Besarse
no sirve para procrear, no alimenta y puede hacerte contraer
enfermedades que no tenías. No parece una actividad demasiado práctica
y, sin embargo, el 90% de las culturas de la Tierra (y casi el 100% de
sus habitantes) la practican. ¿Por qué? “Bésame y verás lo importante
que soy”, escribía en sus memorias Sylvia Plath. Y algo parecido han
concluido ahora Rafael Wlodarski y Robin Dunbar, de la Universidad de
Oxford. El beso, además de un acto placentero, pudo aparecer como un
sistema para seleccionar a la pareja adecuada.
En un artículo que se publica en la revista Archives of Sexual Behavior,
los autores plantearon tres hipótesis en torno a la utilidad del beso:
para juzgar a la pareja potencial, como forma para mantener la pareja
una vez formada o para facilitar la excitación antes del sexo.
Después de realizar una encuesta a 902 personas de entre 18 y 63 años,
concluyeron que la última opción no tenía evidencia que la apoyase y las
dos anteriores sí.
Para
plantear sus hipótesis, los investigadores parten de un hecho biológico
claro: el metabolismo femenino se hace cargo de gran parte del coste de
la reproducción humana, primero cargando con un ser que se alimenta de
sus entrañas durante nueve meses y después sigue haciéndolo durante años
de lactancia. En una especie como la nuestra, en la que las crías
tardan mucho en ser independientes, la presencia de un padre que además
de proporcionar espermatozoides eche una mano con la crianza es un
aspecto muy relevante. Este hecho habría impulsado a las mujeres a ser
más selectivas que los hombres a la hora de buscar una pareja.
La serotonina liberada durante el beso está relacionada con el trastorno obsesivo-compulsivo
A
este punto de partida, los investigadores añadieron el hecho de que,
según otros estudios, los hombres y las mujeres que se consideran a sí
mismos atractivos o que suelen tener más sexo sin compromiso también son
más selectivos cuando eligen a sus parejas.
La
encuesta comprobó que, en general, las mujeres valoran más los besos
que los hombres y que las personas atractivas de ambos sexos también
tienen en mayor estima el morreo que las que no se ven tan apetecibles o
casi nunca tienen sexo sin compromiso. Esta conjunción entre los
individuos más selectivos escogiendo sus parejas y el gusto por los
besos es lo que hace concluir a los investigadores que existe una
relación entre el beso y el proceso de selección de pareja.
En
segundo lugar, los autores del estudio comprobaron que las personas que
tienden a buscar con mayor ahínco relaciones largas —mujeres y personas
de ambos sexos sin inclinación por las relaciones esporádicas—,
valoraban más los besos en la etapa en que la relación de pareja ya
estaba en marcha que cuando se estaban empezando a conocer. Además,
descubrieron que estos individuos valoraban los besos de igual manera,
estuviesen o no relacionados con el sexo. Las mujeres, por ejemplo,
valoraban más los besos relacionados con el fortalecimiento de la pareja
y alejados de cualquier circunstancia anterior o posterior a la
relación sexual que los hombres. Estos resultados coincidían con la
hipótesis de partida que predecía el valor del beso para crear un
vínculo de pareja.
La frecuencia de los besos está relacionada con la satisfacción de la pareja, algo que no sucede con la penetración
Los
investigadores también pudieron observar la importancia de los besos en
las parejas ya establecidas analizando las respuestas a las preguntas
sobre satisfacción dentro de la relación. La frecuencia de los besos
estaba directamente relacionada con la satisfacción de la pareja, algo
que no sucedía con otras actividades como el sexo con penetración.
La menstruación cambia el sabor del beso
En otro estudio que publican en la revista Human Nature,
los mismos autores abundaron en el conocimiento sobre el beso y
nuestras preferencias en el emparejamiento analizando su relación con la
menstruación. Wlodarski y Dunbar descubrieron que, por un lado, durante
la etapa del ciclo menstrual en el que las mujeres tienen más
posibilidades de quedarse embarazadas valoran más los besos que en la
etapa en que las probabilidades de embarazo son menores.
Este
hallazgo también aporta información sobre la importancia del beso como
método de selección de pareja. En estudios anteriores, se ha observado
que las mujeres en la etapa más fértil de su ciclo menstrual buscan
hombres más másculinos, socialmente dominantes y con rostros simétricos,
todas señales de que los genes del macho son de buena calidad. La
elección, no obstante, es compleja, porque esos buenos genes suelen
venir acompañados de una falta de preocupación por el hijo que los
lleva.
La dopamina que se libera con un primer beso puede provocar insomnio o falta de apetito
Esta
variación de las preferencias por uno u otro tipo de hombres a lo largo
del ciclo menstrual y su relación con el gusto por el beso, muestra
que, aunque todavía se desconoce, hay una relación entre esas
preferencias y la fluctuación hormonal a lo largo de ese ciclo. En
particular, los investigadores señalan a la progesterona como
interruptor responsable del los cambios de gusto.
Los
artículos que presentan hoy los investigadores de la Universidad de
Oxford son solo una parte de los esfuerzos para comprender cómo
comenzamos a besarnos y tratar de explicar la gran importancia que tiene
para nuestra especie un acto que podría haber pasado por algo
simplemente cultural. Estudios previos ya han mostrado la enorme
potencia química del beso. La investigadora, Sheril Kirshenbaum, autora
del libro La ciencia de besar, explicaba cómo la serotonina
desprendida cuando juntamos nuestros labios con los de otra persona es
en ocasiones similar a la que se observa en personas con trastorno
obsesivo compulsivo, algo que explicaría algunos comportamientos de los
enamorados. La dopamina es otra de las drogas naturales que se liberan
con el beso y una de las más adictivas. Se libera con las experiencias
novedosas, como un primer beso, y puede causar insomnio o falta de
apetito.
El
rechazo del mal aliento, producido por bacterias que se acumulan en la
boca, o el gusto por personas con un complejo mayor de
histocompatibilidad distinto del nuestro, algo que favorecería el
sistema inmune de nuestros hijos, son otras muestras del proceso químico
de selección al que nos podemos estar sometiendo cada vez que besamos a
alguien. La ciencia parece confirmar la intuición sobre la relevancia
del beso de Plath y puede incluso que justifique un poco la pomposidad
de la española, que cuando besa es que besa de verdad, porque a ninguna le interesa besar por frivolidad.