En la antigüedad, los pueblos de la Vieja Europa (básicamente los
griegos, los romanos y los germanos) celebraban la llegada de la
primavera según les indicaba el calendario lunar, entre el 20 de marzo y
el 25 de abril. Eran tiempos de festejos, cuando la nieve se derretía,
volvía la vida a los campos y la fertilidad retornaba al mundo.
Por entonces, casi todas las culturas tenían al huevo como símbolo de la
fertilidad, porque encerraba la promesa de la vida. Casi todas, con la excepción de germanos y eslavos, para quienes la fertilidad estaba
representada por el conejo, y no resulta difícil imaginar por qué.
Particularmente para ellos el conejo era la forma en la que encarnaba
Oester, la diosa de la primavera, a la que le rendían culto cuando la
luna llegaba a su equinoccio, marcando el cambio de estación. Como dato,
Oester es la raíz de la palabra Easter, con la que se denomina la
Pascua en alemán e inglés.
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