Ponte en marcha.
Mueve tu cuerpo, tu mente y tu punto de vista.
Camina, pasea, aléjate de la rutina, de las relaciones que no avanzan y cambia la perspectiva.
No te apresures, regula tu velocidad.
Sal al encuentro de personas que nutren tus sueños más locos.
No necesitas mover montañas, trasladar una pequeña piedra puede obrar maravillas.
Mima tu cuerpo. Regala abrazos, sonrisas y miradas luminosas.
No pienses, acaricia, inspira y expira profundamente.
Saborea la comida que te nutre, envuélvete de aromas, acaricia el musgo, las cortezas, las rocas y el agua.
Cuanto más lo hagas, más a gusto te sentirás y te volverás más natural.
Siéntate en silencio y percibe cuanto hay allí para ser escuchado.
Deja de oír y comienza a escuchar.
Escucha el sonido de la hierba al crecer, escucha las notas que transportan los pájaros al volar, escucha el tono que emite una sonrisa.
Escucha tu voz interna, esa que aparece cuando la confusión y la duda cesan.
Escucha con el corazón y escucharás aquello que nunca ha sido dicho.
Experimenta el gozo, hasta que sientas que vas a evaporarte.
Permítete reír hasta quedarte casi sin aliento.
Ríndete a la sensualidad de la vida.
Sabes todo lo que necesitas saber.
Detén tus dudas. Invita a la intuición a vivir contigo.
Finalmente, tú y sólo tú, sabe lo que es mejor para ti.
Acércate a la naturaleza, encuentra la forma de llegar allí.
Celebra que tu cabello, tu piel, tus ojos, tu cuerpo y tus historias son diferentes a las de los demás y, a la vez, son completamente iguales.
No dejes de compartir, de entregar, pero también, ábrete a recibir, abre tus manos para que puedan acoger la abundancia.
...Y así, cada día de tu vida...