Tu cena,
con sabor a despedida,
sazonada con palabras de
testamento.
“Haced esto en conmemoración
mía”.
No tendremos ya más
excusas, Señor,
tu entrega es radical y
verdadera
y, porque no quieres que
falte nada,
nos dejas apiñados
alrededor de una mesa,
y con tres dones que acompañarán
toda nuestra existencia:
amor, eucaristía
y sacerdocio.
Tu Cuerpo y tu Sangre salvadora
como alimento de vida eterna.
Tus Palabras, que selladas
con tu sangre,
son exponente de la autenticidad
de tu entrega.
Tus rodillas, besando el
suelo,
diciéndonos que no
hay mayor galardón
que el desvivirse amando
generosamente,
sirviendo sin esperar nada
a cambio,
brindándonos incluso
al adversario.
Nos conmueve, y mucho, Señor.
Verte humillado y postrado
como siervo,
cuando tan amigos somos
de las alturas,
anhelando el ser servidos
antes que servir,
o estar simplemente, cómodamente
sentados.
Que nos ames y nos hagas
tus confidentes,
conociendo la madera en
la que estamos tallados,
nuestras traiciones y verdades
a medias,
nuestros egoísmos
y falsedades,
el Judas que, en el corazón
o a la vuelta de la esquina,
te malvende por unas monedas…..o
por nada.
Que te estremezcas con tal
pasión por el hombre.
Que te quedes, en la Eucaristía,
para siempre.
Que, seas Sacerdote de la
Nueva Alianza,
y te ofrezcas por la salvación
de todos nosotros.
Nos conmueve, todo eso,
Señor.