Cierta noche, un hombre vino
a nuestra casa y me dijo:
-
Hay una familia con ocho
niños. No han comido
durante días.
Tomé
algunas provisiones y fui
a verlos. Cuando llegué
con esa familia, vi las
caras de los niños
desfiguradas por el hambre.
No se reflejaba ninguna
aflicción ni tristeza
en sus caras, sólo
el profundo dolor del hambre.
Le
ofrecí arroz a la
madre. Ella dividió
el arroz en dos y salió,
llevando consigo la mitad.
Cuando regresó, le
pregunté:
-
¿A dónde fue?
Ella
me dio esta simple respuesta:
-
Con mis vecinos, ¡ellos
también tienen hambre!
No
me sorprendió su
acción, porque la
gente pobre realmente es
muy generosa. Pero sí
estaba sorprendida de que
supiera que también
ellos tuvieran hambre.
Por
regla general, cuando nosotros
somos los que estamos sufriendo,
nos enfocamos en nuestras
necesidades y no tenemos
tiempo para los demás.

|