Existen
tres tipos de Alquimistas. Aquellos que son imprecisos porque no saben
de lo que están hablando; aquellos que lo son porque saben de lo que
están hablando, pero también saben que el lenguaje de la Alquimia es un
lenguaje dirigido al corazón y no a la razón.
Y
el tercer tipo. Aquellos que jamás oyeron hablar de Alquimia pero que
consiguieron, a través de sus vidas, descubrir la Piedra Filosofal.
Aquí una Historia que ilustra a este tipo de Alquimista.
“Nuestra
Señora, con el Niño Jesús en sus brazos, decidió bajar a la Tierra y
visitar un monasterio. Orgullosos, todos los sacerdotes formaron una
larga fila, y uno a uno se acercaban a la Virgen para rendirle homenaje.
Uno declamó bellos poemas, otro mostró las iluminaciones que había
realizado para la Biblia, un tercero recitó los nombres de todos los
santos. Y así sucesivamente, monje tras monje, fueron venerando a
Nuestra Señora y al Niño Jesús.
En
el último lugar de la fila había un sacerdote, el más humilde del
convento, que nunca había aprendido los sabios textos de la época. Sus
padres eran personas simples, que trabajaban en un viejo circo de los
alrededores, y todo lo que le habían enseñado era lanzar bolas al aire
haciendo algunos malabares.
Cuando
llegó su turno, los otros sacerdotes quisieron terminar los homenajes,
porque el antiguo malabarista no tendría nada importante que decir o
hacer, y podía desacreditar la imagen del convento. Pero en el fondo de
su corazón, él también sentía una inmensa necesidad de dar algo de sí a
Jesús y a la Virgen.
Avergonzado,
sintiendo sobre sí la mirada reprobatoria de sus hermanos, sacó
algunas naranjas de su bolsa y comenzó a tirarlas al aire haciendo
malabarismos, que era lo único que sabía hacer.
Fue
en ese instante cuando el Niño Jesús sonrió y comenzó a aplaudir en el
regazo de Nuestra Señora. Y fue hacia él a quien la Virgen extendió
los brazos para dejarle que sostuviera un poco al Niño.”
A/D