigo del naufragio. Nadie en los altozanos. Nadie en las parideras batidas por el sol que llevan hasta el fondo de la sombra: Sólo el grajo testigo del silencio de la tarde. Nadie en los vestíbulos. Nadie en los mercados repletos de amapolas para sustituir a los difuntos: Sólo el río testigo de la sangre de la tierra. Nadie nunca ya. Nadie en ningún lado. Sólo el viento, el grajo, el río, y el camino con piedras erizado.
José Antonio Labordeta.
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