
ELLA
Caminábamos y la tarde, a través de nosotros,
lanzaba piedras negras contra la copa de los paraísos.
Cuál de aquellos días existió
para que no muriésemos nunca? Adónde estaba, entonces, el dolor?
Ella era como saltar al vacío. Aprendía su cifra de ríos no evidentes mientras la curva y el color de su cuello sahumaban el tenso azul de nuestras adolescencias.
Algunas noches la convoco. El limón más amplio de sus ojos dibujaba la gracia de un sueño que yo le contaba, un territorio de pulsos y fiebres
en donde fueron ciertos el leño y la lluvia.
Ahora, sin trenzas, sin canciones, la veo desvanecerse en la multitud de los seres naturales.
Esa mujer jugaba con los insectos, los hombres
-esos niños- mas con las flores nunca.
ALEJANDRO COSTA
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