Espada
Leí la historia de un herrero que después de una juventud llena de excesos y arrepentido, entregó su vida a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco tratando de servir a Dios con sinceridad, practicó la caridad. Pero a pesar de toda su dedicación, nada parecía nadar bien en su vida. Muy por el contrario, sus problemas se acumulaban.
Una tarde, un amigo que lo visitaba y sentía compasión por su situación difícil le comentó: Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.
El herrero no respondió enseguida. Esa misma conclusión la había pensado muchas veces sin entender lo que sucedía en su vida. Sin embargo no quería dejar a su amigo sin respuesta, comenzó a hablar y encontró la explicación que buscaba.
A veces el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento, dijo. El calor, los martillazos y el agua fría terminan llenándolo de rajaduras. En ese momento me doy cuenta que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Entonces simplemente lo tiro al montón de fierros que ves en la entrada del taller.
Se que Dios me hace pasar por el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como cuando el agua hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que consigas darme esa forma ya provista para mí en Cristo.
Intentalo de todas las maneras que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en el montón de fierros viejos de las almas. Para que un día yo también pueda decir: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
REFLEXIÓN – Dios quiere hacerte una poderosa espada. No te tires al montón de fierros viejos.
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