Sentada
en un rincón de mi vida, viendo pasar a las personas, me di cuenta que
mientras yo lloraba por mis heridas pasadas y por el daño que otros me
hicieron, el resto del mundo seguía girando.
Que mientras yo me quejaba por mis errores y suspiraba por mis pérdidas, el mundo seguía girando.
Que
mientras yo me lamentaba por lo que no pudo ser, por los amores
perdidos, por el tiempo desaprovechado, por los viajes sin hacer, por
las comidas sin probar, el mundo seguía girando.
Que los demás
siguieron su camino, avanzando, creciendo, y yo me quedé sentada,
esperando consuelo, alguien que me levantara o tal vez una solución a
mis problemas.
Que mientras no podía recordar la última vez que
fui feliz sólo por serlo y agradecer la vida que tengo, el resto del
mundo seguía girando.
Que la vida me pasaba y yo me perdía oportunidades mientras el mundo seguía girando.
Hasta
que un día decidí levantarme y seguir mi propio camino, darle a cada
persona y a cada instante su justo valor, sonreír más seguido, abrazar
más fuerte y querer con más ganas.
Decidi vivir y contarles lo que es estar sentada en un rincón, al margen de tu propia vida mientras el mundo sigue girando.