Al comienzo yo veía a Dios como mi observador, como mi juez que
llevaba la cuenta de mis actos para saber si merecería el cielo o el
infierno. Él estaba allá arriba, como un personaje. Yo conocía su
retrato, pero no lo conocía a Él.
Más adelante, cuando conocí a Cristo, la vida se transformó en un
paseo en bicicleta. Era una bicicleta para dos, y Cristo iba atrás,
ayudándome a pedalear.
No recuerdo cuando, Él sugirió que cambiáramos los lugares. La vida
no ha vuelto a ser la misma desde entonces, se ha vuelto
fascinante!!!.
Cuando Él manejaba, conocía largos y deliciosos caminos subiendo y
bajando montañas a través de rigurosos lugares, a una velocidad
increíble. Todo lo que yo podía hacer era aferrarme a Él y aguantar,
aunque pareciera una locura.
Él me decía: "¡¡¡PEDALEA!!!, ¡¡¡PEDALEA!!!". Yo ansioso y preocupado
preguntaba "¿a dónde me llevas?". Él se reía y no contestaba,
entonces, empecé a confiar.
Olvidé mi aburrida vida y me lancé a la aventura. Y si alguna vez le
decía: "Estoy asustado", Jesús se inclinaba y tocaba mi mano.
Él me llevó a conocer gente que me hacía regalos de sanación, de
aceptación, de alegría y de paz para nuestro viaje. Él decía: "Da
esos regalos", y yo se los daba a la gente que nos encontrábamos y
descubrí que dando, yo recibía y que la carga se hacía más liviana.
Al principio yo no confiaba que Él manejara mi vida. Pensaba que
podía chocar. Pero luego me di cuenta que era un volante perfecto,
tomaba impecablemente las curvas, saltaba en forma exacta las
grandes piedras, y sabía volar para acortar los pasos peligrosos.
Estoy aprendiendo a callarme y a pedalear en los lugares más
extraños. Estoy empezando a disfrutar del panorama y de la fresca
brisa en mi rostro. Y cuando siento que ya no puedo más... Él
solamente me mira, me palmea y sonriendo me dice:
"¡¡¡¡PEDALEA!!!
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