PERO ... ¿ Qué es la Piedad ? :
Guillermo Juan Morado
Guillermo Juan Morado es sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.
La piedad es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna
devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y
compasión. La piedad es devoción, dedicación a la persona amada. Es
también compasión y misericordia. Es, asimismo, uno de los dones del
Espíritu Santo y una virtud, derivada de la justicia, “por la que
rendimos honor a Dios ofreciéndole nuestra devoción, nuestra oración,
los sacrificios, los ayunos, la abstinencia, el respeto, el culto, es
decir, todo el conjunto de deberes por los que le reconocemos como
nuestro Soberano Señor” (A. Gardeil, El Espíritu Santo en la vida cristiana, Madrid 1998, 61).
La piedad mariana es, en sentido subjetivo, la piedad de Nuestra
Señora. Ninguna criatura ha vivido como Ella la devoción, la entrega
generosa a Jesús, su Hijo; ni la compasión, ni la ofrenda de su vida
entera a Dios nuestro Señor. Tampoco nadie como Ella ha vivido el amor
fraterno, donde se encuentra la piedad (cf 2 Pedro 1, 7).
En sentido objetivo, la piedad mariana es la devoción a la Santísima
Virgen. Ella es la Madre de la Misericordia, la Madre de la divina
gracia: “Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre
celestial quiso revelar la dimensión - por decir así - materna de su
divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas”
(Juan Pablo II, “Audiencia”, 15 de Octubre de 1997). Ella participa, de
algún modo, de la paternidad divina y tiene derecho a nuestra piedad
filial. En la Virgen vemos reflejado el rostro materno de Dios (cf
Síntesis de los aportes recibidos para la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, 189).
El Papa Pablo VI señaló que “la finalidad última del culto a la
bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los
cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad” (Marialis cultus, 39).
En definitiva, “la devoción a la Madre de Dios, alentando la
confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la
vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de
las bienaventuranzas. […] la devoción a María, dando relieve a la
dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro
de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la
humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su
seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los
días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección” (Juan
Pablo II, “Audiencia", 5 de Noviembre de 1997).
Guillermo Juan Morado.
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