Mi
fatigado corazón se despidió
de mí para irse a la Morada
de la Riqueza. Al llegar a esa
ciudad sagrada, que el alma había
alabado y glorificado, comenzó
a vagar desconcertado ante la
ausencia de lo que siempre había
imaginado hallar. La ciudad estaba
vacía de poder, riquezas
y autoridad.
Y mi corazón se dirigió
a la hija del Amor y le dijo:
-Oh, Amor, ¿dónde
puedo hallar a la Satisfacción?
He oído que ha venido a
hacerte compañía.
Y
la hija del Amor respondió:
-La Satisfacción ya se
ha ido a predicar su evangelio
a la ciudad donde gobiernan la
avidez y la corrupción.
No la necesitamos.
La
Riqueza no implora Satisfacción,
porque ésta es recompensa
terrena, con deseos colmados de
objetos materiales. La Satisfacción
es expresión del corazón.
El
alma eterna no está nunca
satisfecha; su objetivo es la
búsqueda permanente de
lo sublime. Así mi corazón
se dirigió a la Belleza
de la Vida y le dijo:
-Tú
eres toda Sabiduría; ilumíname
como el misterio de la Mujer.
-Oh,
corazón humano -Ella me
respondió-, la mujer es
tu propio reflejo, lo que tú
eres, y se halla dondequiera que
tú estés; es como
la religión desoída
por el ignorante, y como la luna
límpida de nubes, y como
la brisa libre de impurezas. Y
mi corazón se encaminó
hacia la Sabiduría, hija
del Amor y la Belleza, y le dijo:
-Concédeme
Sabiduría, y la compartiré
con los míos.
-No
nombres a la sabiduría
sino a la Riqueza -ella me respondió-,
pues la verdadera riqueza no proviene
de lo externo sino que nace en
lo más Profundo de la vida.
Compártela con los tuyos.
|