Isabel I de
Castilla, llamada la Católica (Madrigal de las Altas Torres, 22 de
abril de 1451 - Medina del Campo, 26 de noviembre de 1504) fue reina de
Castilla y de León desde 1474 hasta 1504, también reina consorte de
Sicilia desde 1469 y de Aragón desde 1479. Isabel de Castilla, hija
de Juan II de Castilla y de su segunda mujer, Isabel de Portugal
(1428-1496), nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) el 29 de
abril, Jueves Santo, de 1451 en el palacio que hoy ocupa del Monasterio
de Nuestra Señora de Gracia. El lugar y la fecha de nacimiento han sido
históricamente discutidos, toda vez que cuando nace, nadie es
consciente de la importancia que esa niña iba a tener en el futuro.
Madrigal era entonces una pequeña villa de realengo donde
circunstancialmente residía su madre, Isabel de Aviz, y de ella recibe
el nombre que entonces no era frecuente en España. Dos años después,
en Tordesillas, nacerá su hermano Alfonso. Con anterioridad, y fruto
del matrimonio entre Juan II de Castilla y María de Aragón, había
nacido Enrique, hermano de padre de Isabel, que ocuparía el trono en
1454 y sería conocido como Enrique IV el Impotente. A la muerte de
su padre en 1454, se retiró con su madre y su hermano Alfonso a la
villa de Arévalo, donde vería los ataques de locura de su madre Isabel.
Esta es una época de dificultades, incluso económicas, pues aunque su
padre había dejado importantes disposiciones testamentarias en favor de
su madre, de ella, el rey Enrique IV las incumple reiteradamente. En
esta adversidad Isabel se fortaleció con lecturas evangélicas y libros
de piedad. También le ayudó su amistad con Santa Beatriz de Silva (1424
- 1491), a la que luego ayudaría en la fundación de la Orden de las
Concepcionistas Franciscanas y a la que donó los palacios de Galiana.
Otros personajes importantes en este momento y en general en su vida
fueron Gutierre de Cárdenas, su esposa Teresa Enríquez y Gonzalo Chacon. En
1461, Isabel y su hermano Alfonso son trasladados a Segovia, lugar
donde se emplazaba la Corte, por estar cercano el nacimiento de la hija
de los reyes, doña Juana de Castilla. Pronto se la apodó Juana la
Beltraneja, pues, según los rumores de la época, era hija de la reina,
doña Juana de Portugal, y de Beltrán de la Cueva. Los nobles,
ansiosos de poder, enfrentaron a su hermano Alfonso con su hermanastro
el rey Enrique, deponiéndolo en la "Farsa de Ávila". En 1468, su
hermano Alfonso murió, al parecer, envenenado, en Cardeñosa. En un
principio, se pensó que fue víctima de la peste, pero el médico que
examinó el cadáver no encontró ningún indicio de tal enfermedad. A
pesar de las presiones de los nobles, ella rechazó proclamarse reina
mientras Enrique IV estuviera vivo. Por el contrario, consiguió que su
hermanastro le otorgase el título de Princesa de Asturias, en una
ceremonia que tuvo lugar en los Toros de Guisando, el 19 de septiembre
de 1468, conocida como la Concordia de Guisando. Se dice que don Andrés
de Cabrera, tesorero real, dijo al rey: "La virtud y la modestia de la
infanta nos obligan a esperar que no tendrá más voluntad que la
vuestra, ni alentará la ambición de los Grandes, pues no hubiese
rehusado el título de Reina que la ofrecían contentándose con el de
Princesa que, a su entender, le pertenece." Isabel se constituyó así
como heredera a la corona, por delante de su sobrina y ahijada de
bautismo, Juana la Beltraneja, a quien no se consideraba legitimada
para ocupar el trono, por las dudas que había sobre su paternidad. A
partir de este momento, Isabel pasa a residir en Ocaña, villa
perteneciente a don Juan Pacheco, marqués de Villena. El rey inicia
contactos diplomáticos con otras casas reales para lograr un acuerdo
matrimonial que le reporte beneficios.
Ya desde los tres años, Isabel había estado comprometida con Fernando, hijo de Juan II de Aragón. Sin
embargo, Enrique IV rompió este acuerdo, seis años más tarde, para
comprometerla con Carlos, príncipe de Viana. El matrimonio no llegó a
consolidarse, por la férrea oposición de Juan II de Aragón. También
fueron infructuosos los intentos de Enrique IV por desposar a su
hermana Isabel con el rey Alfonso V de Portugal. En 1464, logró
reunirlos a ambos en el Monasterio de Guadalupe, pero ella le rechazó,
debido a la diferencia de edad entre ambos. Más tarde, cuando
contaba 16 años, Isabel fue comprometida con don Pedro Girón, Maestre
de Calatrava y hermano de don Juan Pacheco. Isabel rogó al cielo para
que no llegaran a celebrarse los esponsales con este varón de 43 años.
Don Pedro murió de un ataque de apendicitis, mientras realizaba el
trayecto para encontrarse con su prometida. El 18 de septiembre de
1468, Isabel fue proclamada Princesa de Asturias por medio de la
Concordia de los Toros de Guisando, revocando Enrique IV de este modo
el anterior nombramiento de su hija Juana. Tras la ceremonia, Isabel
pasó a vivir en Ocaña, en contacto estrecho con la Corte. Enrique IV
convino el enlace entre Isabel y el rey Alfonso V de Portugal, ya que
en el Tratado de los Toros de Guisando se había acordado que el
matrimonio de Isabel debía celebrarse con la aprobación del monarca
castellano. La propuesta entrañaba una trampa para casar a su hija
Juana con Juan II de Portugal, hijo de Alfonso V de Portugal. De esta
manera, Isabel sería trasladada al reino vecino y, a la muerte de su
esposo, el trono de Portugal y de Castilla pasarían a Juan II de
Portugal y su esposa, Juana la Beltraneja. Ante la negativa de
Isabel, el rey trató de que se desposara con el duque de Guyena,
hermano de Luis XI de Francia; pretendía emparentarla con Francia y
alejarla así del trono de Castilla y León. De nuevo Isabel se negó. El
monarca francés, entonces, pidió la mano de Juana para su hermano, el
duque de Guyena. Los esponsales se realizaron en Medina del Campo,
(1470), pero el duque murió en 1470, antes de conocer a la novia. Juan
II de Aragón, mientras, trató de negociar en secreto con Isabel la boda
con su hijo Fernando. Isabel consideró que era el mejor candidato para
esposo, pero había un problema legal para contraer matrimonio: eran
primos (sus abuelos, Fernando de Antequera y Enrique III, eran
hermanos). Necesitaban, por tanto, una bula papal que les exonerara de
esta consanguinidad. El Papa, sin embargo, no llegó a firmar este
documento, temeroso de las posibles consecuencias negativas que ese
acto podría traerle (al atraerse las antipatías de los reinos de
Castilla, Portugal y Francia, interesados todos ellos en desposar a la
princesa Isabel con otro pretendiente). No obstante, el Papa era
proclive a esta unión conyugal, por atraerse a la princesa Isabel, una
mujer de marcardo carácter religioso, debido a la amenaza que
representaban los árabes a sus Estados Pontificios. Por ese motivo,
ordenó a don Rodrigo Borgia dirigirse a España como legado papal para
facilitar este enlace.
Los escrúpulos de Isabel para
contraer matrimonio sin contar con la autorización papal impedían
realizar la ceremonia. Con la connivencia de don Rodrigo Borgia, los
novios presentaron una supuesta bula emitida en junio de 1464 por el
anterior Papa, Pío II, a favor de Fernando, en el que se le permitía
contraer matrimonio con cualquier princesa con la que le uniera un lazo
de consanguinidad de hasta tercer grado. Isabel aceptó y se firmaron
las capitulaciones matrimoniales de Cervera, el 5 de marzo de 1469.
Para los esponsales y ante el temor de que Enrique IV abortara sus
planes, en mayo de 1469 y con la excusa de visitar la tumba de su
hermano Alfonso, que reposaba en Ávila, Isabel escapó de Ocaña, donde
era custodiada estrechamente por don Juan Pacheco. Por su parte,
Fernando atravesó Castilla en secreto, disfrazado de mozo de mula de
unos comerciantes. Finalmente el 19 de octubre de 1469 contrajo
matrimonio en el Palacio de los Vivero de Valladolid con Fernando, rey
de Sicilia y Príncipe de Gerona. El matrimonio costó a Isabel el
enfrentamiento con su hermanastro, que llegó a paralizar la bula papal
de dispensa por parentesco. Por último, el 1 de diciembre de 1471 el
Papa Sixto IV resolvió las dudas sobre la legalidad canónica de este
enlace, por medio de la Bula de Simancas, que dispensaba de
consanguinidad a los príncipes Isabel y Fernando.
El matrimonio tuvo 6 hijos: Isabel (1 de
octubre de 1470 1498), Princesa de Asturias (14971498), contrajo
matrimonio con el Infante Alfonso de Portugal, pero a su muerte se casó
con el primo del fallecido, Manuel, que sería rey de Portugal con el
nombre de Manuel I, el Afortunado. Murió en el parto de su hijo Miguel
de Paz. Juan (30 de junio de 1478 1497), Príncipe de Asturias
(14781497). En 1497, contrajo matrimonio con Margarita de Austria (hija
del emperador germánico Maximiliano I de Habsburgo); murió de
tuberculosis poco después. Tuvo un hijo póstumo que nació muerto.
Margarita se fue de España y se encargó por un tiempo de su sobrino
Carlos, futuro Carlos V. Juana I de Castilla (6 de noviembre de 1479
1555), Princesa de Asturias (15001504), Reina de Castilla (15041555)
con el nombre de Juana I. En 1496, contrajo matrimonio con Felipe el
Hermoso de Habsburgo (también hijo del emperador Maximiliano I). Con él
entró una nueva dinastía en España, la de los Habsburgo, que formaban
la Casa de Austria. En 1500, fue por segunda vez madre de su primer
hijo varón, Carlos V, quien la sucedería y sería también Emperador del
Sacro Imperio Romano Germánico. En 1503, dio a luz a Fernando, sucesor
de Carlos V, y restauró la rama austríaca imperial de la Casa de los
Austrias. Mentalmente afectada por la muerte de su marido, fue recluida
por su padre Fernando en Tordesillas, donde murió. María (29 de
junio de 1482 1517), contrajo matrimonio en 1500 con el viudo de su
hermana Manuel I de Portugal, el Afortunado. Fue madre de diez hijos,
entre ellos: Juan III, Enrique I de Portugal y la Emperatriz Isabel,
esposa de Carlos V. Catalina (12 de diciembre de 1485 1536),
contrajo matrimonio con el príncipe Arturo de Gales en 1502, que murió
pocos meses después de la boda. En 1509 se desposó con el hermano de su
difunto marido, que sería Enrique VIII. Por lo tanto se convirtió en
reina de Inglaterra; fue madre de la reina María I de Inglaterra, María
Tudor. Pedro de Embasaguas (1488 1490), el «Infante», falleció a poco de haber nacido. Llegó
al trono tras vencer en la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1480),
enfrentándose con los partidarios de su sobrina Juana. Isabel se
proclama Reina de Castilla el 13 de diciembre de 1474 en Segovia,
tomando como base el Tratado de los Toros de Guisando. Desde el Alcázar
de Segovia se dirigió a la Iglesia de San Miguel, contigua a la plaza
mayor. Tras jurar por Dios, por la Cruz y por los Evangelios que sería
obediente a los mandamientos de la Santa Iglesia, le juraron lealtad.
Luego, entró en el interior del templo, portando el pendón de Castilla
y abrazada a sus pliegues. Fue una mujer de mucho carácter y con
mucha decisión propia. Con sus hijos fue severa, pero buena madre,
haciéndoles entender que tenían unas obligaciones por su rango de hijos
de reyes, y que debían sacrificarse mucho por ese motivo. Creyó en
los proyectos de Cristóbal Colón a pesar de las muchas críticas y
reacciones políticas adversas de la Corte y los científicos; una
leyenda dice que financió con sus joyas el viaje que llevaría al
descubrimiento de América. Realmente fue un grupo de mercaderes, los
mismos que financiaron la visita de Fernando de Aragón para casarla.
Durante el reinado común con Fernando se produjeron hechos de gran
trascendencia para el futuro del reino, como el establecimiento de la
Santa Inquisición (1480), la creación de la Santa Hermandad, la
incorporación del Reino nazarí de Granada, así como la unificación
religiosa de la Corona Hispánica, basada en la conversión obligada de
los judíos, so pena de expulsión (Edicto de Granada, 1492) y más tarde
de los musulmanes. Por último, la anexión de Navarra (1512), (ya muerta
la reina) significó el origen del futuro Reino de las Españas. Firmó
con Portugal el Tratado de Tordesillas (1494), un tratado de objetivos
modestos (se trataba de repartirse zonas de pesca y navegación con los
portugueses: aún no se conocía la importancia del viaje de Colón) pero
que, en años posteriores, tuvo como resultado que Castilla y Portugal
se repartieran el mundo. Por deseo de los comerciantes urbanos creó la
Santa Hermandad, cuerpo de policía para la represión del bandidaje,
creando unas condiciones mucho más seguras para el comercio y la
economía. Para sus campañas militares contó con el servicio de
Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán), que intervino en la
conquista de Granada (1492), en las dos primeras Guerras de Italia y en
la toma de Cefalonia (1500).
Para sus campañas militares contó con el servicio de Gonzalo
Fernández de Córdoba (El Gran Capitán), que intervino en la conquista
de Granada (1492), en las dos primeras Guerras de Italia y en la toma
de Cefalonia (1500). Estos hechos, movidos tanto por interés
político como religioso, fueron muy importantes y dieron un giro a lo
que había sido hasta entonces una parte de la península dividida en
varios reinos (por entonces, los portugueses se consideraban también
parte de España; al cabo la península completa era la Hispania romana,
de modo que los Reyes Católicos nunca tomaron el título de reyes de
España) y cambiaron el curso de la historia en toda Europa. Dada la
histórica implicación de la Corona de Aragón en Italia y por razones
puramente políticas, Fernando recibió el título de Rey Católico
otorgado por el Papa Alejandro VI, que la historia y la costumbre han
extendido a su mujer, Isabel I de Castilla. Al final de sus
días, las desgracias familiares se cebaron con ella, lo que valió que
los cronistas de la época realizaran una similitud entre la virtuosa
reina y la Virgen María en sus Dolores. La muerte de su querido hijo y
el aborto de la esposa de éste, la muerte de su adorada primogénita y
su nieto Miguel (que iba a unificar los Reinos de los Reyes Católicos
con el de Portugal), la locura de Juana (que la desafió abiertamente en
Medina del Campo) y los desaires de Felipe el Hermoso y la
incertidumbre de su hija Catalina tras la muerte de su esposo inglés,
la sumieron en una profunda tristeza que hizo que vistiera de luto
íntegro. Su espiritualidad recia deja constancia en lo que dijo al
conocer la triste noticia del fallecimiento de su hijo: "El Señor me lo
dio, el Señor me lo quitó, bendito sea su santo nombre." Recluida en
Medina del Campo cuando enfermó de un cáncer de útero que la llevó a la
tumba, mandó que las misas por su salud se tornaran por su alma, bien
segura del próximo fin. Consciente pidió la Unción de los Enfermos y el
Santísimo Sacramento, que recibió con singular piedad. Falleció poco antes del mediodía del 26 de noviembre de 1504 en el Palacio Real de Medina del Campo (Valladolid). Primeramente
fue inhumada en San Francisco de la Alhambra, el 18 de diciembre de
1504, en una sencilla sepultura según su deseo. Actualmente Isabel I
está enterrada en la Capilla Real de Granada en un fastuoso sepulcro
construido por su nieto, Carlos I (que fue profanado durante la
Invasión Francesa), junto a su marido Fernando el Católico, su hija
Juana I y el marido de ésta Felipe el Hermoso. También se enterró allí
su nieto Miguel, que falleció a los 2 años de edad, hijo del rey Manuel
I de Portugal y su hija Isabel. En el museo de la Capilla Real se
encuentran la corona y el cetro de la reina, quien además dotó a la
Capilla Real de un importante grupo de cuadros (aún in situ), de
Botticelli, Dirk Bouts y Hans Memling, entre otros. El testamento
original de la reina se conserva en el Real Monasterio de Santa María
de Guadalupe. Una copia se envió al monasterio de Santa Isabel de la
Alhambra de Granada. Y otra, a la catedral de Toledo, aunque desde 1575
pasó al Archivo General de Simancas. En él, dejó dicho que sus
sucesores debían esforzarse en conquistar para el cristianismo el Norte
de África (otra hubiera sido la historia), siguiendo la reconquista
peninsular, pero el descubrimiento de América hizo que los esfuerzos de
los reinos castellanos se alejasen de ese objetivo. Su empeño como
defensora de la igualdad de sus súbditos americanos con los del Viejo
Mundo le han ganado el título de Precursora de los Derechos Humanos por
importantes historiadores (ello a pesar de haber decretado en Castilla
la conversión obligada de los judíos, so pena de expulsión, Decreto de
Granada, y más tarde, empujada por su marido y por el papado, a romper
Las Capitulaciones de Granada, pactadas con Boabdil, y obligar a la
conversión a los musulmanes). A su muerte le sucedió la hija de
ambos, Juana, pero por poco tiempo, ya que fue declarada incapaz de
reinar por "locura" y pasando el reino, primero al marido de ésta
(Felipe I el Hermoso) y muy pronto al hijo de este matrimonio, y nieto
de los Reyes Católicos, Carlos I.
Isabel era de
piel blanca y rubia, como todos los Trastámaras que descendían de doña
Catalina de Lancaster. Llevó una vida sobria, austera, sin opulencias.
Su espíritu religioso impregnó todos sus actos. De ella, los cronistas
dijeron: Pedro Mártir de Anglería: «su modestia personal y
mansedumbre admirables»; «del rey no sorprende que sea admirable...
pues leemos en las historias incontables ejemplos de hombres justos,
fuertes, dotados de virtud, incluso sabios. Pero ella... ¿quién me
encontrarías tú entre las antiguas, de las que empuñaron el cetro, que
haya reunido juntas en las empresas de altura estas tres cosas: un
grande ánimo para emprenderlas, constancia para terminarlas y
juntamente el decoro de la pureza? Esta mujer es fuerte, más que el
hombre más fuerte, constante como ninguna otra alma humana, maravilloso
ejemplar de pureza y honestidad. Nunca produjo la naturaleza una mujer
semejante a esta. ¿No es digno de admiración que lo que siempre fue
extraño y ajeno a la mujer, más que lo contrario a su contrario, eso
mismo se encuentre en ésta ampliamente y como si fuera connatural a
ella?» Hernando del Pulgar: «muy buena mujer; ejemplar, de buenas y
loables costumbres... Nunca se vio en su persona cosa incompuesta... en
sus obras cosa mal hecha, ni en sus palabras palabra mal dicha»; «dueña
de gran continencia en sus movimientos y en la expresión de
emociones... su autodominio se extendía a disimular el dolor en los
partos, a no decir ni mostrar la pena que en aquella hora sienten y
muestran las mujeres»; «castísima, llena de toda honestidad,
enemicísima de palabras, ni muestras deshonestas». Lucio Marineo
Sículo: «y no fue la reina de ánimo menos fuerte para sufrir los
dolores corporales... Ni en los dolores que padecía de sus
enfermedades, ni en los del parto, que es cosa de grande admiración,
nunca la vieron quejarse, antes con increíble y maravillosa fortaleza
los sufría y disimulaba»; «aguda, discreta, de excelente ingenio»;
«habla bien y cortésmente». Andrés Bernáldez: «fue mujer muy
esforzada, muy poderosa, prudentísima, sabia, honestísima, casta,
devota, discreta, verdadera, clara, sin engaño. ¿Quién podría contar
las excelencias de esta cristianísima y bienaventurada reina, muy digna
de loa por siempre? Allende de ella ser castiza y de tan nobilísima y
excelentísima progenie de mujeres reinas de España, como por las
crónicas se manifiesta tuvo ella otras muchas excelencias de que
Nuestro Señor la adornó, en que excedió y traspasó a todas las reinas
así cristianas que antes de ella fueron, no digo tan solamente en
España mas en todo el mundo, de aquellas por quien (por sus virtudes o
por sus gracias o por su saber o poder) su memoria y fama vive... de
aquellas por sola una cosa que tuvieron o hicieron vive y vivirá su
memoria; pues cuanto más ha de vivir la memoria y fama de reina tan
cristianísima, que tantas excelencias tuvo y tantas maravillas Nuestro
Señor, reinando ella en sus reinos, por ella hizo y obró». Fernández
de Oviedo: «verla hablar era cosa divina; el valor de sus palabras era
con tanto y tan alto peso y medida, que ni decía menos, ni más, de lo
que hacía al caso de los negocios y a la calidad de la materia de que
trataba». Diego Enríquez del Castillo: «prudente y de mucho seso». Diego de Valera: «llena de humanidad». Alfonso de Palencia: «bondadosa»; «mujer de pudor y pureza en sus costumbres»; «inteligente». Alonso Flores (Flórez): «de mirar gracioso y honesto». Fernando el Católico, en su testamento, declaró que «era ejemplar en todos los autos de virtud y del temor de Dios». Fray Francisco Jiménez de Cisneros, su confesor, alababa «su pureza de corazón»; «su gran corazón y grandeza de alma». Su
supuesta vida de santidad y la beatitud de sus escritos han hecho
plantearse en numerosas ocasiones su posible beatificación y
canonización por la Iglesia Católica, de la que era fiel y amante hija.
Iniciado en 1958 el proceso por la Archidiócesis de Valladolid, todo el
episcopado español e hispanoamericano se muestra favorable, encabezados
por los cardenales Rouco y Cañizares (que con grandes eventos y misas
conmemoraron el Quinto Centenario de su muerte).