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P O E S Í A .: EL CONCEPTO DE POESÍA PARA GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER .
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: IGNACIOAL  (Mensaje original) Enviado: 20/11/2009 09:44
EL CONCEPTO DE POESÍA PARA GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER .


http://1.bp.blogspot.com/_HraW74E0sIc/SRmCk6eaeBI/AAAAAAAAABI/Wcig3q06JXU/s400/B%C3%A9cquer.jpg

¿ QUÉ ES POESÍA ?

La mejor explicacón la da el poeta sevillano Gustavo Adolfo Becquer en sus Cartas literarias a una mujer , en ellas reflexiona , medita , piensa , siente , explica , razona , justifica y define de forma magistral y a la vez poética lo que es la poesía .Para ello escribe en prosa , pero es pura prosa poética ...



Cartas literarias a una mujer

de


Poesía eres ... TÚ











CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER I


En una ocasión me preguntaste:
-¿Qué es la poesía?

¿Te acuerdas?
No sé a qué propósito había yo hablado
algunos momentos antes de mi pasión por ella.

-¿Qué es la poesía? -me dijiste.

Yo, que no soy muy fuerte en esto de las
definicioneste respondí titubeando:

-La poesía es..., es...

Sin concluir la frase, buscaba inútilmente
en mi memoria un término de
comparación, que no acertaba a encontrar.

Tú habías adelantado un poco la cabeza
para escuchar mejor mis palabras;
los negros rizos de tus cabellos,
esos cabellos que tan bien sabes dejar
a su antojo sombrear tu frente, con un
abandono tan artístico, pendían
de tu sien y bajaban rozando tu mejilla
hasta descansar en tu seno; en
tus pupilas húmedas y azules como
el cielo de la noche brillaba un punto
de luz, y tus labios se entreabrían
ligeramente al impulso de una
respiración perfumada y suave.

Mis ojos, que, a efecto sin duda de
la turbación que experimentaba,
habían errado un instante sin fijarse
en ningún sitio, se volvieron
entonces instintivamente hacia los tuyos,
y exclamé, al fin:

-¡La poesía..., la poesía eres tú!

¿Te acuerdas? Yo aún tengo presente
el gracioso ceño de curiosidad
burlada, el acento mezclado de pasión
y amargura con que me dijiste:

-¿Crees que mi pregunta sólo es hija
de una vana curiosidad de mujer?
Te equivocas.
Yo deseo saber lo que es la poesía,
porque deseo pensar lo que tú piensas,
hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú
sientes; penetrar, por último, en ese misterioso
santuario en donde a veces se refugia tu alma
y cuyo umbral no puede traspasar la mía.

Cuando llegaba a este punto se
interrumpió nuestro diálogo.
Ya sabes por qué.
Algunos días han transcurrido.
Ni tú ni yo lo hemos vuelto a renovar, y, sin
embargo, por mi parte no he dejado de pensar en él.
Tú creíste, sin duda, que la frase con
que contesté a tu extraña
interrogación equivalía a una evasiva galante.

¿Por qué no hablar con franqueza?
En aquel momento di aquella definición porque
la sentí, sin saber siquiera si decía un disparate.
Después lo he pensado mejor,
y no dudo al repetirlo; la poesía eres tú.
¿Te sonríes?
Tanto peor para los dos.
Tu incredulidad nos va a costar:
a ti, el trabajo de leer un libro,
y a mí, el de componerlo.

¡Un libro! -exclamas,palideciendo y
dejando escapar de tus manos esta carta-.
No te asustes.
Tú lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy largo.
Erudito, sospecho que tampoco.
Insulso, tal vez; mas para ti, escribiéndolo yo,
presumo que no lo será, y para ti lo escribo.

Sobre la poesía no ha dicha nada casi ningún poeta;
pero, en cambio, hay bastante papel emborronado
por muchos que no lo son.

El que la siente se apodera de una idea, la envuelve
en una forma, la arroja en el estudio del saber, y pasa.
Los críticos se lanzan entonces sobre esa forma,
la examinan, la disecan y creen haberla entendido
cuando han hecho su análisis.

La disección podrá revelar el mecanismo del
cuerpo humano; pero los fenómenos del alma,
el secreto de la vida,
¿cómo se estudian en un cadáver?

No obstante, sobre la poesía se han dado reglas,
se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña
en las universidades, se discute en
los círculos literarios y se explica en los ateneos.

No te extrañes. Un sabio alemán ha tenido la
humorada de reducir a notas y encerrar en las
cinco líneas de una pauta el misterioso lenguaje
de los ruiseñores. Yo, si he de decir la verdad,
todavía ignoro qué es lo que voy a hacer;
así es que no puedo anunciártelo anticipadamente.

Sólo te diré, para tranquilizarte, que no te inundaré
en ese diluvio de términos que pudiéramos llamar
facultativos, ni te citaré autores que no conozco,
ni sentencias en idiomas que ninguno
de los dos entendemos.

Antes de ahora te lo he dicho.
Yo nada sé, nada he estudiado;
he leído un poco, he sentido bastante
y he pensado mucho, aunque no acertaré
a decir si bien o mal. Como sólo de lo que he
sentido y he pensado he de hablarte, te bastará
sentir y pensar para comprenderme.

Herejías históricas, filosóficas y literarias,
presiento que voy a decirte muchas. No importa.
Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme en
autoridad, ni hacer que mi libro se me declare de texto.

Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera
no sea más que por satisfacer un capricho tuyo,
quiero decirte lo que sé de una manera
intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos
el gusto de saber que, si nos equivocamos,
nos equivocamos los dos; lo cual, dicho sea
de paso, para nosotros equivale a acertar.

La poesía eres tú, te he dicho,
porque la poesía es el sentimiento,
y el sentimiento es la mujer.

La poesía eres tú,
porque esa vaga aspiración a lo bello
que la caracteriza, y que es una facultad de la
inteligencia en el hombre, en
ti pudiera decirse que es un instinto.

La poesía eres tú,
porque el sentimiento, que en
nosotros es un fenómeno accidental
y pasa como una ráfaga de aire,
se halla tan íntimamente unido
a tu organización especial que
constituye una parte de ti misma.

Ultimamente la poesía eres tú,
porque tú eres el foco de
donde parten sus rayos.

El genio verdadero tiene
algunos atributos extraordinarios, que Balzac
llama femeninos, y que, efectivamente, lo son.
En la escala de la inteligencia del poeta
hay notas que pertenecen a la de la mujer, y
éstas son las que expresan la ternura, la pasión
y el sentimiento. Yo no sé por qué los poetas
y las mujeres no se entienden mejor entre sí. Su
manera de sentir tiene tantos puntos de contacto...
Quizá por eso...
Pero dejemos digresiones y volvamos al asunto.

Decíamos ¡Ah, sí, hablábamos de la poesía!

La poesía es en el hombre una cualidad puramente
del espíritu; reside en su alma,
vive con la vida incorpórea de la idea,
y para revelarla necesita darle una forma.
Por eso la escribe. En la mujer, sin embargo,
la poesía está como encarnada en su ser;
su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones
y Destino son poesía: vive, respira, se mueve
en una indefinible atmósfera de idealismo
que se desprende de ella, como un fluido
luminoso y magnético; es, en una palabra,
el verbo poético hecho carne.

Sin embargo, a la mujer se la acusa vulgarmente de
prosaísmo. No es extraño; en la mujer es poesía
casi todo lo que piensa, pero muy poco de lo que habla.
La razón, yo la adivino, y tú la sabes. Quizá cuanto
te he dicho lo habrás encontrado confuso y vago.
Tampoco debe maravillarte.
La poesía es al saber de la Humanidad
lo que el amor a las otras pasiones.
El amor es un misterio.
Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable;
todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo.

La ambición, la envidia, la avaricia, todas las demás
pasiones, tienen su explicación y aun su objeto,
menos la que fecundiza el sentimiento y lo alimenta.

Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por
medio de una revelación intensa, confusa e inexplicable.

Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo exterior que te
rodea, vuélvelos a tu alma, presta atención a los
confusos rumores que se elevan de ella, y acaso la
comprenderás como yo








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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: IGNACIOAL Enviado: 20/11/2009 09:44
CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER II

En mi anterior te dije que la poesía eras tú,
porque tú eres la más bella personificación
del sentimiento, y el verdadero espíritu de la
poesía de otro.
A propósito de esto, la palabra amor se deslizó
en mi pluma en uno de los párrafos de mi carta.

De aquel párrafo hice el último.
Nada más natural. Voy a decirte el porqué.
Existe una preocupación bastante generalizada,
aun entre las personas que se dedican a dar
formas a lo que piensan, que, a mi modo de ver,
es, sin parecerlo, una de las mayores.

Si hemos de dar crédito a los que de ella participan,
es una verdad tan innegable que se puede elevar
a la categoría de axioma el que nunca se vierte
la idea con tanta vida y precisión como en el momento
en que ésta se levanta semejante a un gas
desprendido y enardece la fantasía y hace vibrar
todas las fibrassensibles, cual si las tocase
alguna chispa eléctrica.

Yo no niego que suceda así.
Yo no niego nada;
pero, por lo que a mí toca, puedo asegurarte
que cuando siento no escribo.
Guardo, sí, en mi cerebro escritas, como en un libro
misterioso, las impresiones que han dejado en él
su huella al pasar; estas ligeras y ardientes hijas de la
sensación duermen allí agrupadas en el fondo de
mi memoria hasta el instante en que, puro, tranquilo,
sereno y revestido, por decirlo así, de un poder
sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas
transparentes, que bullen con un zumbido extraño,
y cruzan otra vez por mis ojos como en una
visión luminosa y magnífica.

Entonces no siento ya con los nervios que se agitan,
con el pecho que se oprime, con la parte orgánica
natural que se conmueve al rudo choque de las
sensaciones producidas por la pasión y los afectos;
siento, sí, pero de una manera que puede llamarse
artificial; escribo como el que copia de una página
ya escrita; dibujo como el pintor que reproduce
el paisaje que se dilata ante sus ojos y se pierde
entre la bruma de los horizontes.

Todo el mundo siente.
Sólo a algunos seres les es dado el guardar como
un tesoro la memoria viva de lo que han sentido.
Yo creo que éstos son los poetas.
Es más: creo que únicamente por esto lo son.

Efectivamente, es más grande, es más hermoso,
figurarse el genio ebrio de sensaciones y de
inspiración, trazando a grandes rasgos, temblorosa
la mano con la ira, llenos aún los ojos de lágrimas
o profundamente conmovidos por la piedad esas
tiradas de poesía que más tarde son la admiración
del mundo; pero, ¿qué quieres?, no siempre
la verdad es lo más sublime.

¿Te acuerdas?
No hace mucho que te lo dije
a propósito de una cuestión parecida.

Cuando un poeta te pinte en magníficos
versos su amor, duda.
Cuando te lo dé a conocer en prosa, y mala, cree.

Hay una parte mecánica, pequeña y material en
todas las obras del hombre, que la primitiva,
la verdadera inspiración desdeña en sus ardientes
momentos de arrebato.

Sin saber cómo, me he distraído del asunto.
Como quiera que lo he hecho para darte una
satisfacción, espero que tu amor propio sabrá
disculparme. ¿Qué mejor intermedio que éste
para con una mujer?

No te enojes.
Es uno de los muchos puntos de contacto que
tenéis con los poetas, o que éstos tienen
con vosotras.

Sé, porque lo sé, aun cuando tú no me lo has dicho,
que te quejas de mí, porque al hablar del amor detuve
mi pluma y terminé mi primera carta como enojado
de la tarea.

Sin duda, ¿a qué negarlo?,
pensaste que esta fecunda idea se esterilizó
en mi mente por falta de sentimiento.
Ya te he demostrado tu error.

Al estamparla, un mundo de ideas confusas
y sin nombre se elevaron en tropel en mi cerebro
y pasaron volteando alrededor de mi frente, como
una fantástica ronda de visiones quiméricas.
Un vértigo nubló mis ojos.

¡Escribir! ¡Oh!
Si yo pudiera haber escrito entonces,
no me cambiaría por el primer poeta del mundo.

Mas... entonces lo pensé y ahora lo digo.
Si yo siento lo que siento, para hacer lo que hago,
¿qué gigante océano de luz y de inspiración
no se agitaría en la mente de esos hombres
que han escrito lo que a todos nos admira?

Si tú supieras cómo las ideas más grandes se
empequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro
la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras,
qué impalpables son las gasas de oro que trotan
en la imaginación al envolver esas misteriosas
figuras que crea y de las que sólo acertamos
a reproducir el descarnado esqueleto; si tú
supieras cuán imperceptible es el hilo de luz
que ata entre sí los pensamientos más
absurdos que nadan en el caos:
si tú supieras...
Pero, ¿qué digo?
Tú lo sabes, tú debes saberlo.

¿No has soñado nunca?
Al despertar, ¿te ha sido alguna vez posible referir,
con toda su inexplicable vaguedad y poesía,
lo que has soñado?

El espíritu tiene una manera de sentir
y comprender especial, misteriosa, porque
él es un arcano; inmensa, porque él es infinito;
divina, porque su esencia es santa.

¿Cómo la palabra, cómo un idioma grosero y mezquino,
insuficiente a veces para expresar las necesidades de la
materia, podrá servir de digno intérprete entre dos almas?

Imposible.

Sin embargo, yo procuraré apuntar, como de pasada,
algunas de las mil ideas que me agitaron durante
aquel sueño magnífico, en que vi al amor,
envolviendo a la Humanidad como en un fluido
de fuego, pasar de un siglo en otro, sosteniendo
la incomprensible atracción de los espíritus,
atracción semejante a la de los astros, y
revelándose al mundo exterior por medio de la
poesía, único idioma que acierta a balbucear
algunas de las frases de su inmenso poema.

Pero, ¿lo ves?
Ya quizá ni tú me entiendes ni yo sé lo que me digo.
Hablemos como se habla.
Procedamos con orden.
¡El orden! ¡Lo detesto,
y, sin embargo, es tan preciso para todo!...

La poesía es el sentimiento;
pero el sentimiento no es más que un efecto,
y todos los efectos proceden de una causa
más o menos conocida.
¿Cuál lo será?
¿Cuál podrá serlo de este divino arranque de
entusiasmo, de esta vaga y melancólica aspiración
del alma, que se traduce al lenguaje de los hombres
por medio de sus más suaves armonías sino el amor?

Sí; el amor es el manantial perenne de toda poesía,
el origen fecundo de todo lo grande,
el principio eterno de todo lo bello;
y digo el amor porque la religión,
nuestra religión sobre todo,
es un de todo lo grande,
el principio eterno de todo lo bello;
y digo el amor porque la religión,
nuestra religión
sobre todo, es un amor también,
es el amor más puro, más hermoso,
el único infinito que se conoce,
y sólo a estos dos astros
de la inteligencia

El amor es la causa del sentimiento;
pero... ¿qué es el amor?
Ya lo ves:
el espacio me falta, el asunto es grande,
y... ¿te sonríes?...
¿Crees que voy a darte una excusa fútil para
interrumpir mi carta en este sitio?

No; ya no recurriré a los fenómenos del mío para
disculparme de no hablar del amor.
Te lo confesaré ingenuamente: tengo miedo.

Algunos días, sólo algunos, y te lo juro,
te hablaré del amor,
a riesgo de escribir un millón de disparates.

-¿Por qué tiemblas? -dirás sin duda-.
¿No hablan de él a cada paso gentes
que ni aún lo conocen?
¿Por qué no has de hablar tú, tú que dices
que lo sientes?

¡Ay! Acaso por lo mismo que ignoran lo que es,
se atreven a definirlo.

¿Vuelves a sonreírte?...
Créeme: la vida está llena de estos absurdos.



CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER III


¿Qué es el amor?

A pesar del tiempo transcurrido creo que debes
acordarte de lo que te voy a referir.
La fecha en que aconteció, aunque no la
consigne la Historia, será siempre
una fecha memorable para nosotros.

Nuestro conocimiento sólo databa de algunos meses;
era verano y nos hallábamos en Cádiz.
El rigor de la estación no nos permitía pasear sino
al amanecer o durante la noche.
Un día..., digo mal, no día aún: la dudosa claridad
del crepúsculo de la mañana teñía de un vago azul
el cielo, la luna se desvanecía en el ocaso, envuelta
en una bruma violada, y lejos, muy lejos, en la
distante lontananza del mar, las nubes se coloraban
de amarillo y rojo, cuando la brisa, precursora de la
luz, levantándose del Océano, fresca e impregnada
en el marino perfume de las olas, acarició, al pasar,
nuestras frentes.

La Naturaleza comenzaba entonces a salir de su
letargo con un sordo murmullo. Todo a nuestro
alrededor estaba en suspenso y como aguardando
una señal misteriosa para prorrumpir en el gigante
himno de alegría de la creación que despierta.

Nosotros, desde lo alto de la fortísima muralla que
ciñe y defiende la ciudad, y a cuyos pies se rompen
las olas con un gemido, contemplábamos con avidez
el solemne espectáculo que se ofrecía a nuestros
ojos. Los dos guardábamos un silencio profundo,
y, no obstante, los dos pensábamos una misma cosa.

Tú formulaste mi pensamiento al decirme:

¿Qué es el sol?

En aquel momento, el astro, cuyo disco comenzaba
a chispear en el límite del horizonte, rompió el seno de
los mares. Sus rayos se tendieron rapidísimos sobre
su inmensa llanura; el cielo, las aguas y la tierra se
inundaron de claridad, y todo resplandeció como si
un océano de luz se hubiese volcado sobre el mundo.

En las crestas de las olas, en los ribetes de las
nubes, en los muros de la ciudad, en el vapor
de la mañana, sobre nuestras cabezas, a nuestros
pies, en todas partes, ardía la pura lumbre del
astro y flotaba una atmósfera luminosa y
transparente, en la que nadaban encendidos
los átomos del aire.

Tus palabras resonaban aún en mi oído.-

¿Qué es el sol? me habías preguntado.

-Eso -respondí, señalándote su disco, que
volteaba oscuro y franjado de fuego en mitad de
aquella diáfana atmósfera de oro; y tu pupila y tu
alma se llenaron de luz, y en la indescriptible
expresión de tu rostro conocí que lo habías
comprendido.

Yo ignoraba la definición científica con que pude
responder a tu pregunta; pero, de todos modos,
en aquel instante solemne estoy seguro de que
no te hubiera satisfecho.

¡Definiciones! Sobre nada se han dado tantas
como sobre las cosas indefinibles. La razón es
muy sencilla: ninguna de ellas satisface,
ninguna es exacta, por lo cual cada cual se cree
con derecho para formular la suya.

¿Qué es el amor?
Con esa frase concluí mi carta de ayer, y con ella
he comenzado la de hoy. Nada me sería más fácil
que resolver, con el apoyo de una autoridad esta
cuestión que yo mismo me propuse al decirte que
es la fuente del sentimiento. Llenos están los libros
de definiciones sobre este punto. Las hay en griego
y en árabe, en chino y en latín, en copto y en ruso...
¿qué sé yo?, en todas las lenguas, muertas o vivas,
sabias o ignorantes, que se conocen. Yo he leído
algunas y me he hecho traducir otras. Después de
conocerlas casi todas, he puesto la mano sobre mi
corazón, he consultado mis sentimientos y no he
podido menos de repetir con Hamlet:
¡Palabras, palabras, palabras!

Por eso he creído más oportuno recordarte
una escena pasada que tiene alguna analogía
con nuestra situación presente, y decirte ahora
como entonces:

¿Quieres saber lo que es el amor?

Recógete dentro de ti misma, y si es verdad lo
que abrigas en tu alma, siéntelo y lo comprenderás,
pero no me lo preguntes.

Yo sólo te podré decir que él es la suprema ley del
universo; ley misteriosa por la que todo se gobierna
y rige, desde el átomo inanimado hasta la criatura
racional; que de él parte y a él convergen, como
a un centro de irresistible atracción, todas nuestras
ideas y acciones; que está, aunque oculto, en el
fondo de toda cosa y efecto de una primera causa:
Dios es, a su vez, origen de esos mil pensamientos
desconocidos, que todos ellos son poesía verdadera
y espontánea que la mujer no sabe formular, pero
que siente y comprende mejor que nosotros.

Sí. Que poesía es, y no otra cosa, esa aspiración
melancólica y vaga que agita tu espíritu con el
deseo de una perfección imposible.

Poesía, esas lágrimas involuntarias que tiemblan
un instante en tus párpados, se desprenden en
silencio, ruedan y se evaporan como un perfume.

Poesía, el gozo improviso que ilumina tus
facciones con una sonrisa suave, y cuya oculta
causa ignoras dónde está.

Poesía son, por último, todos esos fenómenos
inexplicables que modifican el alma de la mujer
cuando despierta al sentimiento y la pasión.

¡Dulces palabras que brotáis del corazón,
asomáis al labio y morís sin resonar apenas,
mientras que el rubor enciende las mejillas!
¡Murmullos extraños de la noche, que imitáis
los pasos del amante que se espera!
¡Gemidos del viento, que fingís una voz querida
que nos llama entre las sombras!
¡Imágenes confusas, que pasáis cantando una
canción sin ritmo ni palabras, que sólo percibe
y entiende el espíritu! ¡Febriles exaltaciones de
la pasión, que dais colores y formas a las ideas
más abstractas! ¡Presentimientos incomprensibles,
que ilumináis como un relámpago nuestro porvenir!
¡Espacios sin límites, que os abrís ante los ojos del
alma, ávida de inmensidad, y la arrastráis a vuestro
seno, y la saciáis de infinito! ¡Sonrisas, lágrimas,
suspiros y deseos, que formáis el misterioso
cortejo del amor! ¡Vosotros sois la poesía, la
verdadera poesía que puede encontrar un eco,
producir una sensación o despertar una idea!

Y todo este tesoro inagotable de sentimiento,
todo este animado poema de esperanzas y de
abnegaciones, de sueños y de tristezas, de alegrías
y lágrimas, donde cada sensación es una estrofa,
y cada pasión, un canto, todo está contenido
en vuestro corazón de mujer.

Un escritor francés ha dicho, juzgando a un músico
ya célebre, el autor de Tannhauser: Es un hombre
de talento, que hace todo lo posible por disimularlo,
pero que a veces no lo puede conseguir y, a su
pesar, lo demuestra.

Respecto a la poesía de vuestras almas,
puede decirse lo mismo.

Pero, ¡qué!,
¿frunces el ceño y arrojas la carta?...
¡Bah! No te incomodes...
Sabes de una vez y para siempre que, tal como
os manifestáis, yo creo, y conmigo lo creen todos,
que las mujeres son la poesía del mundo.




Massenet  "Meditation"  from Thais, Yo-Yo Ma
5:50



Rima XIII



Tu pupila es azul y, cuando ríes,

su claridad suave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.




Tu pupila es azul y, cuando lloras,

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una violeta.



Tu pupila es azul, y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea,

me parece en el cielo de la tarde

    una perdida estrella.





 
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