El niño con su natural curiosidad se acercó a la flor, la mariposa le miró pero juzgando que ese niño sólo estaba contemplando la naturaleza y nada podía hacerle, continuó libando el rico néctar dándose un buen banquete.
Pero el niño de repente puso su mano sobre las alas de la mariposa y al instante el pequeño sintió sus dedos manchados con un polvillo extraño y retiró rápidamente sus manitas.
El padre al ver lo que había hecho no pudo evitar reprenderle con rabia y decirle que por haber querido coger la mariposa de esa forma le había quitado su pigmentación y ahora sería presa fácil de los depredadores, pues ese polvo en sus dedos era los colores que le permitían protegerse y camuflarse de sus enemigos.
El niño se quedó muy triste con tal noticia, bajó la cabeza y se puso a llorar. Al instante el padre comprendió que había lastimado la sensibilidad del niño con sus duras palabras y buscando una forma de que entendiera lo que le había querido decir le explicó:
- Verás cariño, a veces es inevitable hacer daño, no queremos hacerlo pero ya sea por inconsciencia, curiosidad, prepotencia, temor u otro motivo humano lo hacemos. Cuando eso sucede no debes centrarte en lamentaciones ni paralizarte por tal error, pues el gesto ya está hecho, sólo debes entender lo que no has de volver a hacer y aprender una lección de ello: los niños bobos se duelen del daño que se hacen a sí mismos pero los niños sabios aprenden del daño que hacen a los demás. Es la mariposa la que debe preocuparte, no tu error.
- ¿Qué puedo hacer para curar a la mariposa? – dijo el niño entonces calmando con más entereza su llanto.
- Esperar, – contestó el padre serenamente, – esperar y confiar, la naturaleza es sabia no permitirá que algo tan bello ya no pueda protegerse de sus enemigos, solo porque tú hayas querido tocarla sin saber cuánto la podías lastimar por ello.
Entonces el pequeño, que había entendido las palabras de su papá, tocó la cabecita de la mariposa y le dijo:
- Perdona, no sabía que eras tan sensible y que si te tocaba de esa manera podía perjudicarte. No quería molestar, solo fue que no pude resistir la tentación de tocarte, al verte tan bonita, venga, perdóname, no lo hice con mala intención, ¿sí? ¿Vale? ¿Me perdonas? ¿Me perdonas? ¿Me perdonas?, ¡no me voy de aquí hasta que me perdones!!
La mariposa entonces levantó su vuelo y por unos segundos se paseó por delante de aquel niño en un suave recorrido, lo cual fue interpretado por el niño y su papá como un gesto de perdón, luego se alejó y fue a posarse en otra flor un poco más distanciada, buscando protegerse entre unos pétalos más grandes.
El niño se volvió a su padre y con voz encendida y muy serio le dijo:
- Desde ahora te digo que no pienso lavarme las manos hasta que la mariposa ¡vuelva a tener colores en su alita!! ¿Cuándo venimos otra vez al campo a ver si ya los consiguió?
Fin
Moraleja:
Sabio el que entiende que no debe lavarse las manos ante un error. La mariposa también aprendió una hermosa lección: la de la prudencia.