Todos hablamos de la esperanza. Que la esperanza esto, que la esperanza aquello. Que es lo primero que se tiene, y lo último que se pierde. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Es esa luz en medio de tanta oscuridad? ¿O es simplemente una fuente de dolor? ¿Es esa inhalación frente al ahogo? ¿O es la falta de aire cuando sentimos que algo se va? ¿Es razón para celebrar? ¿O es un disfraz de la verdad? ¿Será algo impuesto por la religión, una especie de engaño para que mantengamos la fe en algo que es imposible de demostrar?
¿O será realmente un estado anímico en el cual no sopesamos las probabilidades de que algo que deseamos no suceda? ¿La tendremos todos? ¿Será un privilegio de muchos? ¿Quizá de unos pocos? ¿Será igual para todos los que la poseen o dependerá del dueño? Los fundamentos en los que se basa son tan básicos, que a veces hasta parecen tomados de un cuento de hadas, o de esos que nos cuentan cuando pequeños, acerca de princesas salvadas. Y está también la idea de que es un apoyo para cuando caemos, lo cual desmerece las caídas, privándonos de cualquier dolor.
Entonces, ¿qué es la esperanza? ¿Una ilusión, una creación? ¿Un delirio, un desvarío? ¿Un estado de estancamiento, o posee algún movimiento? ¿Es lo simple, lo complejo o algo que siempre está tan lejos? ¿Para qué tener esperanza? Si al fin de cuentas, todos terminamos igual: solos, tristes y desesperanzados. Y eso sin contar, que nunca tenemos revancha.