De: Mer- (Mensaje original) |
Enviado: 11/12/2009 08:54 |
La mano ejecutora
Sobre la inmaculada superficie, inerte y frío, descansa el mutilado y rollizo cuerpo...
Siguiendo
el protocolo cada cosa ocupa su lugar; a la derecha hábilmente
colocadas, alineadas todas ellas de mayor a menor, destellean afiladas
y asépticas las piezas que componen el instrumental. A la izquierda,
unos finos guantes de látex color hueso, esperan las diestras manos que
inicien la labor.
Con
la indiferencia que provoca la rutina alguien se dispone a comenzar;
extiende las manos en busca del látex, primero el derecho, el izquierdo
después; mueve los dedos en busca de incómodas arrugas que entorpezcan
su trabajo, reajusta meticuloso, hasta conseguir que el látex se
convierta en su segunda piel. Con el escenario preparado y cada quién en su lugar, ha llegado el momento..
Alza la mano, pide instrumento, y practica la primera incisión. Abierta
por completo la cavidad torácica, escruta sereno mientras piensa y
decide los pasos a seguir. Cambia el instrumento que sostiene por otro
mas pequeño, el idóneo para separar el tejido sobrante e inservible que
molesta. Con manos hábiles separa y sujeta el apéndice, la vista se
le nubla en ese preciso momento, un extraño sudor frío recorre su
frente, y esa mano de ejecución certera y pulso sereno, inicia por su
cuenta, una serie de ligerísimos e inesperados movimientos. Atónito,
observa la traicionera mano, que parece actuar por voluntad propia,
ajena por completo a la mente que domina, e impositiva marca la pauta y
el compás. Aumenta
el ritmo cardíaco, se apoya ligeramente en un taburete, cierra los ojos
para no ver al mundo, o lo que viene a ser lo mismo; que el mundo no
presencie ¿su derrota? , respira profunda y lentamente, mientras
piensa en todas las veces que ha hecho lo mismo a lo largo de estos
años, y al hacerlo, no recuerda que le haya sucedido anteriormente nada
semejanate...siempre hay una primera vez!, se dice a si mismo en voz
baja, con una mezcla de frustración, tristeza, e impotencia.
Una
mano deposita algo áspero y dulzón bajo su lengua, se toma otros dos
minutos de descanso, comprueba complacido que el temblor va remitiendo,
y poco a poco, vuelve a dominar la rebelde mano que sujeta a su
antebrazo, es la hacedora de tan delicada tarea. Recompuesto, retoma la
acción interrumpida, y decide concluir cuanto antes tan azarosa
actividad.
Extraños
ruidos que provienen de la antesala perturban la paz recientemente
recuperada, crece el estruendo y rompe la armonía que reina en la sala. A
poco de finalizar con la tarea, alguien irrumpe en la habitación, se
oye el estruendo de un portazo, mientras un sujeto con voz aguda y
cansina vocifera a a sus espaldas:
¡Corta ya el dichoso pollo...!.
|