Escuchar, como dijimos, debería servirnos sobre todo para aprender la parte del todo que todavía ignoramos.
Debería, según razonamos juntos la semana pasada, acompasar el darnos cuenta de que no tenemos (nadie tiene) el monopolio de la verdad, y centrarnos en la necesidad de completarnos con la verdad de otros.
Esto conlleva, claro, una importante cuota de humildad, porque aprender siempre es un acto humilde.
Anclados a nuestra soberbia, nada puede sernos explicado.
El que no se anima a bajar del pedestal de creer que se lo sabe todo, nada puede aprender de los demás, a los que sin escuchar desprecia porque supone, o peor aun, decide, que nada pueden enseñarle.
No quisiera que algún distraído o malintencionado lector confunda humildad con humillación. No estoy hablando de la tendencia a someterse a todo y a todos de "el camello" de Nietzsche sino de la capacidad de aceptar lo que no se sabe del "buscador", tal como lo llamo en Shimriti.
El siguiente paso del camino es entonces aprender a aprender. Escuchar con humildad. Saber lo que sabemos y lo que no sabemos y enriquecernos con el saber de otros.