Grandioso espectáculo el
protagonizado por las fuerzas muertas de España en apoyo del juez
Garzón. Amortizados en sus desempeños institucionales, el rector más
patético de la muy patética universidad pública española, el ex fiscal
más felipista y locuaz que ha dado nuestra judicatura y los jefes de
unos sindicatos que no representan más que los intereses de sus
liberados, se han dado cita para hacer honor al pasado chekista de una
izquierda que sigue felizmente anclada en los albores revolucionarios
del siglo pasado.
Especial atención merecen los últimos, Méndez y Toxo, a los que el
Gobierno de Zapatero les acaba de recetar una rebaja de los derechos
sociales de los trabajadores en materia de despido, ante lo cual han
actuado como se espera de ellos: participando en el homenaje público a
un juez encausado por supuestos desmanes económico-jurídicos.
Pero es que el acto público organizado al efecto ha sido un dechado
de surrealismo en el que no ha faltado ningún elemento de la
iconografía izquierdosa. Allí estaban las banderas republicanas, los
"intelectuales" en la tribuna de oradores y las fuerzas juveniles
llamando a la revolución con argumentos tan exquisitamente pulcros en
el plano jurídico como el esgrimido por el orador del gremio judicial,
Jiménez Villarejo, según el cual –"es incompatible con la
democracia que se puedan aceptar querellas de partidos de extrema
derecha"– la justicia española está única y exclusivamente para atender
las demandas de la izquierda. Así pues, si los padres de José Bono,
Cebrián o Fernández de la Vega vivieran, tendrían que pedir permiso a
Villarejo antes de acudir a los tribunales dada su condición de
pertenecientes al "glorioso movimiento nacional".
Un acto de apoyo a un funcionario acusado, entre otras cosas, de
haber trincado un pastón de la "gran banca", le sirve a las "fuerzas de
progreso" para acusar a media España de haber liquidado el "gobierno
democrático" de la II República, sin percatarse de que fueron
precisamente sus propios antecesores ideológicos (los biológicos
estaban en el bando nacional) los primeros que intentaron acabar con él
en octubre de 1934. Si quieren reescribir la Historia de un plumazo,
eviten al menos los chafarrinones y las faltas de ortografía.
Y por debajo del barullo de esta ilustre algarada, el aroma de los
juicios populares a los que tan aficionada ha sido la izquierda.
Eliminadas las garantías procesales, es "el pueblo" quien señala a sus
enemigos y dispone su ajusticiamiento. Hasta han recuperado la
dialéctica de la época para acusar de "sedición fascista" a todos los
que queremos que Garzón responda de sus actos como cualquier otro
ciudadano. Pero la desgracia, para ellos, es que la eficacia chekista
se degrada con el paso de las generaciones, así que en lugar de
provocar miedo como pretendían, sólo han suscitado vergüenza ajena. Y
un poquito de asco también.
Pablo Molina es miembro del Instituto Juan de Mariana.
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Por : PABLO MOLINA -