En sus manos llora como un niño hambriento,
como un niño pobre que pidiera pan,
el cordaje antiguo del viejo instrumento
con que implora el beso de la caridad.
Es un viejecito de barba copiosa,
de copiosa barba color de marfil,
que perdió los hijos y perdió la esposa
y hoy va por la vida con voz temblorosa
cantando sus penas al son del violín.
Y el violín solloza, suspira, se queja,
y hasta cuando entona cántico vivaz,
el violín solloza y en el alma deja
la caricia intensa de algún malestar.
Es el más querido de los limosneros,
por oírlo, todos le hacen caridad,
si el violín ensaya cantos lastimeros,
¡quién niega al mendigo la lumbre y el pan!
Señor, mientras tenga fuerzas el mendigo,
mientras tenga alientos para resistir,
aunque solitario, déjale su amigo:
¡qué será si al triste le falta el violín!
¿Quién viste y protege su cuerpo tan magro,
quién presta calzados al pálido pie...?
Si el violín se calla: ¿quién hace el milagro
de hacer menos dura su dura vejez...?
....
Atesta al avaro sus arcas de oro,
ciñe de laureles al conquistador,
a la dama altiva del traje sonoro
dale la más fina seda del Japón;
Dale regio alcázar de rica ornamenta
al señor augusto, del oro señor;
del burgués inútil mayor haz la renta,
de la torpe usura colma la ambición.
Y al mendigo triste, pálido y hambriento,
de copiosa barba color de marfil;
¡Señor! que no pierda su viejo instrumento
¡que muera primero que el triste violín...!
Federico Bermúdez y Ortega