Entre el año 1478 y el 1833, miles de personas fueron detenidas,
torturadas y ejecutadas por que sus creencias religiosas no estaban
bien vistas en su patria. Fueron victimas de la Inquisición española.
La Inquisición fue una organización siniestra,pero ha estado tan oculta
por la leyenda que hasta ahora ha resultado difícil contar la verdadera
historia de esos días lúgubres de la Iglesia Católica.
LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA
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FRAY TOMÁS DE TORQUEMADA . PRIMER GRAN INQUISIDOR MAYOR DE ESPAÑA ( 1420 - 1498 ) . http://es.wikipedia.org/wiki/Tom%C3%A1s_de_Torquemada
FRAY TOMÁS DE TORQUEMADA . INQUISIDOR MAYOR . CONFESOR DE LA REINA ISABEL I DE CASTILLA Y ANTISEMITA .
Fue un producto típico de la endiablada sociedad española de la
segunda mitad del s. XV. El inquisidor entorpeció la vida intelectual
española de forma trágica. Nunca se arrepintió de quemar herejes ni de
expulsar judíos. Su tumba fue profanada durante la Guerra de la
Independencia.
Tomás
de Torquemada entra en la Historia por haber sido el primer Inquisidor
General del Tribunal del Santo Oficio y el que puso a la firma de los
Reyes Católicos el decreto de expulsión de los judíos, pero no sabemos
bien quién fue. Las referencias sobre su vida provienen de la crónica
de los dominicos que Fray Juan de la Cruz escribió en 1567 y cuya
credibilidad es limitada. Como a casi toda persona conocida del siglo
XV, se le atribuye linaje judaico pero no sabemos si el regidor Don
Pedro Fernández de Torquemada o su señora Doña Mencía Ortega, sus
padres, eran cristianos nuevos. Hay tanto empeño en afirmarlo hoy como
en borrarlo ayer. Y de linaje converso encontramos personajes con tanta
variedad de conductas como en el resto de la sociedad española de la
época. El origen no hace la trayectoria.
Torquemada, hombre de religión más que fe, es en realidad un producto
típico de la endiablada sociedad española de la segunda mitad del siglo
XV. Pero por muy decidido que fuese, nunca resultó decisivo, aunque a
veces pareciera decisorio. Desde el nacimiento, en 1420, hasta la
muerte en el convento abulense de Santo Tomás, en 1498 -otro
aniversario para el zurrón noventayochista: quinientos años de la
muerte de Torquemada-, su vida se parece a la de muchos hombres de
aquella Castilla con tanta fuerza en su gente como indefinición en sus
caminos. Isabel la Católica es el imán de los cambios y realizaciones
trascendentales de ese final del Cuatrocientos y no es casualidad que
Torquemada sea uno de los tres confesores importantes de su vida: un
dominico, un jerónimo y un franciscano; el duro Torquemada, el santo
Talavera, el severo Cisneros. Para llegar al nivel de Cisneros le
faltaba a Torquemada categoría intelecutal -sólo era bachiller en
Teología, mientras don Francisco Jiménez era amigo de Nebrija y trató
de fichar a Erasmo para su Universidad Complutense-, pero le sobraban,
como al futuro cardenal regente, ambición, seguridad en sí mismo y una
austeridad que rondaba el exhibicionismo. Más que una ética, el rigor
de esta minoría de la iglesia castellana, reformista antes del
protestantismo, era casi una estética. Torquemada representaba una
línea dura con respecto a los conversos sospechosos de judaizar -es
decir, de mezclar la fe de Moisés con la de Cristo mediante dobles
ritos o síntesis heréticas-, mietnras Talavera representaba la línea
moderada, tradicional y mayoritaria en el alto clero, la naciente
burguesía ciudadana y la nobleza. Fueron los disturbios creados a
propósito de los conversos los que hicieron cambiar lentamente y
siempre detrás de los acontecimientos esta política. Y fue Fernando, de
linaje converso por su madre, Juana Enríquez, el que más decididamente
encabezó el movimiento cuando lo consideró irreversible, aunque para
ello tuviera que recurrir al Papa -que detestaba- y al antiguo confesor
de su esposa, amén de pelearse con todo el reino de Aragón.
Cuerpo doctrinal no posee Torquemada, ni tampoco encabeza una facción
política. Es la expresión de una conyuntura histórica, casi siempre mal
entendida o manipulada, y cuya explicación sigue resultando difícil. Se
podría resumir diciendo que el proyecto de los Reyes Católicos para
acabar con los enfrentamientos de la aristocracia e incorporar clérigos
y laicos sin títulos ni riquezas a la alta administración tropieza con
el problema de los conversos, instalados en la cúspide social. Estos
cristianos nuevos provocan o sufren feroces campañas a propósito del
Poder que tienen, no por su fe, pero sí con la fe, ligada a un nebuloso
racismo, como elemento de conflicto. Lo que lleva al establecimiento de
la Inquisición es, pues, el problema de los conversos y no, como suele
decirse, el de los judíos, que eran poco más de cien mil, marginales
desde el punto de vista social y bastante respetados por su fidelidad
religiosa tras las grandes conversiones de épocas anteriores. En
realidad, sólo había un grupo que odiaba más a los conversos que los
cristianos viejos, y éste era precisamente el de los judíos, que los
consideraba traidores a su fe y a su raza. En ambos casos el odio era
muy popular y entre la plebe católica asociaba imputaciones de crímenes
rituales, como el inventado del Niño de La Guardia, con la usura y los
impuestos. Pero ese odio estaba groseramente manipulado por gente sin
escrúpulos que lo utilizaba en sus intrigas políticas y quizá por eso
nunca fue considerado legítimo entre los grupos dirigentes ilustrados,
incluidos muchos religiosos.
Sin embargo, la existencia de conspiraciones políticas en las que se
mezclaban prácticas rituales judaizantes o heréticas, así como los
conflictos cada vez mayores entre cristianos viejos y nuevos,
decidieron a los reyes a pedir al Papa la creación de una Inquisición
nueva, ya que la tradicional era absolutamente ineficaz por su
propensión al soborno. No era en su origen una forma de persecución
racial -en España la mezcla racial es tan grande como antigua- sino
religiosa y antiherética. Cuando Sixto IV concedió la bula de rigor y
nombró los dos primeros inquisidores, a los que sucedió Torquemada al
año siguiente, ya como Inquisidor General a propuesta de la corona, la
máquina en marcha tenía tres objetivos: luchar contra la herejía,
pacificar los grupos sociales y facilitar a los reyes un mecanismo que
les permitiera unificar su acción de Aragón y Castilla mediante el
instrumento que más los ligaba y que menos discutían: la religión
católica.
La aportación de Torquemada consistió en convertir lo que era un
proyecto político para la religión en un proyeco religioso para la
política. Si esa mutación se hubiera previsto, seguramente la nueva
Inquisición no habría nacido. Pero cuando se puso en marcha, no hubo
forma de detenerla. Los 10 años de torquemadismo, desde el
establecimiento del Tribunal del Santo Oficio hasta la orden de
expulsión de los judíos en 1492, escrita seguramente por el propio Fray
Tomás, muestran la evolución del problema de los conversos bajo la
actividad inquisidora. Ambos hechos están pensados para preservar la
pureza de la fe y asegurar la posición social de los cristianos nuevos,
pero desembocan en 3.000 ejecuciones mediante la hoguera y un número
varias veces superior de encarcelamientos, confiscaciones, torturas y
degradaciones públicas. Torquemada, detrás de la Corona, es quien
siembra el terror.
El establecimiento de Torquemada como Inquisidor General, fácil en
Castilla, fue dificultosísimo en Aragón. Los catalanes aceptaron la
Inquisición a regañadientes, pero pidieron que fueran ellos los que
nombraran al Inquisidor. Fernando no quiso. Los aragoneses fueron más
lejos y Teruel llegó a alzarse en armas contra el Santo Oficio, caso
primero y último. Los turolenses cerraron las puertas de la ciudad a
los inquisidores que venían de Zaragoza; el Rey pidió que los
funcionarios aragoneses acudiesen armados a proteger la entrada de los
inquisidores. No lo consiguió y tuvo que recurrir a tropas de Castilla
para que tomaran la ciudad. Pero la caída de Teruel desesperó y
radicalizó a conversos, a judíos y a muchos cristianos viejos que veían
que la Inquisición acababa con sus fueros y libertades. Empezaron las
conjuras en Zaragoza y una desembocó en el asesinato del inquisidor
Pedro de Arbués. La represión fue rápida y feroz. Torquemada empezó a
llevar una escolta de hasta doscientas lanzas y a tener siempre en su
mesa un cuerno de rinoceronte, para prevenir envenenamientos. Los
judíos, al principio, colaboraron con él como delatores de los
despreciados conversos. Sólo cuando ya era tarde se dieron cuenta de
que iban a ser víctimas de un sistema que no sólo eliminaba a los que
no terminaban de ser ni judíos ni cristianos sino que imponía por la
fuerza la existencia de una sola fe. La obligación no terminó con la
devoción pero sí con la libertad de conciencia. La Inquisición
española, creada en todos sus detalles por Torquemada, provocó muchas
menos víctimas que otros tribunales europeos similares.
Eso es indudable, pese a todas las leyendas negras acumuladas. También
es cierto que los católicos franceses mataron más protestantes en una
sola noche, la de San Bartolomé, que el Santo Oficio en tres siglos y
que los alemanes quemaron más brujas en un año que la Inquisición en
toda su historia. Pero la máquina de intolerancia, sospecha, terror y
delación accionada por Torquemada entorpeció la vida intelectual
española de forma trágica. Duró más en la memoria que en el tiempo. Nos
marcó. Torquemada no murió arrepentido ni de quemar herejes ni de
expulsar judíos, como se ha dicho, pero sí viejo, paranoico, avariento
y miserable Tras lograr la expulsión de los judíos, perdió la salud y
volvió a Avila. Negó su hacienda al convento de San Pablo y tuvo que
desenterrar a sus padres para llevárselos a Santo Tomás. Consiguió del
Papa Alejandro VI una bula para que allí rigieran estatutos de limpieza
de sangre y pasó sus últimos años rapaceando fondos para la que fue su
tumba. Durante la guerra de la Independencia ésta fue profanada y
aventadas sus cenizas. No se averiguó la identidad de los autores del
hecho. Demasiados sospechosos.
Muestra un fragmento de los métodos que utilizaba la Inquisición Espñaola para conseguir declaraciones de los acusados de herejía , brujería o de porfesar la religión judía . La tortura y la hoguera eran métodos habituales para conseguir que el reo confesara su supuesta culpabilidad .