En
la mirada del
animal silencioso
hay un discurso que sólo
el alma del sabio puede
comprender verdaderamente. |
un poeta indio |
En
el crepúsculo de un
hermoso día, cuando la
fantasía se apodera
de mi mente, pasé por
el borde de la ciudad y
me detuve ante las ruinas de
una casa abandonada, de la que
sólo quedaban las piedras.
Entre
las ruinas ví un
perro que yacía sobre
suciedad y cenizas. Su
piel estaba cubierta
de úlceras y la enfermedad
atormentaba su cuerpo débil.
Sus ojos tristes miraban una
y otra vez al sol poniente y
expresaban humillación,
desesperanza y miseria.
Me
acerqué a él con
el deseo de saber el
lenguaje animal para
que mi compasión
pudiera consolarlo. Pero solo
logré aterrorizarlo,
e intentó levantarse
sobre sus patas paralizadas.
Cayéndose, me echó
una mirada en la que se mezclaba
la ira impotente con la súplica.
En esa mirada había un
discurso más lúcido
que el del hombre y más
conmovedor que las lágrimas
de la mujer. Esto es lo que
entendí que decía:
-Hombre,
sufrí la enfermedad
que causó tu
brutalidad y
persecución.
"Huí
de tu pie rudo y me
refugié aquí, porque
el polvo y las cenizas
son más dulces que el
corazón del hombre y
estas ruinas menos
tristes que su alma. Vete, intruso
del mundo del desgobierno y
la injusticia.
"Soy
una miserable
criatura que sirvió al
hijo de Adán con fe y
lealtad. Era el más
fiel compañero del hombre;
lo cuidaba noche y día.
Me afligía en su ausencia
y lo recibía con alegría
a su regreso. Me contentaba
con las migajas que caían
de su mesa y me alegraba con
los huesos que sus dientes habían
despojado de carne. Pero
cuando me volví viejo y
enfermo, me sacó de
su hogar y me abandonó
a los despiadados
jóvenes de las callejuelas.
"Oh
hijo de Adán, veo el
paralelismo que existe
entre mi caso y el de
tus prójimos
imposibilitados por la edad.
Hay soldados que lucharon por
su país cuando estaban
en la flor de la vida y que
luego labraron su suelo. Pero
ahora que ha llegado el invierno
de sus vidas y ya no son útiles
se ven desechados.
"También
veo un parecido entre
mi suerte y la de una
mujer que, en los
días de su adorable juventud,
alegró el corazón
de un joven y que después,
como madre, dedicó su
vida a sus hijos. Pero ahora,
ya anciana, es ignorada y eludida
¡Qué tiránico
eres, hijo de Adán. Y
qué cruel!
Así
habló el silencioso
animal, y mi corazón
lo comprendió.
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