1
de enero de 1959. Los hombres de Ernesto 'Che' Guevara toman la ciudad
de Santa Clara y Fidel Castro, líder de la guerrilla de Sierra Maestra,
entra en Santiago de Cuba. Sabiéndose acorralado, el dictador Fulgencio
Batista huye a Santo Domingo. La revolución ha triunfado. Fue el
comienzo de un ideal construido sobre los principios de igualdad de
clases, reparto de bienes y justicia social. 50 años más tarde, ¿qué
queda en la sociedad cubana?
Los carteles con consignas
revolucionarias proliferan a cada paso. "Patria o muerte", "Este país
no podrá ser sometido", "Vamos bien"... En una isla donde no existe la
publicidad, los espacios más visibles de carreteras, calles y edificios
los ocupan emblemas políticos. Los rostros del Che y Camilo Cienfuegos,
héroes del 59, también son omnipresentes. Más difícil es encontrar a
Fidel Castro, quien se autoproclama contrario al culto a su persona,
aunque su figura lo cale absolutamente todo en el país. Incluso ahora,
ya retirado de la actividad política.
Los mensajes son los
mismos que en 1959, pero basta con observar la rutina diaria de sus
11,2 millones de habitantes para darse cuenta de que, sobre el terreno,
la realidad es otra.
50 años después del triunfo de una
revolución que cambió su historia, los cubanos están divididos.
Ideológicamente -son muchos los detractores y también los defensores
del régimen comunista- pero, sobre todo, económicamente. La división de
clases es patente en la Cuba actual y se agrupa en dos categorías bien
definidas: los que tienen acceso a la divisa y los que no. O, de forma
más gráfica, los que trabajan cerca del turista o tienen familia en el
extranjero que les aprovisione y los que deben vivir de su trabajo. Un
trabajo que les deja una media de 408 pesos cubanos al mes
(equivalentes a unos 12 euros). Los primeros se parapetan tras
televisores, DVD, mp3 y ordenadores, auténticos objetos de culto desde
que el Gobierno liberase su venta a comienzos de 2008. Los segundos
hacen cuentas para adquirir productos de primera necesidad. Y casi
nunca les salen.
Y es que los bienes que se ofertan en divisa
-en la isla circulan dos monedas, el peso cubano y el convertible,
divisa asociada al turismo en la que deben pagarse muchos productos,
como los de higiene- tienen un precio similar al de Europa: cerca de 3
euros por un litro de leche, unos 4 por un champú. Y eso cuando el
sueldo mensual lo tiene difícil para superar los 10.
Teniendo en
cuenta el salario, son muchos los cubanos que prefieren no trabajar -el
20% de la población de La Habana está desempleada- y optan por buscar
el dinero del turista. De ahí, que en la Cuba de 2009, sea más que
habitual encontrar a un neurocirujano trabajando como taxista o que el
camarero que sirve en los hoteles esté licenciado como ingeniero: una
propina puede igualar en un minuto el sueldo que le correspondería por
su titulación.
El Gobierno argumenta que los cálculos que tienen
por base el sueldo mensual no son justos, ya que todos los ciudadanos
tienen una cartilla de racionamiento que les garantiza alimentos a
precios subvencionados y cuentan con sanidad y educación gratuitas
-aunque después deben trabajar donde el Estado considere oportuno
durante la llamada "prestación social"-. "Lo malo es el bajo nivel de
esta sanidad y educación", añaden los detractores.
Propaganda máxima; prohibidas las críticas
El
Partido Comunista trabaja cada día para mantener el espíritu
revolucionario, para lo que reprime la crítica -en las cárceles hay más
de 200 presos políticos, según organizaciones humanitarias- y celebra
todo tipo de actos para conmemorar cada batalla, cada hito de la
Revolución. Además, la televisión, oficial, bombardea con propaganda y
las reflexiones de Fidel acerca de la actualidad se publican en todos
los periódicos y se reproducen por todos los canales.
No caben
las voces disidentes, pero sí las series norteamericanas de última
creación. Cada día, los cubanos descubren las últimas aventuras de
'House', 'CSI' o 'The Wire'. En versión original (y pirateadas, se les
tapa la mosca original de Fox). Por un lado, la propaganda incide sin
cesar en las carencias y malas prácticas de EEUU. Por el otro, la
pantalla transmite un modelo de vida muy alejado de la utopía comunista.
En
febrero de 2008, Fidel Castro, el artífice de todo esto, dejó paso a su
hermano Raúl al frente del Estado. Sus problemas de salud le llevaron a
retirarse de la presidencia.
Siempre a la sombra de su hermano,
Raúl Castro comenzó con medidas aperturistas, como una reforma agraria
para fomentar la productividad del campo -el 50% de las tierras útiles
están sin cultivar y el país importa más del 80% de los alimentos-,
pero su impulso se fue frenando. Su medida más polémica ha sido la
conocida como 'Ley de no Acaparamiento', promulgada tras los desastres
que provocaron los huracanes Gustav e Ike -según datos oficiales,
dejaron pérdidas de 9.722 millones de dólares, equivalentes al 20% del
PIB y afectaron a 530.758 viviendas-. La norma impone un tope a lo que
puede comprar cada persona y ha puesto contra las cuerdas al mercado
negro del que vivía la mayoría de la población.
50 años después
de ese histórico 1 de enero, los cubanos viven una paradoja constante:
indicadores económicos del tercer mundo -a los que contribuye el
embargo que decretó EEUU en 1963- contrastan con marcas sociales
propias de país desarrollado -esperanza de vida de 77 años; mortalidad
infantil de 5,3 por cada mil nacidos vivos-; el alto nivel cultural de
la población -la tasa de analfabetismo es prácticamente nula y 45.000
universitarios se licencian cada año- choca con la pobreza de la
propaganda... En definitiva, unos dignos ideales se enfrentan a la
dureza de constatar que no se han llevado a la práctica.