Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras
la fama y gustan de acumular más y más discípulos.
En una descomunal carpa, reunió a varios cientos de
discípulos y seguidores. Se irguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo:
Amados míos, escuchad la voz del que sabe.
Se hizo un gran silencio. Hubiera podido escucharse el
vuelo precipitado de un mosquito.
Nunca debéis relacionaros con la mujer de otro; nunca.
Tampoco debéis jamás beber alcohol, ni alimentaros con carne.
Uno de los asistentes se atrevió a preguntar:
El otro día, ¿no eras tú el que estabas abrazado a la esposa de Jai?
Sí, yo era -repuso el maestro.
Entonces, otro oyente preguntó:
¿No te vi a ti el otro anochecer bebiendo en la taberna?
Ése era yo -contestó el maestro.
Un tercer hombre interrogó al maestro:
¿No eras tú el que el otro día comías carne en el mercado?
Efectivamente -afirmó el maestro. En ese momento todos
los asistentes se sintieron indignados y comenzaron a protestar.
Entonces, ¿por qué nos pides a nosotros que no hagamos
lo que tú haces? Y el falso maestro repuso:
Porque yo enseño, pero no practico.
*El Maestro dice: Si no encuentras un verdadero maestro al
que seguir, conviértete tú mismo en maestro.
En última instancia, tú eres tu discípulo y tu maestro.