HACE TRES AÑOS…
Historia de una vocación
Por Fray Santiago Cantera Montenegro, OSB [1]
Hace
tres años, yo era un profesor de Historia en el CEU y me convertí en el
último postulante de una comunidad monástica, en la que pedía ser
admitido como futuro monje. Hace tres años, yo me movía por donde
quería y acudía a dar conferencias a cualquier lugar del que me
llamaran, en España o en el extranjero, y pasé a abrazar una vida de
recogimiento y clausura en una abadía benedictina. Hace tres años, yo
vivía en medio del bullicio de Madrid y marché a dedicar el resto de
mis años retirado en un rincón de la Sierra de Guadarrama. Hace tres
años, yo estaba feliz por el paso que iba a dar, pero también tenía el
dolor humano de abandonar toda una serie de cosas y de afectos que me
gustaban y que amaba. Hoy me siento plenamente dichoso y lleno de gozo
y de alegría por la Bondad infinita de un Dios que es Amor y que me
invitó a vivir del todo para Él.
¡Cuántos
titubeos dan los hombres de hoy buscando un poco de felicidad! ¡Qué
bandazos pegan intentando encontrar un sentido a sus vidas! ¡Y no se
dan cuenta de que la solución y la auténtica meta de sus deseos la
tienen más cerca de lo que creen! Si abrieran sus corazones a Dios,
¡cómo les cambiaría la vida! Descubrirían un valor a sus luchas y a sus
sufrimientos del día a día; verían que la verdadera felicidad no puede
quedarse en meras ilusiones efímeras, basadas en la posesión de cosas o
en simples momentos agradables; hallarían un Amor infinito que les ama
y que únicamente les está pidiendo una correspondencia de amor. Si los
hombres conocieran a Dios, ¡qué distintos serían los hombres! Si el
mundo se volviera hacia Dios, ¡qué distinto sería el mundo! Pero los
hombres no conocen a Dios, el mundo le desprecia, y así nos va…
Los
hombres que han conocido a Dios y han vivido de su Amor, han sido
capaces de dedicar sus vidas hasta la muerte al servicio de los
enfermos, como un San Juan de Dios o un P. Damián Veuster; han sabido
entregarse al cuidado de los más pobres entre los pobres, como una
Beata Teresa de Calcuta; han creado congregaciones e instituciones para
dar cultura y profesión a niños y jóvenes humildes o de familias
obreras, como un San José de Calasanz o un San Juan Bosco; han
combatido contra la esclavitud y contra las injusticias sociales, como
un San Pedro Claver o un Albert de Mun. Nunca el mundo llegará a poder
apreciar a la perfección la deuda que tiene hacia el bien que la
Iglesia Católica y sus hijos han realizado en favor del progreso social.
Estos
hombres y mujeres han sido felices, porque han vivido del Amor de Dios
y lo han querido transmitir a los demás por amor también a ellos. Y
como estos hombres y mujeres, han sido igualmente felices otros que han
centrado sus vidas en ese Amor de Dios, viviendo así el matrimonio en
plenitud, como un San Isidro y una Santa María de la Cabeza; siendo
capaces de amar al hijo de sus entrañas hasta dar la vida por él, como
una Santa Juana Beretta, que se negó a abortar aun a riesgo de sí misma.
Y
al lado de todos estos ejemplos, ¿qué hace un monje? El monje,
sencillamente, es el testigo a la vez más silencioso y más elocuente
del Amor de Dios, de la trascendencia de la vida, de la eternidad, de
lo sobrenatural. Con su vida escondida, sólo para Dios, testimonia que
Dios existe y recurre a Él solicitando su Amor para todos los hombres.
Ésa fue la raíz que permitió a San Benito y sus monjes en el Medievo
construir la Europa cristiana, la única y verdadera Europa.
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