Con la excusa de asegurar los intereses de los residentes
estadounidenses en la isla, el gobierno estadounidense envió a La
Habana el acorazado de segunda clase Maine.
El viaje era más bien una maniobra intimidatoria y de provocación hacia
España, que se mantenía firme en el rechazo de la propuesta de compra
realizada por los Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico. El 25 de enero
de 1898, el Maine hacía su entrada en La Habana sin haber avisado
previamente de su llegada, lo que era contrario a las prácticas
diplomáticas tanto de la época como actuales. En correspondencia a este
hecho, el gobierno español envió al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York.
A pesar de lo inoportuno de la visita, la población habanera
permanecía tranquila y expectante y parecía que el capitán general, don
Ramón Blanco controlaba perfectamente la situación. Por otra parte a pesar de que el Maine
tuvo un gélido recibimiento por parte de las autoridades españolas,
Ramón Blanco y el capitán del navio, Charles Sigsbee simpatizaron desde
el primer momento y se hicieron amigos.[3]
Sin embargo, a las 21:40 del 15 de febrero
de 1898, una explosión ilumina el puerto de La Habana. El Maine había
saltado por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 254 hombres y 2
oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un
baile dado en su honor por las autoridades españolas.
Sin esperar el resultado de una investigación, la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst publicaba al día siguiente el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo».
A fin de determinar las causas del hundimiento se crearon dos
comisiones de investigación, una española y otra estadounidense, puesto
que estos últimos se negaron a una comisión conjunta.[4]
Los estadounidenses sostuvieron desde el primer momento que la
explosión había sido provocada y externa. La conclusión española fue
que la explosión era debida a causas internas. Los españoles
argumentaron que no podía ser una mina como pretendían los
estadounidenses, pues no se vio ninguna columna de agua y, además, si
la causa de la explosión hubiera sido una mina, no tendrían que haber
estallado los pañoles de munición. En el mismo sentido, hicieron notar
que tampoco había peces muertos en el puerto, lo que sería normal en
una explosión externa.
Tradicionalmente fue una opinión muy extendida entre los
historiadores españoles el creer que la explosión fue provocada por los
propios estadounidenses para utilizarla como disculpa para su entrada
en la guerra.[cita requerida]
Algunos estudios actuales apuntan a una explosión accidental de la
santabárbara, motivada por el calentamiento de los mamparos que la
separaban de la carbonera contigua, que en esos momentos estaba
ardiendo.
Otros estudios recientes han señalado que, dados los desperfectos
causados por la explosión, si la explosión hubiera estado provocada por
algún artefacto externo, ésta habría hecho al barco saltar
(literalmente) del agua. Algunos de los documentos desclasificados por
el gobierno de EE.UU. sobre la Operación Mangosta (proyecto para la invasión de Cuba posterior al fracaso de Bahía de Cochinos)
avalan la polémica hipótesis de que la explosión fue causada en
realidad por el propio gobierno de EE.UU. con el objeto de tener un
pretexto para declarar la guerra a España.[cita requerida]
España negó desde el principio que tuviera algo que ver con la explosión del Maine, pero la campaña mediática realizada desde los periódicos de William Randolph Hearst,
hoy día el Grupo Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del
mundo, convencieron a la mayoría de los estadounidenses de la
culpabilidad de España.
EE.UU. acusó a España del hundimiento y declaró un ultimátum en el
que se le exigía la retirada de Cuba, además de empezar a movilizar
voluntarios antes de recibir respuesta [cita requerida]. Por su parte, el gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine
y se negó a plegarse al ultimátum estadounidense, declarándole la
guerra en caso de invasión de sus territorios, aunque, sin ningún
aviso, Cuba ya estaba bloqueada por la flota estadounidense. Comenzaba
así la Guerra hispano-estadounidense.