Sábado, 14-02-09
ABC . Cartas al director
Aquel 23 de febrero de 1981, muy
temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo,
el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar
a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas
difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror.
Noches en vela, acompañadas de desconciertos en una España que los
españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al
cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el
terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de
ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera
que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...
Todo era incomprensible para un joven que
creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de
una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de
Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me
enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi
padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a
la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de
oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que
sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no
quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue).
Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del
sacrificio: mi padre. Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie
me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el
juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo
silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con
una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-,
contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda,
me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y,
con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre,
pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme
que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.
Y, con el gozo de amar a mi padre con
locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en
aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia:
mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una
entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en
los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando,
en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.
Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de
nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras
segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel
momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi
padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según
nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un
acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba
nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios
transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a
entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos
puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella
noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me
regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen
asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.
No voy a revelar nada del 23F, el
silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en
el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas
informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de
comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un
hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es
coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente
de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre
cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la
palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo,
disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es
templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con
coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece
que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un
hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano
sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información
y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un
hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me
duelen tantos programas y tan poca veracidad...
Quiero a mi padre con locura. Es por ello
que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de
expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar
estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un
hijo por su padre.
Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.
Ramón Tejero Díez
OTRO PUNTO DE VISTA
El buen Tejero
Manuel Molares Do Val
Ramón Tejero Díaz, sacerdote e hijo del teniente coronel
Antonio Tejero Molina, el golpista del 23-F de 1981, acaba de recordar
a su padre en una carta abierta al diario ABC en la que lo presenta
como héroe y casi como santo. Cuenta que antes de entrar a tiros en el
Parlamento rezó y besó enternecido a su mujer, hijos y a la bandera de
España, porque es un marido, padre y patriota ejemplar.
Ramón pretende demostrarnos que su padre no fue un malvado cuando mandó
tirarse al suelo a todos los diputados. Ciertamente, tampoco fue un
asesino: no mató a Adolfo Suárez, al general Gutiérrez Mellado y a
Santiago Carrillo, que permanecieron orgullosamente en pie.
Al militar siempre lo había movido su enorme fe religiosa y su amor a
España, al margen de que creyera que el Rey apoyaba y ordenaba tales
hechos, según la carta. Estaba, pues, dominado por una fe inmutable,
que en lenguaje laico es una ideología inquebrantable, y por el amor a
España, es decir, a la Patria. No empleaba la razón, que iba en contra
de sus emociones, sino que fueron éstas las que le impusieron realizar
su golpe de Estado.
Lo que explica que veamos tantos casos de personas presuntamente
decentes que, llevados por su fe y/o su sentido patriótico, pero no por
la razón, son peligrosas: cuidado con los fanáticos de las patrias y
con los fanáticos religiosos. Puestos aquí y ahora, cuidado con los
patriotas que intimidan, amenazan y pegan a quienes piensen de manera
diferente e ellos. Porque en España estamos sufriendo a un número
creciente de tejeritos dominados por la fe y el amor hacia sus pequeñas
patrias.
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