23-F TAL DÍA COMO HOY .
Memoria de los protagonistas
del golpe
Han
pasado 25 años de la asonada que sembró el terror en una sociedad que
vivió su noche más larga aferrada a los transistores. Un cuarto de
siglo en el que el sistema democrático español se ha consolidado
definitivamente y en el que intervenciones públicas como la del general
Mena sólo traen un vago recuerdo de una pesadilla pasada y la
constatación de que aquellos tiempos no volverán. El 23-F constituye un
icono de una etapa superada y, sobre todo, de una decisión firme y
mayoritaria de transitar por los terrenos de la democracia por parte de
un pueblo que, por millones, se echaba a la calle para defender sus
libertades en los días posteriores. Pero el golpe de Estado mantiene
aún muchas incógnitas a su alrededor. Para una mayoría está claro que
hubo muchos más implicados que no fueron juzgados. También se puede
constatar la generosidad con que la justicia trató a la mayoría de los
autores, muchos de los cuales continuaron su carrera en el Ejército
hasta su jubilación. El tema ha dado para muchos libros y muchas
especulaciones. En estos días asistiremos a numerosos actos
conmemorativos y a un cierto despertar de una memoria incómoda acerca
de unos hechos que hoy ya nos quedan muy lejanos.
Por Pedro Antonio Navarro
Pese
a que todo el mundo es consciente de que detrás del intento de golpe de
Estado de febrero de 1981 (o incluso los diversos “golpes”) se
encontraba un número muy superior de implicados de los que, finalmente,
resultaron procesados y condenados solamente 33 personas que fueron
conducidas ante la justicia, de las que sólo una de ellas era un civil
(Juan García Carrés). Además, la primera condena efectuada por el
Consejo Supremo de Justicia Militar, el 4 de junio de 1982, fue
duramente criticada por toda la clase política, debido a la levedad de
la mayoría de las condenas impuestas, y provocó que el Gobierno (de
UCD) elevase un recurso en contra que consiguió un cierto
endurecimiento de las penas por parte del Tribunal Supremo.
La sentencia original quedaba de la siguiente manera:
Para Jaime Milans del Bosch, 30 años de reclusión militar por un delito consumado de rebelión militar.
Antonio Tejero Molina, 30 años de reclusión por un delito consumado de rebelión militar.
Alfonso Armada Comyn, seis años de reclusión por un delito de conspiración para la rebelión militar.
General de división Luis Torres Rojas, seis años de reclusión por un delito de conspiración para la rebelión militar.
Comandante Ricardo Pardo Zancada, seis años de prisión por un delito consumado de rebelión militar.
Coronel Diego Ibáñez Inglés, cinco años de prisión por un delito consumado de rebelión militar.
A tres años y seis meses de prisión por un delito consumado de rebelión militar fue condenado el capitán de la Guardia Civil Jesús Muñecas Aguilar.
Tres años y un día fue la condena impuesta al coronel José Ignacio San Martín, al coronel de la Guardia Civil Miguel Manchado García y al capitán del mismo cuerpo, José Luis Abad Gutiérrez.
Por conspiración y auxilio a la rebelión, recibieron condenas de tres años de prisión el coronel Pedro Mas Oliver, el capitán de la Guardia Civil Vicente Gómez Iglesias y los capitanes de Infantería Carlos Álvarez Arenas y José Pascual Gálvez.
Dos años fue la pena impuesta a los capitanes de Infantería Javier Dusmet García y José Cid Fortea. Igual condena recaía sobre los capitanes de la Guardia Civil Francisco Acera Martín, Juan Pérez de Lastra, Carlos Lázaro Corthay y Enrique Bobis González.
El capitán de navío Camilo Menéndez Vives recibía un año de condena por auxilio a la rebelión, mientras que el único civil imputado, Juan García Carrés, era condenado a dos años por participación en la rebelión militar.
Fueron
absueltos el comandante José Luis Cortina Prieto, los capitanes Juan
Bautista González y Francisco Ignacio Román, y también los tenientes de
la Guardia Civil, Pedro Izquierdo Sánchez, César Álvarez Fernández,
José Niñez Ruano, Vicente Ramos Rueda, Jesús Alonso Hernáiz, Manuel
Boza Carranco, Santiago Vecino Núñez y Vicente Carricondo Sánchez, que
habían participado en el asalto al Congreso y se apreció la eximente de
“obediencia debida”.
El Gobierno
recurría estas sentencias y conseguía un relativo endurecimiento de las
mismas unos meses más tarde, especialmente en el caso de Alfonso
Armada, a quien el Tribunal Supremo elevaba la pena hasta los 30 años
de prisión. Los condenados a seis y cinco años vieron incrementada su
condena hasta los diez.
Actualmente,
ninguno permanece cumpliendo sus penas. El último en abandonar un
establecimiento penitenciario fue el ex teniente coronel de la Guardia
Civil Antonio Tejero Molina. Salió definitivamente de prisión el 3 de
diciembre de 1996. Había pasado varios años en distintas prisiones
militares en Alcalá de Henares, en Figueres (Girona) y Coruña. En 1993,
una asociación de mujeres de militares solicitó su indulto y la Sala
Militar del Supremo resolvió la petición favorablemente, aunque el
Gobierno lo denegó. Sin embargo, recibía el tercer grado penitenciario,
por el que salía de prisión de ocho de la mañana a 12 de la noche y
disponía de 48 días de “vacaciones” al año. En 1994, durante uno de sus
permisos, recibió un multitudinario homenaje al que acudieron muchos de
sus “ex compañeros” en la asonada, así como importantes figuras de la
ultraderecha española. Tras tres años de régimen abierto, el juez
militar de vigilancia estableció cinco años y 57 días de redención de
pena por el trabajo, con lo que le permitió haber cumplido tres cuartas
partes de su condena y, automáticamente, la obtención del derecho de
excarcelación.
En todo este
tiempo nunca ha expresado arrepentimiento y ha continuado manteniendo
reuniones con líderes de la extrema derecha. Su último “acto público”
fue la publicación de una carta en un diario de Melilla en la que se
sumaba a la petición de un referéndum sobre el estatuto de Autonomía de
Cataluña que propugna el Partido Popular.
Jaime Milans
del Bosch fue puesto en libertad el 1 de julio de 1990, tras haber
cumplido sólo la tercera parte de su condena, debido a “razones de
edad”. Falleció en Madrid en 1997. En la única entrevista que concedió
durante su estancia en prisión (a Fernando Vizcaíno Casas), aseguraba
que volvería a actuar del mismo modo en circunstancias similares. Nunca
solicitó el indulto porque decía no sentirse culpable de ningún delito.
De todos los
condenados, ya fallecieron, además de Milans del Bosch, Luis Torres
Rojas, Diego Ibáñez Inglés, Pedro Mas Oliver, José Ignacio San Martín y
el civil Juan García Carrés.
Los altos
mandos que participaron en la asonada continúan percibiendo la pensión
de jubilación máxima. Son los casos de Alfonso Armada, Antonio Tejero
y, antes de su fallecimiento, Jaime Milans y José Ignacio San Martín.
Otros mandos también perciben pensiones próximas al máximo, y para
ello, pese a haber sido expulsados del Ejército tras sus condenas, se
han computado los trienios hasta la actualidad. En esa situación están
Ricardo Pardo Zancada, Miguel Manchado García, José Luis Abad Gutiérrez
y Jesús Muñecas, que además fue el organizador del homenaje a Tejero en
la escuela de equitación que regentaba en Valdemoro (Madrid), en 1994.
El comandante
José Luis Cortina se encontraba hasta fechas recientes en la reserva,
con una alta remuneración sin complemento de destino y en una situación
que la ley permite que sea compatible con la actividad privada. Además,
en muchos de estos casos, los protagonistas del 23-F han conservado sus
viviendas militares.
De los
tenientes de la Guardia Civil que participaron en el asalto al Congreso
y que fueron absueltos, han llegado al grado de teniente coronel Jesús
Alonso Hernáiz, César Álvarez Fernández y Pedro Izquierdo Sánchez. En
2001, Vicente Carricondo era comandante. Vicente Ramos Rueda, el
teniente que zarandeó a Manuel Gutiérrez Mellado, se retiró con el
grado de comandante. Todos los citados participaron en el famoso
homenaje a Tejero en Valdemoro. Francisco Acera y Juan Pérez de la
Lastra pasaron a la reserva por razones de edad con el grado de
teniente coronel. Francisco Acera estuvo implicado en el escándalo del
Patronato de Casas de la Guardia Civil –finalmente disuelto por orden
gubernativa-, en el que algunos generales, coroneles y altos mandos del
cuerpo habían revendido por el triple de su valor los chalets
construidos por el citado organismo.
Carlos Lázaro
Corthay se retiró como coronel y es en la actualidad vocal de la Junta
Nacional de Veteranos de las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil. En el
VII Congreso Nacional de Organizaciones de Mayores, celebrado en Madrid
en octubre de 2005, fue secretario de la ponencia sobre “Discriminación
laboral por edad”. Ha escrito artículos en la publicación oficial de la
Guardia civil, como el aparecido en su número 15, de 1996, titulado
“Delitos contra el patrimonio y contra el orden socioeconómico”.
Manuel Boza se
retiraba con el grado de capitán, mientras que Enrique Bobis, que en
todo momento permaneció junto a Antonio Tejero en el Congreso de los
Diputados, a punto estuvo de agredir al entonces general Armada, a
quien consideraban “traidor”, cuando éste entró en el edificio para
tratar de negociar una salida. En 1997, el Gobierno de José María Aznar
lo nombraba enlace entre la Guardia Civil y el Ministerio de Medio
Ambiente, lo que ocasionó varias preguntas parlamentarias por parte de
la oposición acerca de la idoneidad de su nombramiento.
Hace pocas
fechas, Ricardo Pardo Zancada publicaba una carta en el periódico de
Internet, Minuto Digital, en la que se solidarizaba con el destituido
general Mena. En su misiva comenta: “(...) en su día expresé mi voto
negativo a una Constitución de la que estaba ausente dios; que
consagraba los términos nación y nacionalidades para las que desde
hacía siglos eran regiones de España (...) Y aquí se produce la
paradoja. Ahora, no me queda más remedio que estar con una Constitución
que sigue sin gustarme, y ponerme tras las pancartas en su defensa. Y
lo hago sin que me duelan prendas, porque mi meta no es el
mantenimiento de poder alguno. Mi meta y mi fe es una España unida y en
paz”.
Aunque José
Ignacio San Martín fallecía tras una dolorosa enfermedad en 2004, su
hijo, también José Ignacio San Martín, teniente coronel de Infantería
en la reserva, también ha saltado a los medios de comunicación en
defensa de Mena. Para él existen ciertos paralelismos entre la
situación que desencadenó el 23-F y los momentos actuales: “Los temas
que desencadenaron el golpe de Estado fueron el independentismo
autonómico y el terrorismo. Ahora mismo, el problema etarra y el
problema autonómico continúan ahí”, aunque hacía hincapié en que como
militar en la reserva, seguía “sometido a disciplina”.
En 1988 fueron
indultados Alfonso Armada, Luis Torres Rojas, Miguel Manchado y Vicente
Gómez Iglesias, que habían expresado su arrepentimiento, a diferencia
de lo ocurrido con Tejero y Milans. Manchado, que continúa siendo amigo
de Tejero, se dedica a la pintura y al cultivo de sus huertos de
limones. Armada también se dedica al negocio agrícola.
El civil Juan
García Carrés falleció de un infarto en 1986. Se había casado con la
viuda de un militar y había registrado las siglas 23-F como marca
comercial. Dejó escritas sus memorias y en su testamento recalcaba que
si moría, en ningún caso se trataría de un suicidio. Los últimos
tiempos había declarado en reiteradas ocasiones que se sentía amenazado.
Curiosamente,
todos los condenados en el juicio del 23-F, cuyas penas no llevaron
aparejada la separación definitiva del servicio y la expulsión de las
Fuerzas Armadas, han sido galardonados con la Cruz de San Hermenegildo
al cumplirse 20 años de servicio en cada caso, lo que también comporta
un incremento en sus percepciones y en sus pensiones. Sin embargo, esta
distinción no se ha concedido a ninguno de los miembros de la extinta
Unión Militar Democrática.
UN GOLPE Y MUCHAS INCÓGNITAS
¿Hubo
un solo intento de golpe de Estado o estaban en marcha otras
conspiraciones paralelas? ¿Únicamente estuvieron implicadas 33 personas
en la operación que ha supuesto el mayor peligro para la democracia
española? ¿Era lógico que la condena a los implicados en la
inmediatamente anterior “Operación Galaxia” quedara en siete meses de
prisión? ¿De verdad estuvo implicado el CESID y los servicios secretos
norteamericanos? ¿Por qué el entonces secretario de Estado de EEUU,
Alexander Haig, manifestó durante el asalto al congreso que lo sucedido
era un “asunto interno” de España”? ¿Por qué durante los días previos
al 23 de febrero las tropas de las bases estadounidenses se encontraban
en estado de alerta? ¿Por qué dimitió el presidente Adolfo Suárez y
declaró: “No quiero que la democracia sea, una vez más, un paréntesis
en la historia de España”? ¿Por qué el considerado “hombre del
maletín”, el capitán Sánchez Valiente, se marchó fuera del país y no
regresó hasta años más tarde y entonces fue juzgado por “abandono de
destino”, y no como implicado en la asonada? ¿Por qué el rey Juan
Carlos no utilizó cualquier emisora de radio privada, que no estaban
ocupadas por las fuerzas militares, para emitir el mensaje que no hizo
público en televisión hasta pasadas la una de la madrugada?
Estas y muchas
otras interrogantes han quedado sin respuesta después de 25 años.
Teorías existen muchas, y también muchos dedos que inculpan y otros que
exculpan. Lo cierto es que, pese a haber sido objeto de más
investigaciones que ninguna otra cuestión a lo largo de toda la
historia de este país, y de haberse publicado un número casi infinito
de libros y ensayos al respecto, nadie ha podido aportar datos o
pruebas que amplíen el conocimiento de lo sucedido.
Existe incluso
una teoría que aboga por que el golpe del 23 de febrero de 1981 no
fracasó, sino que consiguió sus objetivos. A raíz de aquella situación,
la izquierda y las políticas de izquierda se debilitaron, la
conflictividad laboral descendió espectacularmente. Las organizaciones
sociales, que conservaban un notable poder político, tales como
asociaciones vecinales, sindicatos, o bien desaparecieron, o se
“domesticaron”. La entrada en la OTAN se producía de forma fulminante y
el poder económico ya no estaba cuestionado, manteniéndolo, en líneas
generales, los mismos que lo ostentaban durante el régimen franquista.
Y la monarquía, una institución bastante debilitada por aquellos días,
salía enormemente reforzada como garante de los valores democráticos y
la estabilidad política.
Pero esto
tampoco ha podido ser demostrado. Lo único evidente es que todavía hoy
periodistas, historiadores y estudiosos del tema no se ponen de acuerdo
acerca de cuántas tramas confluían en aquel momento. La posibilidad de
que un intento de una especie de “Operación DeGaulle” –que emularía la
acontecida en Francia y que terminó con el general francés presidiendo
un Gobierno de concentración nacional- podría haber estado patrocinada
por el ex general Alfonso Armada, con él en el papel del histórico
dirigente galo, y que hubiera confluido con otra u otras conspiraciones
capitaneadas por personajes mucho “más duros” del estamento militar muy
enraizados en la herencia franquista.
También
resulta obvia la resistencia y la determinación de la población
española contra este intento de secuestrar el poder civil y retornar a
los tiempos oscuros de la dictadura. Millones de personas salían a las
calles por todo el territorio nacional para mostrar su repulsa ante la
asonada y su firme decisión de proseguir por el camino de un sistema
democrático equiparable al de nuestros vecinos europeos.
Las ligeras
sentencias con que los responsables fueron castigados – a excepción de
Tejero y Milans del Bosch- dejaban al descubierto que la justicia
militar de entonces asumía de mala gana el enjuiciamiento de sus
propios compañeros, y lo que era más evidente, que se hacía necesario
introducir cambios y reformas en el estamento militar y en su
organización para terminar con la sensación de que convivían dos
poderes en el Estado, el civil y el militar.
Las reacciones
a la sentencia no se hicieron esperar. El Gobierno presidido por
Leopoldo Calvo Sotelo decidía interponer inmediatamente un recurso ante
el Tribunal supremo –que, finalmente endureció algo las condenas, en
especial, la de Alfonso Armada-; los partidos de la oposición se
sumaban a las críticas y apoyaban al ejecutivo en su decisión de
recurrir. Hasta el ya ex presidente Adolfo Suárez acudía a la tribuna
pública y escribía un texto en el diario El País con el expresivo
título de “Yo disiento”. En él argumentaba que las sentencias
producidas “no protegen de manera suficiente los derechos del pueblo
español (...) No se disuade a los que puedan participar en una rebelión
militar si se personalizan las penas en los promotores y se libra a
quienes las secundan y actúan fuera de la ley (...) No hay libertad
bajo el miedo, no hay derechos ciudadanos bajo el miedo, no se puede
gobernar bajo el miedo (...) es natural que la lectura de la sentencia
produzca desasosiego entre quienes padecimos la violencia golpista y
entre todos los demócratas del país y aún del mundo entero (...) No
parece admisible que, por lo que respecta específicamente a los
tenientes de la Guardia Civil procesados, se haga jugar, de algún modo,
la eximente de obediencia debida (...) Es preciso dejar muy claro que
en España no existe un poder civil y un poder militar. El poder es sólo
civil”.
Pese a esta
casi unanimidad de la clase política y de los ciudadanos, los ruidos de
sables nos acompañaron durante los siguientes años y se cumplieron
algunas de las premisas de los que defienden que el golpe, realmente
triunfó y consiguió su objetivo: dar un golpe de timón a la situación
política. Afortunadamente, los años y las medidas políticas adoptadas
por los diversos gobiernos en cuanto a las Fuerzas Armadas,
consiguieron poner sordina a ese sonido metálico que pesaba sobre la
conciencia colectiva y sembró un temor del que resultó difícil
recuperarse. El papel constitucional del Ejército resulta claro y son
pocos los vestigios del pasado que perviven en su seno. Su
profesionalización, su proyección internacional y la naturaleza
humanitaria de muchas de sus misiones contribuyen a reforzar este
papel. Su subordinación al poder civil democráticamente establecido es
más clara que nunca, por lo que declaraciones como la del destituido
general Mena ya no producen el temor de antaño y pueden ser
consideradas una desgraciada anécdota.
Los libros del golpe
El intento de
golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 también tuvo consecuencias en
el ámbito editorial español. Una infinidad de títulos que se ocupaban
de la descripción de lo sucedido, de investigaciones más o menos serias
y documentadas al respecto, de la profundización en alguno de sus
aspectos o, simplemente, conteniendo hipótesis y elucubraciones sobre
la cuestión, han visto la luz a lo largo de estos 25 años. Desde el
primero de ellos, editado sólo unas semanas después de la intentona,
“El golpe: Anatomía y claves del asalto al Congreso”, de Miguel Ángel
Aguilar, Julio Busquets e Ignacio Puche, hasta el último conocido, “El
23-F, la historia no contada. Caso Tejero 25 años después”, del
periodista José Oneto, pasando por otros narrados en primera persona
por alguno de los condenados por su participación, todos han buscado
profundizar o “aprovecharse” de la curiosidad que aún hoy despierta uno
de los capítulos más negros y llenos de dudas de nuestra historia
reciente.
Alguno de
estos textos manifestaba una declarada simpatía por los golpistas. Es
el caso de “23-F. Crónica fiel de un golpe anunciado”, escrito por Juan
Blanco y publicado por Fuerza Nueva. El que fuera subdirector del
diario ultraderechista “EL Alcázar” (perteneciente a la Hermandad de ex
combatientes y cuya edición del 24 de febrero de 1981 fue secuestrada
por orden gubernativa) arroja una tesis justificativa de la actuación
de los sublevados y deja en muy mal lugar al ex general Alfonso Armada.
“El 23-F sin
máscaras”, del polémico historiador Ricardo de la Cierva menciona
algunos hechos controvertidos, como la supuesta intención de la Junta
de Jefes de Estado Mayor (JUJEM) de hacerse provisionalmente con el
poder tras la ocupación del Congreso por parte de las fuerzas de Tejero.
En el capítulo
autobiográfico podemos encontrar “La pieza que falta”, de Ricardo Pardo
Zancada, en el que continuamente deja entrever su “honor herido” y
critica la actitud del general Armada y también la del rey, aunque
también entra en muchos detalles concretos de la operación. En la misma
línea se encuentra “Apuntes de un condenado por el 23-F, de José
Ignacio San Martín (fallecido en 2004), en el que acusa de mentir
durante el juicio a la mayoría de los imputados y critica con firmeza
el procedimiento judicial al que denuncia por no contar con un “testigo
de cargo” que acusase concretamente a personas y estableciese quiénes,
dónde se reunieron y qué decidieron. Otro de los elementos destacables
de la publicación de San Martín es la sospecha difundida de que muchas
personas no imputadas ni juzgadas formaron parte de la conspiración. En
un capítulo de su libro escribe: “(...) y sólo nos queda la licuosa
seguridad de que fueron más de los 33 enjuiciados los que participaron
en la asonada, militares y civiles”.
Para
concluir con este breve repaso a los textos narrados desde sus
protagonistas, cabe destacar el libro “Conversaciones con Alfonso
Armada, del catedrático de Historia Contemporánea José Manuel Cuenca
Toribio. Como su título indica, se trata de una larga charla con una de
las más importantes figuras de la asonada. El ex general y antiguo
preceptor del rey habla de una reunión mantenida con el monarca el 13
de febrero de 1981 durante una hora y media, en la que transmitió el
malestar que se detectaba en el Ejército y su sospecha de que podría
producirse algún “hecho grave”. Armada trató de declarar en este
sentido durante el proceso contra los implicados, lo que le fue
impedido por el tribunal.
“El golpe que
nunca existió”, escrito por un ex militar –éste de conocida trayectoria
democrática-, Amadeo Martínez Inglés, que, en sus capítulos finales
incluye dos conversaciones con el ex teniente general Jaime Milans del
Bosch y el testimonio del capellán Mariano del Cid, que se encontraba
en la prisión de Alcalá coincidiendo con Alfonso Armada. Según sus declaraciones, el ex general le
había contado que a mediados de 1980, el rey le había propuesto ser el
presidente de un Gobierno de concentración nacional para salvar la
situación crítica por la que atravesaba el país. Con posterioridad a la
publicación de este tomo, el propio Armada desmentía personalmente este
extremo.
En “23-F: el
golpe del CESID”, Jesús Palacios establece la tesis de que los
servicios de inteligencia españoles se encontraban detrás de la
intentona y personalizando en Jesús Calderón –secretario general del
CESID en aquellos momentos- la responsabilidad de los hechos. También
se apunta a la responsabilidad del espionaje español en el golpe en el
libro “La conjura de los necios”, de los periodistas Fernando Jáuregui,
Pilar Cernuda y Manuel Ángel Menéndez. En su obra se desvela la
existencia de un informe elaborado por el organismo de inteligencia –el
“Informe Jáudenes” (por el nombre de su autor)- en el que se
manifiestan sospechas sobre la implicación de diversos mandos del
CESID. Y se revelan detalles de las conversaciones de Alfonso Armada con Enrique Múgica y otros dirigentes socialistas del momento.
En el último
de los libros sobre un asunto que tanto negocio ha dado a las
editoriales, “el 23-F. La historia no contada. Caso Tejero 25 años
después”, el periodista José Oneto argumenta que la
dimisión del ex presidente Adolfo Suárez, el 29 de enero de 1981, se
produjo porque éste ya conocía los planes del golpe y trataba de
frenarlo con esta maniobra. Pese a ello, Alfonso Armada decidía
entonces acelerar los plazos. Oneto, que ha mantenido
conversaciones con más de 150 personas para la obtención de su
información, sostiene también que los servicios secretos
norteamericanos y, más concretamente la CIA, conocían el desarrollo de
la trama con bastante fidelidad y se apunta a la implicación del
espionaje español. Según sus investigaciones, a finales de 1980 se
había creado en el seno del CESID una unidad especial para ayudar a
Tejero en los preparativos del golpe. Igualmente, como otras hipótesis
anteriores han mantenido, Oneto explica la existencia de varias tramas
paralelas y de “diversos golpes” preparados casi coincidentes en el
tiempo.
Sólo son
algunos ejemplos de la amplísima producción editorial que el primer
intento de golpe de Estado retransmitido por televisión ha dejado en
las librerías españolas. A continuación incluimos algunos títulos más,
los más representativos; sólo unos pocos de los muchísimos escritos a
cuenta de tan triste episodio:
—“El golpe: anatomía y claves del asalto al Congreso”. Miguel Ángel Aguilar, Ignacio Puche y Julio Busquets. Ariel, 1981
—“23-F Ni Milans ni Tejero, el informe que se ocultó”. Juan Alberto Perote. Editorial Foca, 2001.
—“17 horas y media: el golpe del 23-F”. Javier Fernández. Editorial Taurus, 2000.
—“Con la venia... Yo investigué el 23-F”. Pilar Urbano. Editorial Plaza & Janés. 1998.
—“Los cabos sueltos”. Diego Carcedo. Editorial Temas de Hoy.
—“Hablan los militares”. Miguel Platón. Editorial Planeta.
—“23-F, la verdad”. Francisco Medina. Editorial Plaza & Janés.
—“¿Quién venció en febrero?”. Pedro Casals. Editorial Plaza & Janés.
—“Pasiones de servidumbre”. Antonio García Trevijano. Editorial Foca, 2001.
—“El enigma del elefante”. Joaquín Prieto y José Luis Barbería. Editorial Aguilar.
http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2006/683/683dossier.html