de su señorío, ""la Reina Loba"".
Para su manutención y la de sus allegados, (tan despiadados como ella misma),
obligaba a sus súbditos a entregarle, cada día, una vaca, un cerdo,
y una carreta llena de otros alimentos.
Las familias campesinas se turnaban en esta entrega de vituallas,
por miedo a los servidores de la Loba, que arrasaban e incendiaban
casas y cosechas, y asesinaban a todos
los habitantes de las aldeas en las que alguna familia se hubiese
negado a entregar lo que se les reclamaba.
En este clima de terror vivía la comarca entera, cuando le llegó
el turno de entregar los alimentos al pueblo de Figueirós.
Sus vecinos se reunieron en asamblea, y decidieron no pagar
un tributo que les arruinaba .
Pero decir ""no pagaremos"", no era suficiente, porque la
reina mandaría contra ellos a sus huestes, y serían perseguidos y muertos.
Decidieron que si habían de morir de hambre o a manos
de los sicarios de la Loba, mejor era morir combatiendo contra ella, así que se
armaron lo mejor que pudieron.
Hicieron lanzas y jabalinas, arcos y flechas, tomaron piedras
y garrotes, y en la oscuridad de la noche, se pusieron en marcha
hacia el castillo de la malvada mujer.
La Loba y sus secuaces, dormían. Fiados en el terror que infundían
en la comarca, descuidaron la vigilancia. Nunca nadie se había atrevido
a desafiar su poder, ni contaban con que tal cosa pudiera suceder.
Sigilosamente, los vecinos de Figueirós, treparon murallas y abrieron
puertas sorprendiendo a los sicarios de la Loba.
Un breve, pero encarnizado combate, dio la victoria a los lugareños,
que se lanzaron escaleras arriba en busca de su opresora.